martes, 16 de febrero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 44

Paula recordó la referencia que Pedro había hecho a la comunión de las mentes de Shakespeare, pero se negó a dejarse llevar por la esperanza. No podía dejarse llevar y arriesgarse a salir más herida de lo que ya estaba, aunque le costaba imaginar que pudiera estar peor. Se equivocó. Estar con él toda la noche, pero sin tocarse era una tortura exquisita. ¿Sería aquello un aperitivo de lo que era un matrimonio por poderes? Decidió que ella también podía ponerle a prueba. A ver si el amor le era tan extraño como él afirmaba. Las cosas tenían que quedar claras de una vez por todas. Al caer la tarde, fue a su habitación a cambiarse. Se puso un traje tradicional de Carramer. Ya no tenía que fingir que era Carla, así que se peinó como a ella le gustaba y se puso una orquídea en una oreja. Al entrar en el salón, vio que él se había quedado sin habla. Había sido mutuo. Él también se había cambiado y estaba estupendo. Había una mesa con dos servicios en la terraza y olía maravillosamente a comida. Anduvo todo lo seductora que pudo hasta él y aceptó la copa de vino que le tendía. Con satisfacción, vió que a él le temblaba la mano.


-Paula -le advirtió él.


-¿Qué? -preguntó, la inocencia personificada.


-No sé lo que te traes entre manos, pero piénsatelo dos veces porque yo creo en la tradición, pero solo hasta cierto punto.


-¿Hasta qué punto? -preguntó ella moviendo las pestañas.


-Hasta que me provocan sin remedio.


-¿Me estás diciendo que el príncipe Pedro puede perder su famosa compostura? -preguntó con los ojos muy abiertos. 


«¿Y admitir que me quiere, quizás?».


Él le quitó la copa y se acercó. El momento en que sus pieles entraron en contacto fue incendiario. Cuando se besaron, la habitación comenzó a girar. El beso no duró más que unos segundos, suficiente para que Paula se quedara sin aliento, se sonrojara y se le disparara el corazón.


-¿Contenta?


-No. Ya sabía que puedes ponerme a mil, Pedro, como ningún otro hombre.


-¿Y se te ha ocurrido devolverme el favor? 


-Quizás esté pensando en algo más.


-A lo mejor no hay nada más. ¿No puedes conformarte con lo que te ofrezco?


-Tu apellido, tus títulos y tus bienes -recitó con dolor-. Si fuera Carla, tal vez fuera suficiente, pero no lo soy.


-Entonces, ¿Qué quieres?


-Más de lo que tú quieres darme -dijo dándose la vuelta para que no viera el dolor que aquello le provocaba.


-No se trata de querer -contestó enfadado.


-Sé lo de Sandra, Pedro. Mónica Sloane me contó lo que pasó entre ustedes.


-No tenía derecho a traicionar mi confianza.


-Se preocupa por tí -añadió Paula a punto de agregar «como yo».


-Entonces, debería haberte advertido que Sandra me demostró que todo esto del amor es inútil. Mi hermano la quería, le daba todo, pero no fue suficiente. Lo traicionó y lo hirió tanto que estuvo a punto de no recuperarse.


-Y te utilizó a tí para herirlo.


-No es una experiencia fácil de olvidar.


«Ni de perdonar», pensó Paula con el corazón hecho trizas.


-No, pero no puedes renunciar al amor por una mala experiencia. Gonzalo no lo ha hecho. Míralo, él no ha renunciado al amor y es feliz. Yo tampoco he renunciado al amor. Si no, no estaría aquí.


-¿Qué quieres decir?


-Nada.


-Cuando llegaste, dijiste que Paula había sufrido la traición de su pareja. ¿Qué ocurrió?


-Nada. Ya pasó.


-Sí, pero no lo has olvidado. Cuando hablas de ello, se ve la pena en tus ojos.


-Se llamaba Rafael. Creí que... lo quería. Un día, volví antes de lo previsto de un viaje y decidí darle una sorpresa. Pensé en ir a su casa y cocinar algo especial para cuando él llegara. La que se llevó la sorpresa fui yo porque me lo encontré con otra mujer.


-¿Haciendo el amor?


-Sí -contestó en un hilo de voz.


Pedro se acercó y la abrazó con cariño para consolarla. No había nada de pasión en el abrazo. Paula se dejó caer entre sus brazos. Sabía que no iba a durar, pero estaba tan a gusto... La traición de Rafael le había dolido, pero sabía que la cura estaba allí, entre aquellos brazos. Nada de lo que había sentido antes por un hombre se podía comparar a lo que sentía por Pedro.


-¿Y cómo puedes seguir pensando que el amor es lo mejor que te puede pasar en la vida?


-Te parecerá una locura, ¿Verdad? -preguntó Paula levantando la cabeza.


-No, me da envidia. -¿De Rafael?


-De tu habilidad para superarlo -contestó. . «Pues claro que de Rafael, por ocupar el lugar en tu corazón que yo quiero ocupar».


Ella se apartó y agarró la copa de vino.


-No sé si lo he superado, pero no voy a dejar de creer en el amor. Eso sería dejar que ganara la guerra, en lugar de solo una batalla. No lo permitiré.


-Eres una mujer de bandera -dijo Pedro con sinceridad. Tal vez, él debería hacer lo mismo. 


«Ni de perdonar», pensó Paula con el corazón hecho trizas. 

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