Paula se estremeció de placer.
-Pero si estabas convencido de que esto no podía suceder... -comentó Paula algo incrédula.
Pedro pensó que no había hecho más que perder el tiempo. Le pasó la mano por el pelo y sintió una oleada de deseo tan profundo que le entraron ganas de tumbarla sobre el sofá y hacerle el amor hasta que no tuvieran fuerzas ni para moverse. Aquel cuerpo, envuelto en una toalla, era como un regalo que invitaba a abrirlo. Se tuvo que convencer de que podía esperar.
-Como dice mi hermano, el amor no se puede controlar. Te controla él a tí. Me dí cuenta en nuestra víspera de bodas, cuando tú dejaste claro cuáles eran tus sentimientos...
-¿Yo? ¿Cuándo?
-Cuando dijiste en la cena que no me incordiarías con lo que sentías por mí. Al oír que sentías algo por mí, tuve que reflexionar sobre lo que sentía yo por tí. Me dí cuenta de que tenías razón, de que estaba poniendo de excusa una mala experiencia para no arriesgar el corazón.
-¿Y ahora?
-Ahora me preguntó cómo se puede vivir sin sentir amor -Paula asintió-. Antes de poder decirte lo que sentía, tenía que asegurarme de que el compromiso se podía romper -dijo Pedro besándole la frente-. Ya no quiero un matrimonio de conveniencia. Quiero que tengamos uno de verdad. Antes de pedírtelo, quería estar seguro de que tu respuesta no estaba condicionada por la obligación del compromiso.
Paula apoyó la cabeza en su hombro con alivio. Era lo que había soñado con oír. Sus pechos entraron en contacto con el torso de Pedro y sintió el latir de su corazón. Al darse cuenta de la poca ropa que la cubría, intentó apartarse. Sabía que ella no confundía el deseo con el amor, pero temió que él, sí. En ese momento, el príncipe le besó el cuello hasta que ella sintió que se derretía por dentro. Se le aceleró el corazón, le pasó los dedos por el pelo y lo besó con todo el amor del mundo. Él gimió ante aquel beso. Ella le estaba demostrando que los príncipes no eran los únicos que sabían besar. Lo estaba haciendo tan bien que él suspiró y la atrajo con fuerza contra su cuerpo mientras la besaba con pasión.
-Será mejor que nos casemos cuanto antes -apuntó Pedro.
-¿Una boda real no lleva meses de preparativos? -dijo preguntándose cómo lo iba a aguantar.
-Será mejor que la nuestra no porque, si no, tendré que llevarte a un poblado indígena y nos casará un chamán y nosotros iremos vestidos con faldas de paja -rió Pedro.
-No sé qué tal me quedaría una falda así...
-Yo prefiero no imaginarte así vestida -contestó Pedro mordisqueándole el cuello-. Ya me vuelves loco con una toalla. Si fueras desnuda de cintura para arriba, no podría responder de mi reacción.
-Entonces, será mejor que me vaya a vestir antes de que demos un escándalo. Ahora que has anulado el compromiso, ni siquiera estamos prometidos.
Paula sabía que la deseaba y que se quería casar con ella, pero no le había oído decir que la quería.
-¿Pedro? -preguntó dubitativa.
Al oír la duda en su tono, Pedro la abrazó más fuerte. Ella apoyó la cabeza en su hombro y deseó poder estar así siempre, entre aquellos brazos para siempre, pero no podía ser hasta que no supiera sus sentimientos.
-No me has dicho que me quieres.
Aunque no se había puesto de rodillas delante de nadie en su vida, Pedro Alfonso no dudó en arrodillarse ante Paula. Le tomó una mano con pasmosa facilidad y la miró a los ojos.
-Paula Chaves, te quiero con todo mi corazón. ¿Te quieres casar conmigo?
Paula solo acertó a susurrar un sí antes de deslizarse hasta arrodillarse también.
-No será fácil -le advirtió Pedro-. La vida de un miembro de la familia real tiene muchas obligaciones y pocas recompensas.
-Solo hay una cosa más que debes saber sobre mí, Pedro. Podría cambiar las cosas.
-¿Solo una? Yo pretendía descubrir todas tus facetas, ma amouvere, pero dime.
-Soy... quiero, decir, no he ... -no podía decirlo y deseó no haber hablado de ello.
-¿No has estado nunca con un hombre?
-Lo siento si te decepciona.
Pedro echó la cabeza atrás y se rió.
-No me río de tí, mi amor -le avisó-, sino de lo que te ha costado decirme lo que cualquier hombre del mundo estaría encantado de oír, que me quieres dar a mí lo que no le has dado a ningún otro. ¿Cómo iba a sentirme decepcionado? Me siento el hombre más honrado que existe al recibir semejante regalo. De verdad, tú ya eres una princesa, mi Paula.
Ambos rieron, Paula aliviada porque él se lo tomara como un regalo y no como un fastidio.
-Entonces, nuestra vida juntos tendrá sus recompensas.
Pedro no lo dudaba.
-Más de una, ma amouvere.
-¿Porque tú eres el príncipe y puedes ordenarlo? -preguntó un poco decepcionada.
-No, porque es nuestro destino.
Al pensar en el futuro que les esperaba juntos, Paula se sintió más feliz que nunca.
-¿Quién soy yo para llevarle la contraria al destino? -preguntó con lágrimas de felicidad en los ojos.
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