De: Sofía@saffronthechef.net
Para: Pau_Chaves@constellationofficeservices.com
Asunto: Momento de locura.
"¡Hola, guapa! Recibí el correo que me mandaste anoche; gracias por ponerme al día. Así que al final resultó que el misterioso @deportista, Pedro, estaba como un tren, ¿Eh?¡Todavía no puedo creerme que hayas rechazado su invitación a cenar! Mira, sé que va a sonarte escandaloso, pero creo que deberías mandarle otro mensaje y decirle que has cambiado de idea, que te encantaría cenar con él para probar esos quesos, y que se marque un baile flamenco para tí con una rosa entre los dientes. Y vestido con esos pantalones ajustados que llevan los bailarines de flamenco, por supuesto. ¡Estaré esperando fotos de la velada! No, en serio, lo que necesitas es un buen cucharón de mi remedio para superar las relaciones basura: ¡Echar una cana al aire! Despreocúpate, toma prestado lo que quieras de mi armario, sal por ahí y desmelénate. Si no, tengo la sospecha de que te pasarás días y días encerrada en casa, encorvada sobre tu mesa de dibujo. No lo hagas. En fin, tengo que dejarte o me echarán una bronca por llegar tarde. Diviértete. Sofía P.D.: Lo digo en serio; aparca los lápices y los pinceles y sal a divertirte. Y sí, sé que soy una mandona, pero es por eso por lo que me adoras. ¿A que sí?"
Pedro se incorporó en la cama, jadeante, se apoyó en el cabecero y encendió la lámpara de la mesilla de noche, guiñando los ojos hasta que se hicieron a la luz. Con el corazón desbocado y la piel brillante por el sudor, bajó las piernas de la cama y plantó los pies en el suelo de madera. Palpó con los dedos las duras tablas de roble, y el sentir algo tangible, algo real, lo calmó un poco. Había vuelto a tener otra vez la misma pesadilla. Miró a su alrededor; ¿Dónde estaba? «Céntrate». Estaba en el edificio de Cory Sports, en la planta de arriba, Federico tenía su departamento. Londres, estaba en Londres. La habitación estaba en silencio, demasiado en silencio, y era completamente blanca, como la habitación de hospital en la que había pasado los últimos once meses. Solo que sin el olor a medicamentos. Aire, necesitaba aire, acción, ruido, movimiento, color… ¡vida! La fría luz del amanecer de otoño estaba intentando colarse por entre las cortinas de la ventana. Intentó levantarse de la cama, pero a su rodilla no le gustó ni pizca la idea, y contrajo el rostro dolorido, apretando los puños de ira y frustración. ¿Cuántas horas habría dormido? Miró el reloj. Cinco horas; quizá seis. No lo suficiente. Su último fisioterapeuta le había dado estrictas instrucciones de que hiciese el mayor reposo posible para darle a su rodilla una oportunidad para que se recuperase. Volvió a tumbarse, pero el dolor era demasiado fuerte como para ignorarlo. ¿Cuándo dejaría de atormentarlo aquella pesadilla?, se preguntó, frotándose la rodilla. De pronto acudió a su mente una conversación que había escuchado sin querer: «¿Te has enterado de que Pedro Alfonso ha tenido un accidente de coche?». «Ahora sí que lo ha perdido todo, ¿verdad? Pobre. No volverá a subirse a una tabla. Debe de ser muy duro aceptar que ha acabado su carrera». Se equivocaban. Iba a demostrarles lo equivocados que estaban. Hasta entonces, como campeón de surf, había sido un importante activo para Cory Sports, pero ahora estaban en un momento complicado de la economía, y la competencia era más fiera que nunca. Su familia lo había sacrificado todo para hacer realidad su sueño de convertirse en un surfista profesional, y necesitaban que volviese a levantarse y le dijera al mundo que no iba a darse por vencido. No iba a defraudarles; le costase lo que le costase. Era un luchador, y en eso era en lo que debía concentrarse en adelante, en luchar. Paso a paso, desafiando al dolor. Se había pasado la mayor parte de la semana anterior visitando a distintos especialistas allí en Londres, y todos habían llegado a la misma conclusión: No había ningún tratamiento que pudiese obrar un milagro.
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