jueves, 25 de febrero de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 7

 -¿Y te enfadaste conmigo por albergar sospechas? -el otro enarcó las cejas-. En cuanto reciban ese mensaje, nadie podrá contener los rumores.


-Como siempre, tienes razón -suspiró-. Que mi ayudante las informe de que Paula trabajará en mi casa como... señorita de compañía para Joaquín durante el resto de su estancia en nuestro país.


Andrés tuvo la gentileza de no sonreír, aunque pareció complacido con la decisión.


-Da por hecho que ella aceptará, claro.


-Por supuesto que lo hará, si yo lo ordeno.


-Ya debería saber que los australianos pueden ser muy independientes -se encogió de hombros- La señorita Chaves no parece ninguna excepción. Si fuera usted, se lo pediría con amabilidad; y puede que consiga un «sí».


Eso era algo a lo que Pedro no estaba acostumbrado. Como soberano de Carramer, su palabra era, literalmente, la ley. Por primera vez se preguntó si ese no habría sido el primer obstáculo para la felicidad de su mujer. Como jamás sabría la respuesta, lo descartó de su mente.


-Lo pensaré.


-Reconozco una despedida cuando la oigo -repuso el médico-. Me quedaré a pasar la noche aquí por si su joven amiga necesita algún cuidado.


-No es «Mi joven amiga» -indicó irritado-. Aunque, de momento, parece que la tendré conmigo.


-La mayoría de los hombres jóvenes no consideraría un problema alojar a una mujer hermosa.


Pedro le lanzó su mirada más severa, aunque sabía que desperdiciaba el gesto con el médico.


-La mayoría de los hombres jóvenes no dirige un país.


-Ni ha tenido una mala experiencia con una belleza australiana -observó el otro-. Recuerde, no todas las mujeres de ese país son como Sandra. A algunas les gusta vivir en Carramer.


El príncipe sabía que Estela, la esposa de Andrés Pascale, era una de ellas. Era imposible conocer a una persona más agradable y generosa. Incluso bien cumplidos los sesenta, seguía siendo una belleza, y su lealtad a Carramer era inquebrantable. 


-Ni todas son como Estela -replicó-. Puede que sea australiana, pero su corazón pertenece a Carramer.


-Parte del mérito lo tengo yo -el médico rió-. Cuando uno está tan enamorado como lo estamos Estela y yo, incluso después de cuarenta años de matrimonio, poco importa dónde se viva, lo principal es estar juntos.


-Puede que tú solo tengas una paciente, pero yo tengo un millón de súbditos y necesito trabajar, con o sin vacaciones -explicó.


-Puede que tenga un millón de súbditos -comentó el médico desde la puerta-, pero sigue siendo un hombre con necesidades y deseos. Quizá necesite que una mujer haya aparecido en su playa para recordárselo. Buenas noches.


Antes de que pudiera responder, se quedó solo. Nunca antes sus aposentos privados le habían parecido tan solitarios. Quizá el médico tuviera razón. Era hora de llegar a conocer a una o dos de las mujeres hermosas que, por lo general, desfilaban ante él en las recepciones oficiales. Ninguna conquistaría su corazón a menos que les diera la oportunidad. La idea le resultó menos grata de lo que debería.


-Bien, te has despertado. Papá dijo que no te molestaran hasta que te hubieras despertado tú sola.


Paula tardó un momento en relacionar al niño que había al pie de la cama con el entorno, luego se sentó de golpe al recordarlo. Había estado a punto de ahogarse, pero el propio príncipe Pedro la había rescatado. Recordó que se había desmayado a sus pies y que luego se despertó brevemente al notar que un médico amable la examinaba.


-¿Qué hora es? -le preguntó al niño asombrado que la observaba.


-No lo sé, solo tengo cuatro años. Te fuiste a la cama incluso antes que yo.


-Así fue, ¿Verdad, Joaquín? -no pudo evitar sonreír-. Me gustaría que me llamaras Pau. Es el nombre que usan mis amigos y espero que tú seas mi amigo -palmeó sobre el colchón-. Ven -el niño no necesitó una segunda invitación.


-Hablas con un acento gracioso.


-Soy de Australia. Por eso te resulta gracioso -el pequeño se acomodó a su lado.


-Mi mamá también era de Australia. ¿Es como el cielo?


-No, es como Carramer, Joaquín -había algo extraño en ese tema-. ¿Tu mamá está en el cielo? -preguntó con suavidad.

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