jueves, 12 de agosto de 2021

Conectados: Capítulo 24

Paula suavizó sus palabras encogiendo un hombro y añadiendo:


–Quiero decir que… Supongo que tendrás trabajo por hacer, ¿No? ¿No deberías volver ya?


Pedro se irguió y quitó las manos de la barandilla para volverse hacia ella.


–Bueno, como no quieres cenar conmigo, tuve que encontrar otro modo de satisfacer la curiosidad que sentía por tí. Y sí, seguro que mi hermano me tiene preparado una montaña de papeles esperándome en la oficina, y sí, probablemente debería irme, sobre todo por la rodilla –murmuró inclinándose para masajearla un poco con la mano. Y como si estuviera dando un parte, añadió en un tono monocorde–: Sufrí un accidente. Todavía estoy yendo a fisioterapia. Me duele cuando estoy mucho tiempo sentado o de pie.


–¡Ay, no! ¿Pero por qué no me has dicho nada? –exclamó ella poniéndole una mano en el brazo–. Perdona. ¿Te duele mucho?


El rostro de él se tensó, y le contestó con una voz cortante, como la afilada hoja de una espada:


–No importa, estoy bien.


Paula se estremeció, sobresaltada por ese repentino cambio de tono. El ambiente cordial que había habido entre ellos se había desvanecido de pronto, igual que el humo. Pedro debió de darse cuenta de su brusquedad, porque añadió en un tono más amable:


–Gracias por hacerme de guía, y por haber compartido conmigo lo que te apasiona, Pau –alargó las manos y le frotó con ella los brazos–. Empieza a hacer frío aquí arriba, ¿No? Estás temblando. Bajemos a la cafetería y te invito a un café calentito. O a un té; lo que quieras. Y de paso si quieres puedes practicar conmigo otra vez tu propuesta de negocio. ¿Vamos?


Le tendió una mano, y ella se quedó mirándola sin saber qué hacer. Tomarla significaría aceptar pasar más tiempo con él. Pero antes de que pudiera decidir, fue él quien tomó su mano y le dijo:


–Y una cosa más: Creo que ya va siendo hora de que me digas tu nombre completo. Por cierto, ¿De qué nombre es diminutivo Pau?


Ella frunció los labios.


–Más vale que no te rías. Viene de Paula. Me llamo Paula Chaves.


Él se limitó a asentir.


–Paula –repitió–. Te va como anillo al dedo –levantó la mano libre y le acarició la mejilla–. También quería decirte que sé lo que es tener un sueño. ¿Crees que a mi hermano Federico y a mí nos han venido las cosas en bandeja de plata? No, por supuesto que no. Antes de empezar con nuestro negocio aceptamos un montón de trabajos mal pagados para ir ahorrando y poder montarlo –le explicó–. Y alguien que, como tú, que tiene una pasión a la que se niega a renunciar, es alguien de quien me gustaría saber más. Me encantaría volver a verte –le dio un beso en la punta de la nariz, y el roce de sus labios fue tan suave como si se hubiese posado en ella una mariposa– . ¿Qué me dices?, ¿sigues sin querer cenar conmigo? Esta vez sería una cita de verdad. Me gustaría que me contaras más cosas acerca de tus sueños. ¿No te tienta siquiera un poco la invitación?


¿Que si no la tentaba? Paula parpadeó. ¡Por supuesto que la tentaba! Pero seguía sin entrarle en la cabeza que quisiera que cenara con él. ¿Para que le hablara más de sus sueños? ¿Para oírla hablar de sus planes y sus fantasiosas ambiciones? Al contrario que él, no tenía ninguna historia fascinante que contar de viajes a países exóticos, ni de impresionantes logros profesionales. ¿No sería más bien por lástima?, ¿o porque estaba aburrido y necesitaba a alguien que la entretuviese? Pedro, que seguía esperando su respuesta, no apartaba los ojos de ella, y aunque Paula retrocedió, él dió un paso adelante, dándole a entender que no iba a darse por vencido. El corazón le latía tan fuerte que estaba segura de que él podía oírlo desde donde estaba. Olía maravillosamente, y era tan guapo que se derretía por dentro con solo mirarlo. Sin embargo, había aprendido la lección después de lo de Iván, y no quería volver a pasar por lo mismo. No podía arriesgarse a que la utilizaran para luego deshacerse de ella como un juguete roto. No se sentía preparada para salir con nadie. No, no se sentía preparada en absoluto.


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