jueves, 4 de febrero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 30

Paula se apartó de él respirando con dificultad:


-No puedo pensar cuando me haces eso -confesó.


-De eso se trata -apuntó Pedro fastidiado porque él estaba igual de excitado.


-No soy un animal salvaje al que puedes domesticar usando tus encantos -le advirtió ella.


-No sé yo lo de salvaje, pero, sí, tienes razón, no pareces calmada. Más bien todo lo contrario. No me estoy quejando... -puntualizó Pedro.


Ella tampoco parecía descontenta. Parecía... alarmada... consigo misma. Maldición. Él se sentía igual. Imposible. Él no amaba a las mujeres, se limitaba a hacerles el amor. La única manera de no enamorarse era controlarse. No tenía intención de cambiar en aquello, ni siquiera con su mujer. Con su mujer menos que con ninguna. No podía parar de pensar en cómo se comportaba cuando la abrazaba, en su olor, en su sabor, en cómo se movía. Cuando se enfadaba estaba estupenda. Excitada era maravillosa. Quería verla consumida por la pasión, quería que lo deseara tanto que no pudiera pensar. Imaginar lo que podían hacer juntos hacía que él casi no sintiera el suelo bajo los pies. Había una cosa que siempre había evitado: el amor. Le fastidiaba que fuera lo único que ella parecía querer. ¿No se daba cuenta de que podían compartir mucho más? ¿Qué diferencia podrían marcar unas palabras?


-¿Serviría de algo si te digo que te quiero? -preguntó para hacer la prueba. Nunca le había dicho nada parecido a ninguna mujer, pero no le costó esfuerzo.


Ella agarró el lirio y se lo tiró. Le dió en el pecho y cayó al suelo, dejando una mancha verde en el uniforme blanco.


-Lo siento, no ha sido mi intención.


-Se quitará. Mi ayudante de cámara se encargará de limpiarlo. Tirar flores al príncipe no es un delito -dijo Pedro secamente.


-Ya, bueno, ha sido una chiquillada, lo siento -dijo Paula agarrando el pañuelo, humedeciéndolo y frotando la mancha.


Su cercanía hizo que el deseo de Pedro se volviera a disparar. Aquello no tenía fin. 


-Te he dicho que ya lo limpiarán -dijo agarrándola de las muñecas.


-En ese caso, me gustaría irme. Todavía no he comido.


-Yo tampoco -dijo soltándola muy a su pesar-. Había pensado llevar a Nico al puerto deportivo. ¿Quieres venir con nosotros?


-No. Es mejor que vayan ustedes. Yo solo sería un incordio.


-Si quieres, le puedo decir a Nadia que venga de carabina.


-¿Necesitamos una? -sonrió Paula.


-Ven con nosotros y lo descubriremos.


Pedro vió que ella dudaba. Podía ordenárselo, pero quería que fuera por su propia voluntad. Tampoco estaba acostumbrado a esperar una respuesta.


-De acuerdo. Voy a cambiarme -contestó Paula tras una pausa.



Mientras se cambiaba, Paula pensó que debía de estar loca. Se miró al espejo y se encontró igual. Sin embargo, se sentía muy cambiada. Sintió que en aquellos pocos minutos en el invernadero había cruzado alguna frontera. Había deseado que Pedro le hiciera el amor como nunca había deseado nada. Había deseado darle placer, un placer como nunca hubiera sentido él. Le entraron ganas de reír. Estaba claro que ella no podía enseñarle nada sobre hacer el amor, pero sí podía enseñarle, la felicidad de compartir las cosas con otra persona. Se dió cuenta de que Pedro parecía muy solo y decidió que ella debía aliviar esa soledad. Lo deseaba tanto como hacer el amor con él. De repente, se dió cuenta de que no debía imaginarse que sería su compañera porque era imposible. Decidió tomarse la excursión como una prueba de fuego, ver si era capaz de estar en su compañía sin desearlo. 

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