martes, 17 de agosto de 2021

Conectados: Capítulo 26

 –No te dejaría sola ni un segundo, y estoy seguro de que te desenvolverías muy bien; eres una persona muy abierta.


Paula lanzó los brazos al aire.


–Sigues sin escucharme. Lo que necesitas es a una chica sofisticada y esbelta, como esa rubia despampanante con la que estaba tu hermano Federico.


Pedro frunció el ceño y enarcó las cejas.


–¡Ah, te refieres a Tamara! La encantadora Tamara… Sí, bueno, necesitábamos una recepcionista para el turno de mañana y es la que nos habían mandado de la agencia. Una chica estupenda, pero no sabe ni lo que es un albarán, y sus aptitudes no van más allá de hacerse la manicura mientras responde el teléfono, y el otro día se echó a llorar cuando mi hermano se puso a dictarle una relación de los medios que cubrirán la entrega de premios para que se pusiera en contacto con ellos para coordinarnos. ¡Lloraba a moco tendido!


–¿Quieres parar? –le pidió Paula, a quien le estaba entrando la risa–. Me da igual; yo no tengo cuerpo de modelo. Solo soy una chica normal y corriente, del montón. Y el solo imaginarme andando por una alfombra roja con los objetivos de las cámaras apuntándome hace que me entren palpitaciones –murmuró apoyando la espalda en la barandilla y cerrando los ojos.


–Paula… –la llamó él con esa voz aterciopelada. Ella abrió los ojos vacilante, y lo vió avanzando hacia ella con una mirada tan intensa que por instante se olvidó hasta de respirar–. Tú no eres una chica del montón –dijo deteniéndose ante ella–. Solo nos hemos visto un par de veces, pero puedo decirte que eres una de las mujeres más extraordinarias que he conocido. Y en cuanto a lo de que no tienes un cuerpo de modelo… –sus labios se curvaron en una sonrisa que hizo que una ola de calor aflorara en su vientre–. Yo no quiero una mujer con cuerpo de revista; quiero una mujer real.


De pronto a Paula le pareció que había subido la temperatura, y se había hecho un silencio tal que podría haberse oído una mosca.


–¿Todavía estamos hablando de lo de acompañarte a esa entrega de premios? –murmuró finalmente, con las mejillas ardiendo.


–¿Tú qué crees? –le respondió él, reprimiendo una sonrisa.


Paula inspiró lentamente, tratando de pensar con claridad, aunque con Pedro mirándola así era imposible.


–Necesito a una chica a la que el ridículo juego de la fama le tenga sin cuidado, pero que sea lo bastante educada como para no decírselo a esa gente a la cara. Con una chica así tal vez sería capaz de sobrevivir a la velada sin darle un puñetazo a alguien y sin abochornar a Federico. Y esa chica eres tú, Paula –murmuró Pedro mirándola a los ojos, mientras le acariciaba el dorso de la mano con el pulgar–. Dí que sí, y a cambio te prometo que haré todo lo que pueda para ayudarte con tu carrera.


Paula frunció el ceño.


–¿Qué quieres decir? Tú no sabes nada de mi carrera.


Federico se encogió de hombros.


–Reconozco la pasión y el talento cuando los veo, y por lo que me has contado, hasta ahora no has tenido la oportunidad de hacer tu sueño realidad. Esas tarjetas hechas a mano que me has enseñado son solo el principio, Paula. En Cory Sports contratamos a diseñadores que siempre están buscando nuevos talentos, como tú.


–Así que, para convencerme de que te acompañe, estás intentando sobornarme, ofreciéndote a ayudarme a dar salida a mis diseños. ¿Es eso lo que estás diciendo? –le preguntó Paula atónita.


–Efectivamente –contestó él asintiendo.


–Debería darte vergüenza.


–Pues no me da ninguna porque lo digo muy en serio. No tengo muy a menudo la posibilidad de ayudar a una chica a hacer realidad sus sueños, y en este caso me encantaría poder hacerlo. ¿Qué me dices?


Ella se humedeció los labios con la lengua, como si estuviera pensándoselo. «Ahora o nunca», pensó Pedro.


–Solo serán unas horas. Y por supuesto, como mi acompañante, te agasajaré con todos los lujos que puedas imaginar.


Paula esbozó una sonrisilla.


–¿Por qué no lo habías dicho antes? Casi he olvidado lo que es que la agasajen a una.


–Entonces, ¿Vendrás conmigo? Es el sábado de la semana que viene. La ceremonia empieza a las ocho de la tarde –Pedro se inclinó y la besó en la frente, y luego en la sien–. ¿Sí? Estupendo –le susurró al oído, antes de mirarla con una sonrisa de oreja a oreja–. Va a ser una noche memorable.


Y de pronto, sin previo aviso, le dió un abrazo tan fuerte que casi la dejó sin aire, y luego dio un paso atrás y se frotó las manos.


–Muy bien, y ahora, a lo importante –le dijo–: Tú me has dedicado parte de tu tiempo para enseñarme esas maravillosas obras de arte que tanto te fascinan. Lo menos que puedo hacer es darte a cambio una idea de por qué a mí me apasiona el surf. Así podrás seguirme cuando hable en la entrega de premios. 


–¿Qué?, ¿Vas a llevarme a hacer surf? –inquirió ella, mirándolo sorprendida.


–Me temo que, en esta época del año, para eso tendría que raptarte y llevarte a Tenerife. No, estaba pensando en algo que podamos hacer sin tener que irnos tan lejos. Ya te llamaré cuando lo tenga preparado –le explicó Pedro, y llevó sus manos a los labios para besarle los nudillos antes de soltarlas–. Creo que nos da tiempo a repasar una última vez tu propuesta de negocio antes de esa reunión, ¿No? Vamos, los vas a deslumbrar –le lanzó una sonrisa y la tomó de la mano para arrastrarla con él hacia la escalera.


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