-¿Crees que no te conozco como para saber que tú no serías capaz de hacer una cosa así? Imagino el gran esfuerzo que tuviste que hacer para intentar arreglar las cosas. Sandra no tiene derecho a destrozar más vidas. Ve a hablar con Paula. Se merece otra oportunidad. Puede que se haya equivocado, pero no es como Sandra.
Por fin, Pedro se quitó de encima la culpa que sentía desde la muerte de su cuñada. Sintió que podía volver a mirar a su hermano a los ojos. No sabía si el amor era para él ni si Paula lo quería, pero, si Gonzalo creía que había una oportunidad para ellos, tal vez fuera cierto. Su hermano, después de todo, estaba felizmente casado con Candela y debía de saber de esas cosas.
-Tú mandas -le dijo Pedro.
-En esto, no. Esto es algo entre Paula y tú. ¿Qué vas a hacer?
-Seguir la tradición hasta sus últimas consecuencias -sonrió Pedro.
-¿Estás pensando lo mismo que yo? -se sorprendió Gonzalo.
-No sé si lo que Paula y yo tenemos es amor, pero solo hay una forma de descubrirlo.
-¿Estás seguro de que es una buena idea?
-No, pero no puedo hacer otra cosa. Deséame suerte.
Cuando le abrió la puerta a Paula de aquel pabellón solitario situado en una isla en mitad del lago, ella lo miró como si se hubiera vuelto loco. Tal vez tuviera razón.
-¿Para qué me has traído aquí?
-Según la tradición de Carramer, los futuros esposos pasan una noche juntos antes de casarse. Como eran matrimonios de conveniencia, no se conocían y de ahí esa noche, llamada Víspera de boda.
-¿Te crees que como soy la representante de Carla puedes hacer lo que quieras conmigo? Como me pongas una mano encima, te juro que te arrepentirás -dijo Paula fríamente pensando que esa era la forma que Pedro tenía de vengarse de ella.
-La Víspera de la boda no tiene nada que ver con el sexo. Se trata de tener algo de tiempo para conocerse un poco.
-Creí que solo querías enseñarme el pabellón. No me traído nada para quedarme -dijo intentando disuadirlo, porque lo de conocerse le daba más miedo que lo del sexo.
-Aquí tienes todo lo que puedas necesitar.
Paula pensó que nada más cierto. Lo único que ella necesitaba era a él.
-¿Y tus guardaespaldas?
-Se mantendrán a una distancia prudencial.
-Me gustaría dar una vuelta.
-Iremos juntos. El objetivo de esta noche, es estar juntos -dijo acercándose.
Paula intentó concentrarse en lo que veía, pero era muy difícil con el hombre a quien amaba tan cerca. Recorrieron el pabellón, que era maravilloso.
-¿Para qué se usa este lugar?
-Para amar. Mi abuelo lo mandó construir para su prometida, para pasar aquí su Víspera de boda.
-¿Fueron felices?
-Su amor es legendario. Estuvieron cuarenta y dos años casados y tuvieron siete hijos.
-¿Qué se supone que vamos a hacer aquí toda la noche? -preguntó Paula pensando en lo diferente que iba a ser su matrimonio.
-Conocernos -sonrió Pedro.
-¿Por qué? -preguntó ella desolada.
-Porque nos vamos a casar.
-No en el verdadero sentido de la palabra.
-Los dos sabemos que Carla no vendrá. Así que estamos tú y yo - dijo Pedro levantándole la barbilla y mirándola a los ojos.
-Sigue siendo un matrimonio de conveniencia -dijo con amargura-. Llámalo como quieras, Pedro, pero es porque a tí te conviene. Tú te llevas el halo de respetabilidad que tu posición requiere sin renunciar a tus devaneos.
-No ha habido nadie desde hace mucho tiempo -dijo acariciándole los hombros.
-¿Por qué me cuentas todo esto, Pedro? -preguntó Paula intentando ignorar el fuego que brotaba de sus manos.
-Para que dejes de verme como un príncipe ligón y comiences a pensar que soy un hombre normal, que tiene sus necesidades y sus deseos. Por desgracia, al ser Príncipe, no siempre puedo darme el gusto.
-¿Te lo estás dando ahora?
-Si lo estuviera haciendo, esto no sería un retiro célibe -dijo apartándose de ella lentamente, con esfuerzo.
-¿Se puede mirar pero no tocar?
-Es difícil, pero es de lo que se trata. El aspecto físico es solo una parte del matrimonio.
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