Al final se había decidido a dar el primer paso y había llamado a Pablo, que había organizado una reunión la semana próxima con la agencia de publicidad con la que trabajaba Cory Sports para que discutieran los detalles de la cesión de los derechos de su diseño. Y Pedro había cumplido su palabra en cuanto a asesorarla, y estaba ayudándola muchísimo. Estaba yendo un par de horas por la tarde a las oficinas de Cory Sports, y se sentaba con ella para hablar del diseño de su página web, de técnicas de marketing y demás. Era un encanto: amable, generoso, con sentido del humor… ¿Qué chica no se enamoraría de un hombre así?, se dijo, esbozando una sonrisa. La verdad era que a ella le faltaba poco para llegar a ese punto. Aquella noche era muy importante para Pedro, se recordó poniéndose seria, y no se perdonaría defraudarle y no estar a la altura del evento al que iban a asistir. ¡Y solo le quedaba una hora para prepararse!, pensó contrayendo el rostro. Justo en ese momento sonó su móvil, que había dejado en la mesilla de noche. Se estiró para alcanzarlo y volvió a tumbarse para contestar.
–¿Diga?
–Hola, Paula –respondió la voz de Pedro, suave y pecaminosa como el chocolate–. Mis padres van a hacer una barbacoa en la playa esta noche, y estaba pensando en ponerle alguna excusa a Federico y tomar el próximo vuelo a Tenerife. ¿Quieres escaparte conmigo?
¿El próximo vuelo? ¿A Tenerife? ¿Escaparse con él? «Apúntame. Hago las maletas y en veinte minutos estoy lista», pensó Paula. Pero naturalmente no le respondió eso, sino que se rió y le dijo:
–¿Cómo?, ¿Y perder la oportunidad de conocer al actor favorito de mi amiga Sofía y darle envidia luego? Ni hablar. Han dicho en la tele que iba a asistir a la ceremonia –con la mano libre se puso a juguetear con un mechón de pelo y añadió para picarlo–: No lo tenía por un desertor, señor Alfonso. ¿No irá a dejar que el miedo a unos pocos reporteros coarte sus planes de dominar el mundo, verdad?
Él se quedó callado un momento, y Paula lo imaginó frunciendo el ceño al otro lado de la línea.
–Me conoce usted demasiado bien, señorita Chaves… – murmuró–. Quizá debería ir ya a buscarte para que me hagas cambiar de opinión.
–Perdona, pero todavía no estoy lista, y no quiero abrirte la puerta en bata y ropa interior.
En cuanto esas palabras abandonaron sus labios, Paula contrajo el rostro. Decir eso había sido un error; un tremendo error.
–Umm… Interesante… te propongo un juego: Darte puntos por lo que deje entrever la lencería y restarte puntos por lo que tape. Sería divertido.
–Sigue soñando –se apresuró a responder ella. Y, ansiosa por cambiar de tema, le preguntó–: ¿Cómo le va a Federico con su discurso?
–No sé de quién me hablas. Pero volviendo a lo de la lencería… ¿Estás en casa?
–Tal vez –se limitó a contestar ella. No iba a darle la satisfacción de decirle que estaba tumbada en la cama en ropa interior y con unas sandalias rojas de tacón. Solo se las había puesto para acostumbrarse a andar con ellas y no caerse de bruces en la alfombra roja, delante de todo el mundo–. ¿Y tú?
–Pues yo estoy ante el terrible dilema de qué ponerme. A lo mejor me podrías aconsejar.
–¿Quieres que te aconseje sobre qué ponerte? No estoy muy al día en moda masculina, pero puedo intentarlo. ¿Qué llevas puesto? – se dió un manotazo en la frente. ¿Pero en qué estaba pensando?–. Lo que quería decir es qué habías pensado ponerte –se apresuró a corregirse.
–Ya, ya… –murmuró él divertido–. Pues ahora mismo estoy sentado en la cama, y en el armario tengo varios trajes posibles, pero como creo que lo que de verdad te interesa es lo que llevo puesto…
Paula tragó saliva y apretó el teléfono contra su oído.
–Llevo unos boxers negros, calcetines negros… Ah, y una sonrisa, porque estoy hablando contigo.
Paula se mordió el labio al imaginarlo, y de repente le pareció como si la temperatura hubiera subido varios grados. «Concéntrate; concéntrate».
–Bien. Bueno, pues dime cómo son esos trajes que tienes en el armario.
–Pues… Tengo uno que es azul oscuro y otro que es negro. El negro tiene unos años, pero está como nuevo y me queda como un guante. Le tengo cariño porque es el primer traje a medida que me hice, para una entrevista. Para el azul había pensado en ponerme una corbata de seda de color gris claro, y para el negro una de color rojo. Y luego…
–El negro –contestó ella antes de que pudiera acabar de hablar– . Ponte el negro.
–¿Por qué?
–Porque soy una sentimental sin remedio, y sé que si llevas ese puesto te recordará que no tienes que demostrarle nada a nadie. Te has esforzado mucho para llegar donde estás –le explicó ella–. Además, yo también voy a ir de ese color; así iremos a juego.
–Umm… ¿Llevas algo rojo ahora mismo? –inquirió él, y por su voz Paula lo imaginó con una sonrisa pícara en los labios.
Paula bajó la vista al sujetador blanco sin tirantes, y las braguitas rojas que Sofía le había traído de Francia. Las sandalias rojas de tacón le daban un punto picante al conjunto, y se apresuró a quitárselas, como si él fuese a verlas a través del teléfono.
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