Pedro se soltó el cuello del uniforme que, de repente, le apretaba. No tenía intención de anunciar la fecha de la boda tan pronto, pero era mejor así porque la deseaba demasiado como para esperar. No respondía de sus acciones.
-¿Se te ocurre alguna razón para retrasarla? Obviamente, ambos sabemos lo que queremos -dijo Pedro viendo la cara de sorpresa de Paula.
-Tú no sabes lo que yo quiero -contestó ella jugueteando con las flores.
Pedro estuvo a punto de explotar al verla tocar un lirio. El deseo le golpeó y sintió que le quemaban los ojos. Quería tomarla allí, sin esperar a la boda, quería salir de dudas. Le pertenecía. ¿Por qué no tomar lo que era suyo por derecho? No pudo. Por primera vez, se echó atrás. Nunca había tomado a una mujer por la fuerza, nunca se había visto obligado a ello. Su mirada frágil lo detuvo.
-¿Niegas que me deseas? -le preguntó.
-No -contestó sinceramente.
Aquella contestación hizo que sintiera deseos de abrazarla, de dejar a un lado el deseo físico para proteger a su... ¿Compañera? Aquello daba al traste con sus planes de matrimonio sin amor. Enfadado consigo mismo, se puso la careta que estaba tan acostumbrado a llevar como miembro de la familia real.
-Entonces, la boda se celebrará cuanto antes.
-Hablas de ello como si se tratara de un negocio.
-¿Qué más quieres que sea?
-Un poco de amor no estaría mal -contestó en nombre de Paula, no de Carla.
-Te recuerdo que este matrimonio se celetirará para beneficio mutuo, no por amor -contestó a punto de quitarse la careta ante la melancolía de Paula.
-Querrás decir en tu beneficio -le corrigió enfadada-. Tú ganas una consorte, una compañera de cama y una madre para tus hijos sin sacrificar ni un ápice de tu libertad. ¿Se puede saber qué gana tu mujer?
-Creí que a estas alturas, ya sabrías la respuesta -dijo sonriendo.
Parecía que no era así, así que tuvo que hacerle otra demostración. Se dijo que no tenía nada que ver con que las ganas por abrazarla lo estuvieran matando. Sin darle tiempo de reacción, le había quitado las flores de las manos y le estaba besando el cuello. La reacción de Paula no se hizo esperar. Lo abrazó y se apretócontra él. Aquello fue suficiente como para que Pedro la besara. Le acarició el labio inferior con la lengua, haciendo que ella jadeara. Él pensó que ella le estaba pillando gusto a esas demostraciones. Se suponía que le iba a enseñar lo que podía esperar de su matrimonio, pero empezó a preguntarse quién estaba enseñando a quién. Su aroma lo embriagó. No estaba previsto sucumbir ante ninguna mujer, sobre todo, no ante aquella mujer.
-No te funcionará -suspiró Paula.
-Creo que está funcionando a las mil maravillas -contestó Pedro mordiéndole el lóbulo de la oreja.
-Puede que para tí sí.
-¿Quieres que pare? -dijo Pedro jugueteando con el lóbulo.
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