–Pues menos mal, porque me da la impresión de que esas señoras van a darte bastante trabajo –bromeó–. Parecen unas pillinas de cuidado. Pero seguro que con tus dotes de profesor las manejarás sin problemas.
¿Dotes de profesor?, pensó Pedro, soltando una tosecilla. Pero luego se quedó pensativo. Bueno, la verdad era quien siempre le había gustado enseñar; no importaba qué edad tuvieran los principiantes. Sí, era algo que siempre podría hacer, independientemente de que recuperase la movilidad en la pierna o no.
–Por cierto, hay algo que quería preguntarte –le dijo–. No sé si te dije que, como solo estoy de paso en Londres, me alojo con mi hermano en su departamento, y estaba pensando en invitarte, si te apetece, a venir a cenar mañana. Podríamos celebrar que ha sido un éxito tu propuesta de negocio al museo.
–¿Quieres que vaya… a cenar contigo? –repitió Paula, con el corazón latiéndole como un loco.
La idea de estar a solas en un apartamento con un hombre al que acababa de conocer le daba un poco de miedo. Él, que debió de leerle el pensamiento, dijo:
–En el departamento de Federico. Va a cocinar él; la cocina es una de sus aficiones –le aclaró–. Y también vendrán Pablo, el diseñador de nuestra web, y su esposa Nadia. Le he enseñado a Pablo la invitación que hiciste para la fiesta de tu jefa, y quiere conocerte. Ah, y además sigo teniendo tu paraguas, y quiere que vengas a por él –añadió–. Te echa muchísimo de menos.
Aquello arrancó una sonrisa a Paula.
–Entonces, ¿Qué?, ¿Le digo a Federico que ponga un plato más en la mesa? –le preguntó Pedro.
–Solo una pregunta: si voy, ¿Tendré que lavar los platos?
Pedro se echó a reír.
–Pues claro que no. Tu único deber será disfrutar de la velada. Incluso iré a recogerte si quieres.
–En ese caso, me encantaría ir a cenar con ustedes, gracias. Pero no hace falta que vengas a recogerme; tomaré un taxi.
–Como quieras –contestó él–. Si te hubieras traído un bañador, te invitaría a unirte a la clase, pero puedes asistir como público –dijo levantándose.
Y dicho eso se alejó hacia donde estaban las señoras, que, en cuanto se metió en el agua, lo rodearon, como un grupo de fans ávidas por ver de cerca a su cantante favorito. Paula se rió y se sentó en el banco para ver la clase desde allí.
De: Pau_Chaves@constellationofficeservices.com
Para: Sofi@saffronthechef.net
Asunto: Cena con los gemelos Alfonso
"¡Mira que eres mala, Sofi! A lo mejor Federico es un cocinero estupendo, ¿Quién sabe? Ya sé que son millonarios, y que la gente con dinero suele llamar a un servicio de catering, pero Pedro dijo que le gusta cocinar. Y cómo no, por supuesto que cuando vuelva te contaré con todo detalle qué comimos y si estaba bueno. Pero no, no pienso hacer fotos, ni de su departamento, ni de la comida. En fin, tengo que dejarte o llegaré tarde. Gracias otra vez por prestarme tu jersey de cachemira. ¡Deséame suerte! Besos de tu amiga Andy, que está hecha un manojo de nervios".
–¿Más queso, Paula? –le preguntó Federico –. Intenté guardarte lo que quedaba del dulce de membrillo, pero era demasiado tarde; la «Increíble máquina devoradora» llegó antes que yo –murmuró señalando con el cuchillo del queso a Pedro.
Éste arrojó los brazos al aire y protestó diciendo:
–¿Qué culpa tengo yo de tener buen apetito? Además, tú tampoco eres quién para hablar. Fui a ayudar a Nadia a ponerse el abrigo, y cuando me dí la vuelta los chocolates que habían traído Pablo y ella habían desaparecido, como por arte de magia.
Federico resopló y alzó la barbilla con desdén.
–Privilegios del cocinero –dijo–. Y sí, confieso que tengo debilidad por las cosas dulces. ¿Satisfecho? –le espetó, y esquivó la servilleta que le lanzó Pedro.
Paula se rió y, echándose hacia atrás en el sofá de cuero, se dió unas palmaditas en el estómago y respondió:
–Gracias, Federico, pero no creo que pueda comer nada más. Y no te olvides de que has prometido darme la receta de esos solomillos de cerdo con jengibre y naranja. En mi vida había probado nada tan bueno.
Federico fue junto a ella, le tomó la mano y le besó los nudillos.
–Me siento muy halagado por ese cumplido. Gracias, gentil dama –dijo. Luego miró a su hermano con los ojos entornados y le espetó–: ¿Lo ves? A todo el mundo le ha gustado lo que he preparado. Según Pablo ha sido un menú muy inspirado.
Pedro resopló y puso los ojos en blanco.
–¿Y lo del sorbete de champán? Por favor… Es un postre de lo más afeminado; yo esperaba una tarta de chocolate o algo así.
–No escuches ni una palabra –intervino Paula, sonriendo a Federico–. Ha sido una cena maravillosa, aunque me siento algo culpable aquí sentada; ¿Seguro que no quieres que te eche una mano para fregar? –inquirió haciendo ademán de levantarse.
Federico la empujó suavemente por el hombro para impedírselo.
–Ni hablar. Para eso hay un invento estupendo llamado «Lavavajillas». Tú sigue ahí sentada, relájate y disfruta del café mientras este analfabeto culinario te hace compañía –dijo lanzándole a Pedro una mirada desdeñosa que hizo reír a Paula.
No hay comentarios:
Publicar un comentario