martes, 17 de agosto de 2021

Conectados: Capítulo 27

Federico dejó su vaso de Coca-Cola sobre la mesa de la cocina de su departamento, donde estaban almorzando.


–Debo estar alucinando –dijo mirando a Pedro por encima de sus gafas–. Por un momento me ha parecido oírte decir que, después de que se negara, tuviste que sobornar a Paula para que accediera a ser tu acompañante el sábado.


–Has oído bien –contestó Pedro entre bocado y bocado del sándwich que estaba comiéndose–. Y por cierto, ¿Con quién me dijiste que ibas a ir tú? ¡Ah, sí!, ya me acuerdo: Vas a ir solo… otra vez.


Federico suspiró.


–Pues sí, pero no soy yo el que lleva una hora andando arriba y abajo y que es incapaz de estar sentado más de diez minutos seguidos. Y sí, ya sé que los médicos te han dicho que necesitas ejercitar la rodilla, pero, por favor, dime que Paula no es solo una distracción. Porque yo seguiré aquí en Londres cuando te hayas ido, y será a mí a quien le tocará recoger los pedazos.


–¿Una distracción? –Pedro resopló indignado–. Por supuesto que no. Y voy a cumplir lo que le he prometido. Tenemos contactos que podrían ayudarla. ¿Quieres dejar de mirarme así? Solo va a acompañarme a la entrega de premios, eso es todo. Sin ataduras ni expectativas de ningún tipo por ninguna de las dos partes.


Federico lo miró con los ojos entornados.


–Has estado meses dándome la lata con que no estabas preparado para presentarte solo delante de los otros deportistas y lo entiendo. De verdad. Ahora que vuelves a andar quieres que el resto del mundo te vea de pie, otra vez al pie del cañón y, si es con una encantadora señorita del brazo, mejor, pero… ¿Por qué será que me da la impresión de que hay más que eso? 


–Necesitamos demostrarle a la gente que el accidente no ha hecho que me venga abajo, y que Cory Sports continúa siendo una empresa sólida. Además, yo no te pedí que me consiguieses una cita.


–No, no lo hiciste… porque eres incapaz de pedirle ayuda a nadie, ni siquiera a tu propia familia. Y aun así, hay algo que no entiendo: ¿Por qué tomarte tantas molestias? ¿Recuerdas esa sesión de fotos que hicimos en Bali el año pasado para la nueva colección de biquinis? Las modelos eran todas de una agencia de aquí, de Londres. Podría llamarles por teléfono, y seguro que cualquiera de ellas estaría encantada de acompañarte a la entrega de premios. Al fin y al cabo, es solo una noche.


Pedro dejó su sándwich en el plato. De repente había perdido el apetito.


–Algunas veces no te enteras de nada, ¿Sabes? –le espetó a su hermano–. Lo último que necesito es otra modelo de biquinis. Son unas chicas estupendas, todas ellas, pero para este evento necesito algo distinto. Paula es estupenda. Es poco convencional. Me gusta.


Federico se quedó mirándolo con los labios fruncidos, y se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos en la mesa, para preguntarle:


–¿Todo esto es por Lorena? Porque, si lo que te preocupa es encontrártela allí, no tengo inconveniente en que no vengas.


–¿Preocuparme? –Pedro resopló con sorna y se levantó–. ¿Por qué habría de preocuparme? Lorena ya ha pasado página: Ahora es la novia de uno de los mejores jugadores de fútbol del mundo, y me alegro por ella.


–¿Que te alegras por ella? –repitió Federico–. Por favor… Debí haberlo imaginado. Mira, no hace falta que asistas. En la feria de Honolulu que empieza la semana que viene tendrá lo último en equipo y complementos de surf, y al director de la feria le encantaría contar contigo. Sol, mar, diversión… Y piensa en la publicidad que nos daría…


–Ni hablar. Estoy bien y voy a ir a la entrega de premios. Con Paula –insistió Pedro, poniéndose a su lado–. Te preocupas demasiado –dijo dándole un puñetazo amistoso en el hombro–. No pasará nada. Además, prefiero ocuparme de lo del programa de acuaterapia de esta tarde antes que pasarme horas sentado tras una mesa, revisando papeles, o metido en un avión. Mi rodilla no soportaría un vuelo tan largo; aún no –de pronto se quedó callado y enarcó una ceja–. Acuaterapia… Ahora que lo pienso… –se rió y sonrió como un niño–. Quizá pueda convencer a Paula para que venga conmigo. Me voy; luego te veo.


–Sí, eso, vete –Federico suspiró y lanzó los brazos al aire–. No te preocupes por mí; deja que cargue con todo el trabajo. No pasa nada; vete y pásalo bien.


–Eso es lo que voy a hacer –respondió Pedro divertido.


–Genial. Ah, se me olvidaba, felicita a Paula.


Pedro frunció el ceño.


–¿Que la felicite? ¿Por qué?


–Por lo del museo. Como llamó para decirte que están muy interesados y que quieren ver el resto de sus tarjetas…


–¿Que ha llamado?, ¿A qué hora ha llamado?


–¿No te lo había dicho? ¡Vaya!, ¡Qué despiste tengo…! Pedro, no te pongas así, hombre… ¡Eh! ¡Ay!, ¡Deja de pegarme con la servilleta! ¡Oye!, ¡Que duele!

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