De: Pau_Chaves@constellationofficeservices.com
Para: Sofi@saffronthechef.net
Asunto: Qué hacer con lo del millonario
"Me gustaría que dejaras de regañarme. Puede que sea por culpa de lo que me hizo Iván, pero lo último que quiero o necesito ahora mismo es ir a una entrega de premios en la que habrá una cena de gala en la que no sabré qué cubierto tengo que usar para cada plato, y en la que seguro que diré alguna inconveniencia y meteré la pata. Pedro solo está siendo amable, eso es todo. Además, sabes que no tengo ni idea de deportes. Y no, aunque tiene un hermano gemelo no voy a pedirle que tengamos una cita doble contigo y con él. Mi vida ya es bastante complicada tal y como están las cosas. Bueno, tengo que dejarte; tengo que pintar varias tarjetas más. Con cariño, Paula, la artista profesional (…O algo así)"
Paula se sentó frente a su mesa de dibujo y sonrió. Allí era donde se sentía más feliz, a solas con su pasión. Tomó la pluma que había estado utilizando para escribir a mano las direcciones de las invitaciones de Marcela, y escribió, cuidadosamente, el nombre de Pedro en letra redonda, luego en cursiva, y luego con letra gótica. Pedro Alfonso… Era un nombre con carácter, pensó, esbozando una sonrisa algo boba. Un nombre con carácter para un hombre fuerte, deportista, obstinado, impredecible… Tan ensimismada estaba escribiendo su nombre, que cuando le sonó el móvil lo abrió y contestó sin mirar siquiera quién llamaba.
–Hola, Paula –la saludó una profunda voz masculina.
Y la pluma que tenía en la mano hizo un borrón de tinta en el papel.
–¡Oh, mierda! –masculló, apresurándose a intentar reparar el estropicio.
–Habría preferido un simple «Hola» –dijo Pedro divertido.
–¡No, no te lo decía a tí! –contestó ella azorada–. Es que acabo de echar un borrón en el papel sin querer. Pero no importa, no era un dibujo importante ni nada de eso.
Puso los ojos en blanco y contrajo el rostro. ¿Se podía dar una impresión más estúpida y patética? Inspiró profundamente, esbozó una sonrisa, y trató de hablar como si su cerebro dirigiese a su boca.
–Perdona. Me has pillado desprevenida.
–No pasa nada. Me ha dicho mi hermano que el museo quiere que les enseñes más tarjetas –dijo Pedro–. Enhorabuena. He pensado que podríamos celebrarlo.
Al oírle decir eso, a Paula se le llenó el estómago de mariposas y el corazón le palpitó con fuerza.
–Se me ha ocurrido una idea –continuó Pedro–, pero que no cunda el pánico, porque no se trata de una cita –añadió riéndose–. Sé que nuestro acuerdo se limita a la noche de la entrega de premios. Verás, Cory Sports está patrocinando un programa de acuaterapia en un par de piscinas de Londres y hoy voy a comprobar de primera mano cómo va. ¿Te gustaría venir?
Cuando Paula se bajó del taxi, se apretó el cinturón de la gabardina, y se preguntó si lo que se había puesto sería el atuendo apropiado para reunirse con un ejecutivo millonario en una piscina. Pedro le había dicho que se pusiera algo informal, pero no sabía cuál era su idea de «Algo informal», porque para ella algo informal era unos pantalones de chándal holgados, una sudadera, y unas zapatillas calentitas. «En fin, valor y al toro», se dijo, y entró en el exclusivo gimnasio delante del que la había dejado el taxista. Cuando entró en el vestuario de mujeres, se llevó una sorpresa al encontrarse con un grupo de diez o doce señoras mayores, charlando y riendo mientras guardaban sus cosas en las taquillas, todas ataviadas con coloridos bañadores de una pieza que habrían encajado perfectamente en una playa tropical. Tenían diseños con grandes flores rojas, aves del paraíso, exóticas mariposas y hojas de plantas tropicales. Era tal la explosión de vida y color que transmitían, que Andy no pudo sino sonreír. Aquello era lo último que habría esperado encontrar en aquella elegante zona residencial de Londres.
–Señoras, ¿No les sobrará algún bañador de esos? ¡Son geniales!
–¡Y no te imaginas cómo nos miran los hombres con ellos! – contestó la que estaba más cerca de ellas, haciendo que las demás prorrumpieran en pícaras risitas.
Paula dejó que siguieran a lo suyo, y escogió una taquilla para guardar su gabardina y sus botas, y se puso unas chanclas. Cuando cruzó las puertas de vaivén por las que se entraba a la piscina cubierta, había un nadador haciendo un largo tras otro a braza. Se quedó observándolo, admirada por la fuerza de cada brazada, y al cabo dió por finalizada su sesión de natación, y salió de la piscina apoyándose en el borde con los brazos. Fue entonces cuando se dió cuenta de que era Pedro. ¡Cómo no! Demasiado orgulloso para usar la escalerilla…
Como la rema Pedro con Pau! Me encanta!
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