Era muy parecido a su pequeño y querido deportivo rojo. Cerró los ojos y lo vio de inmediato en su mente. Su padre se lo había comprado a un amigo, de segunda mano, y juntos lo habían arreglado con amor en el garaje de casa, acabando con las reparaciones justo a tiempo para el día en que cumplía diecisiete años. Había sido su primer coche, y la envidia de todos los chicos del instituto. Incluso de Federico, a quien nunca le habían interesado los coches, y que había pedido como regalo de cumpleaños un ordenador. Había sentido un tremendo cariño por ese coche. Se lo había llevado a la playa para pasar el día, de picnic con la familia… Y nunca le había fallado; ni una sola vez. Se le había partido el corazón el día que aquel camionero borracho lo había embestido en la carretera, con él dentro, dejándolo en siniestro total. Juntos hasta el final. Pedro se obligó a abrir los ojos y mirar el mundo real. Estaba en Londres, en el presente, en el mes de noviembre. Tenía que controlar su respiración. «Vamos, ya sabes cómo va: inspirar profundamente, desde el abdomen». Tenía que dejar atrás el accidente y vivir. ¿No era eso lo que le habían dicho todos los médicos? Tenía que concentrarse en lo positivo, en el hecho de que la mayor parte de su cuerpo seguía funcionando como debía, y que gracias a un golpe de suerte y al cinturón de seguridad había evitado una lesión cerebral. Miró a su alrededor. Pudo ver a Pau más adelante, no muy lejos, y el semáforo volvía a estar abierto. Pau era un buen punto para volver a empezar; para ver las cosas de un modo positivo. Cruzó y, aunque con un poco de esfuerzo, logró darle alcance de nuevo.
–No tan rápido –dijo poniéndose a su lado mientras atravesaba una gran plaza, hacia un impresionante edificio de piedra. Y aunque Paula puso los ojos en blanco y resopló, continuó caminando con ella–. No estoy acostumbrado a que una mujer me rechace cuando la invito a cenar, y hay algo que no dejo de preguntarme: ¿Cuál fue el motivo real por el que decidiste presentarte a la cita el otro día, en lugar de tu jefa? Y que conste que no te estoy siguiendo, es que siento curiosidad.
–¿Curiosidad? –repitió ella, reprimiendo una sonrisa.
–¿Fue solo porque tu jefa te había pagado para que lo hicieras?, ¿O porque te preguntabas qué aspecto tenía? En persona, quiero decir.
Paula lo miró brevemente antes de volver la vista al frente.
–Tal vez. Pero más que nada fui a la cita por el motivo que te dije, porque me sabía mal que te quedaras esperando a alguien que no iba a aparecer.
–Te agradezco que sacaras tiempo para venir, me parece un bonito gesto por tu parte, pero no tenías que preocuparte; no soy de los que se quedan esperando media hora. Y en cuanto a la invitación a cenar, no pienso darme por vencido; sigue en pie.
Ella suspiró y le señaló el edificio al que se dirigían. Sobre la fachada, que tenía un enorme pórtico de columnas, en grandes letras doradas, figuraba el nombre Colección Harcourt.
–Estoy muy ocupada, lo siento –le dijo.
–No tengo prisa; puedo esperar. Por cierto, ¿A dónde vamos?
–Este es uno de los mejores museos de Londres, y mi lugar favorito del mundo. Además, resulta que trabajo aquí los fines de semana, y no querría seguir con esta discusión dentro y que alguien pudiera echarme un rapapolvo. Así que, si no te importa, ¿Te parece que nos despidamos aquí? –dijo deteniéndose y volviéndose hacia él.
Pedro alzó la mirada hacia las letras doradas y parpadeó. ¿Que trabajaba en un museo? Aquello era cada vez más surrealista e intrigante. Quizá fuera cierto lo de que tenía múltiples talentos.
–No tan deprisa –le respondió–. No vengo mucho por Londres, y ni siquiera sabía que existía este museo. Me parece que sería una lástima perderme la oportunidad de verlo por dentro. De hecho, como trabajas en él, ¿No podrías hacerme una visita guiada?
–¿Una visita guiada? Va a ser que no. Perdona, pero como te he dicho tengo una reunión de trabajo y…
–¿A qué hora la tienes?
–Todavía faltan un par de horas, pero quiero aprovechar ese tiempo para repasar mi presentación y la propuesta de negocio. Aunque, si de verdad quieres una visita guiada, puedes preguntar en recepción y unirte al próximo grupo.
Pedro gruñó y la miró con los ojos entornados.
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