En cuanto Paula Chaves sintió que la poderosa corriente subterránea empezaba a arrastrarla a aguas profundas, supo que estaba en peligro. La corriente era tan veloz como en un río y demasiado poderosa para que pudiera nadar contra ella. Apenas conseguía mantener la cabeza por encima de la superficie. El instinto la impulsaba a tratar de regresar a la playa, pero resistió la tentación, ya que eso habría representado una muerte segura. Se puso a nadar en paralelo a la costa. Tarde o temprano la corriente se disiparía en aguas tranquilas y entonces podría nadar hacia la orilla, aunque, dada la fuerza de las aguas rápidas, seguro que terminaría muy lejos de Saphir Beach. No pudo evitar pensar en los tiburones que frecuentaban la zona. Se le ocurrió que quizá solo devoraran a mujeres de Carramer y no a australianas de visita. La fantasía la distrajo brevemente del dolor creciente en hombros y brazos. Justo cuando empezaba a temer no tener fuerzas suficientes para regresar a la costa, sintió que la corriente aflojaba y se puso a bracear en dirección a una cala que se divisaba a lo lejos. Aunque el cansancio y el agua salada le nublaban la vista, creyó ver a alguien en la arena, a menos que fuera otra fantasía. Al llegar a aguas someras, no fue capaz de hacer acopio de energía para ponerse de pie; el pecho le subía y bajaba por el esfuerzo de respirar. Las olas rompieron sobre su cabeza y amenazaron con sacarla otra vez a mar abierto, pero encontró la fuerza necesaria para resistir. De pronto sintió que la alzaban unos brazos fuertes que la llevaron hasta la playa.
-Está bien, ya se encuentra a salvo.
La voz tenía acento francés y era inconfundiblemente masculina, a pesar de que el hombre no era más que una silueta borrosa. Notó que la depositaba boca abajo sobre una superficie sólida y que ejercían presión en su espalda. Intentó protestar, pero no logró emitir sonido alguno. La presión regresó varias veces a intervalos regulares, hasta que tosió y expulsó una copiosa cantidad de agua salada.
-Mucho mejor -comentó la voz-. Quédese quieta mientras voy a buscar al médico.
Aturdida, se apoyó en un codo e intentó centrar su atención en el hombre alto y de hombros anchos que la había rescatado y se inclinaba sobre ella. Su voz sonaba preocupada y las manos que depositaron una toalla doblada bajo su cabeza y le ofrecieron otra para que se limpiara la cara eran gentiles.
-No necesito un médico. Estaré bien si puedo descansar unos minutos - farfulló.
-Dista mucho de hallarse bien. Ha estado a punto de ahogarse. Es evidente que no lleva mucho en Carramer o, de lo contrario, sabría que Saphir Beach es peligrosa, a menos que se conozcan muy bien sus aguas. No necesitaba que un desconocido le señalara que todo se debía a su propia estupidez.
-¿Cómo iba a saberlo? -le espetó-. Los únicos carteles de advertencia estaban en el idioma de Carramer.
-Qué sorpresa.
Luchó por sentarse y se encontró sobre una manta gruesa bajo un toldo blanco que le recordó la tienda de un jeque. Incómoda, comprendió que debía de haber ido a parar a una de las muchas playas privadas que había en el reino. Su propietario, tal como sugería su conducta, estaba irritado por la intrusión. La visión casi se le había aclarado y, a pesar del gesto de desaprobación, el hombre que la había salvado tenía unas facciones arrebatadoras, como cinceladas en piedra. Sus ojos negros la miraban furiosos. Algo en él le resultó familiar, aunque se encontraba tan cansada que apenas lograba pensar.
-Me llamo Paula Chaves-se presentó con el fin de aliviar la tensión y complacida de que su voz sonara menos ronca-. Pau para los amigos.
-Paula -el tono seco de inmediato lo eliminó de la categoría de amigo-. Yo soy Pedro Alfonso.
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