A Paula se le heló la sangre en las venas al pensar que la lectura de Ariel podía ser correcta. Carla tenía derecho, por supuesto, pero ella rechazaba la posibilidad con todo su ser.
-¿Vas a venir?
-¿Hay alguna razón por la que no deba ir?
-No, si estás segura de que es lo que quieres.
-Creí que era lo que tú quisieras.
-Lo que quiero es casarme con Pedro, si él quiere -contestó Paula sabiendo por primera vez lo que quería.
-Pero no puedes hacer eso.
-Vuelve con Ariel, Carla. Se quieren demasiado como para dejar que una pelea estúpida los separe. Pedro ha descubierto todo y pretende casarse por poderes. Voy a acceder.
-¿Por qué?
-Porque es el mejor futuro que veo ante mí.
-Si eso es lo que tú quieres, de acuerdo. Ariel me ha dicho que va a venir dentro de un par de horas para hablar, pero podría tomar un avión a Carramer ahora mismo.
-Quédate ahí y habla con Ariel -contestó Paula emocionada por la solidaridad de su hermana-. Cásate con él y sé feliz.
-Muy bien, lo haré -lloriqueó Carla--. Quiero a Ariel, lo sabes. Eres la mejor hermana del mundo.
-No, no lo soy, lo que pasa es que estoy enamorada de Pedro.
-¿De verdad? Eso es maravilloso. ¿Y él?
-Eso es lo que tengo que descubrir -suspiró Paula.
Colgó y decidió ir a hablar con Pedro. Tal vez ir en biquini no era lo más acertado, pero temió que, si perdía el tiempo cambiándose, el valor se esfumaría. Se envolvió en una toalla y recorrió los pasillos hasta el despacho de Pedro. Entró y lo encontró sentado, nada sorprendido de verla entrar. Evidentemente, su ayudante le acababa de informar de su llegada.
-¿Querías verme, Paula?
Su valor flojeó. Una cosa era decirle a su hermana que estaba enamorada de Pedro y otra, decírselo a él cuando el príncipe no quería oírlo.
-Acabo de hablar con mi hermana -dijo Paula.
-¿Está bien? -preguntó preocupado.
-Sí. Se ha ofrecido a venir a Carramer para casarse contigo y cumplir así el compromiso.
Paula vió que la cara de Pedro se endurecía y su mirada se tomaba fría. Él apretó los nudillos contra la mesa hasta que se le quedaron blancos.
-¿Y tienes intención de dejar que eso ocurra?
-Le he dicho que no venga.
Pedro cruzó la habitación y se acercó a ella, pero no la tocó.
-No tiene importancia, porque el compromiso está cancelado.
Era lo último que Paula tenía previsto oír y sintió que le fallaban las rodillas.
-No entiendo. ¿Cómo? ¿Por qué?
-Mandé que un grupo de expertos legales estudiaran los libros antiguos y han encontrado que el compromiso es nulo si una de las dos partes se casa con otra persona.
-¿Te vas a casar con otra persona, Pedro? -preguntó Paula en un hilo de voz.
-Yo, no, pero Carla, sí.
Paula pensó que una vez roto el compromiso, Pedro ya no estaba obligado a casarse con ella. Seguro que querría deshacerse de ella cuanto antes. Menos mal que no se le había declarado. Así, al menos, se iría con cierta dignidad.
-En ese caso, iré a hacer las maletas.
-Paula -dijo imperiosamente.
-¿Sí?
-No sabías que el compromiso se había roto cuando viniste a verme. ¿Qué querías?
-Ya no tiene importancia, ¿No?
-¿Cómo quieres que lo sepa si no me lo cuentas?
Supongo que sería urgente para que vinieras vestida así. No es que no me guste, pero es poco... común. Paula se había olvidado de su vestimenta, pero notó que a él le costaba apartar la mirada de su cuerpo semidesnudo.
-Siento haber venido así vestida. Estaba pensando en otras cosas.
-¿Qué cosas? -preguntó con chiribitas en los ojos.
Paula pensó que al diablo con la dignidad, era más importante contarle lo que sentía porque le iba a explotar el corazón.
-Vine para decirte que te quiero -confesó-. Supongo que ya no te interesará saberlo.
-Te equivocas -dijo acercándose a ella-. Me interesa más que nunca.
Paula no podía creerlo. Tomó aire hasta el límite de sus pulmones, pero siguió sintiendo que no podía respirar.
-¿No me vas a mandar lejos?
-No se me ocurriría.
-Es una suerte porque había decidido quedarme en Carramer. Si es necesario, abriré una tienda de arreglos florales. Se me ocurrió el día del invernadero.
-El día del invernadero a mí también se me ocurrieron unas cuantas cosas, pero no tenían nada que ver con las flores.
-Oh.
-¿Te imaginas con qué?
-Prefiero que me lo digas tú -susurró por miedo a equivocarse.
-Muy bien. Te lo voy a decir cuantas veces sea necesario, hasta que me creas. Quiero que te quedes, Paula, y no me refiero a que te quedes en Carramer y pongas un negocio de flores, quiero decir, aquí, conmigo.
Pedro le agarró las manos y le besó los dedos con tal ternura que hizo que a ella se le saltaran las lágrimas.
-Creí que no me lo pedirías nunca -murmuró.
-Creí que nunca iba a querer decírtelo, pero ahora quiero repetírtelo una y otra vez. Y, además, te lo demostraré de todas las formas posibles.
Como aperitivo, comenzó a darle besos por los hombros descubiertos.
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