¿Qué tenía Paula Chaves que hacía que cobrara conciencia de su vida célibe? Después de lo sucedido con Sandra, sabía que no debía involucrarse con una mujer que no perteneciera a su propia esfera social, y menos una australiana. Además, no ansiaba tanto la compañía femenina. Sin embargo, esa mujer tenía algo que lo alteraba de un modo en que prefería no pensar. Cuanto antes le dieran el alta, mejor sería para todos. Al llegar a la villa, el doctor Pascale se hallaba en la terraza de mármol con expresión ansiosa. En cuanto vió a Pedro, le indicó a los criados que ayudaran al príncipe. Pedro les entregó a Paula con renuencia.
-Llevenla a la suite rosa -ordenó. De todas las habitaciones de invitados que había en la villa, era la más hermosa. Una artista apreciaría despertar en ese entorno-. Dame tu informe en cuanto la hayas examinado -le indicó al médico.
-¿Esta joven es especial para usted? -el otro enarcó las cejas.
Treinta y un años atrás el médico había ayudado a traer al mundo al príncipe y era una de las pocas personas que se atrevería a hablarle con tanta familiaridad. Los padres de Pedro habían muerto durante un ciclón cuando este solo contaba veinte años, y el médico se había convertido en algo así como una figura paterna.
-Es una desconocida que necesita nuestra ayuda, Andrés. Te sugiero que se la proporciones.
El médico no pareció intimidado por la brusquedad de Pedro.
-Como desee, alteza -de algún modo logró que el tratamiento sonara a reprimenda.
Pedro lamentó de inmediato el tono empleado. Merecía la censura de Andrés. Sin importar lo confuso que estuviera por la llegada inesperada de la australiana, aquello no le daba derecho a tratar así a un querido amigo.
-Aguarda, Andrés. Lamento haber saltado. Haz lo que puedas por ella, ¿De acuerdo?
-Como desee, alteza -repuso el médico con expresión divertida. En esa ocasión el tratamiento contenía todo el afecto que había surgido entre ellos a lo largo de los años.
Cuando el otro regresó con su informe, Pedro se había duchado y puesto una camisa blanca y unos pantalones negros. Lo sorprendió la tensión que notó en su interior mientras esperaba el diagnóstico del médico.
-La dama no ha sufrido ningún daño permanente -informó-. Al menos físico.
-Entonces, ¿Por qué se desmayó?
-Mi diagnóstico es el agotamiento -se acercó a un ventanal que daba a los jardines de la amplia villa.
-¿Por el mal trago pasado?
El médico se volvió y negó con la cabeza.
-Yo diría que por algo más. Está extenuada y con unos leves síntomas de anemia. Cuando recuperó la conciencia, se hallaba lo bastante aturdida como para ser sincera y reconocer que hacía años que no se tomaba unas vacaciones. Tengo entendido que no ha dormido mucho desde que llegó a nuestro país.
-Imagino que dedica las noches a salir a divertirse con otros turistas de su edad.
-Lo dudo -observó el doctor Pascale con tono seco-. Se aloja en el Shepherd Lodge.
-Comprendo.
Shepherd Lodge estaba regentado por una orden de monjas que imponía una conducta apropiada a sus residentes. Las jóvenes que se alojaban allí se conformaban con unas habitaciones espartanas y cumplían con la obligación de realizar tareas en el hostal, que era limpio e increíblemente barato. En la playa ella le había mencionado que se quedaría hasta que le durara el dinero.
-Le he suministrado algo que la ayudará a dormir -continuó el médico-. ¿Quiere que me ocupe de que la trasladen al hostal cuando despierte?
Pedro no dudaba de la respuesta que esperaba el médico. Andrés Pascale podía estar haciéndose viejo, pero no era tonto.
-Sabes muy bien que no puedo enviarla allí hasta que no se recupere. Tienen reglas que prohíben que los residentes se queden en las habitaciones por el día.
-Entonces, ¿Puede quedarse en la suite rosa uno o dos días hasta que se recobre?
-Uno o dos días -asintió, y se preguntó si tenía que hacerse ver la cabeza-. Haz que alguien le comunique a la madre superiora del hostal que su residente se alojará en mi villa, para que no se inquiete.
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