jueves, 25 de febrero de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 8

 -Papá dice que no podemos visitarla allí -asintió-, pero que es muy feliz.


Paula sintió como si una mano gigantesca le estrujara el corazón. De modo que la mujer de Pedro era australiana y había muerto no hacía mucho. Recordó la frialdad de él cuando identificó su nacionalidad. Con tristeza, pensó que había debido de amarla mucho para reaccionar con tanta intensidad.


-Estoy segura de que tu papá tiene razón, cariño -aseguró con voz trémula.


Algo la impulsó a volverse y lo vió en el umbral de la puerta. Llevaba un polo celeste con un monograma en el bolsillo y pantalones azul marino, cuyo corte resaltaba su figura atlética. Paula se arropó en un gesto instintivo de pudor. Al ver a su padre, el pequeño Joaquín bajó de la cama y pasó por debajo de su brazo para abandonar la estancia. Pedro le dijo algo de que la niñera lo esperaba con el desayuno.


-Sobre lo sucedido ayer, alteza -comenzó con su tratamiento formal-, lamento haber irrumpido de esa manera en su intimidad. Gracias por hacer que su médico me examinara y por permitir que me recuperara aquí, pero será mejor que regrese a Allora.


-Andrés... el doctor Pascale... ha prescrito varios días de reposo para usted - la informó el príncipe. No parecía muy complacido-. Me ha dicho que está agotada y casi anémica.


Lo expuso como si le resultara una absoluta molestia. El temperamento de Paula se encendió.


-No pretendía caerme a sus pies, alteza. Estoy convencida de que podré recuperarme igual de bien en mi hostal, si me permite vestirme y seguir mi camino -vagamente recordó que el médico la había ayudado a cambiarse, después de ordenar que le trajeran algo de ropa. Giró la cabeza y vio varias prendas bien dobladas en un galán junto a la ventana-. Me cercioraré de que reciba la ropa en perfecto estado.


-La ropa no es importante -el príncipe movió la cabeza-. El doctor Pascale quiere que permanezca aquí.


Paula se sentó y, por un momento, olvidó que el médico le había puesto un camisón que revelaba tanto como ocultaba. Con dificultad resistió la tentación de volver a taparse con el edredón. Había temas más importantes que tratar.


-¿Es que mi opinión no cuenta? -exigió.


-Si fuera de Carramer, conocería la respuesta -repuso con furia en sus ojos.


-¿Porque usted es príncipe y yo una plebeya? -podía ser el monarca de su país, pero no de Australia, y ya era hora de que se lo indicara.


-Su rango es irrelevante. Me refería a la prescripción del doctor Pascale de que debía descansar.


El hecho de que Pedro no le permitía quedarse por ningún otro motivo avivó su furia. Era evidente de que con o sin órdenes del médico, le encantaría deshacerse de ella.


-Ahora descanse -indicó él al percibir su agotamiento-. Ya se ha informado a su hostal de que permanecerá aquí y su equipaje le será traído esta mañana.


-Ha pensado en todo -comentó con tono rebelde.


-Exacto. Y para acallar cualquier rumor improcedente, también se ha informado de que se incorporará a mi personal como acompañante temporal del príncipe heredero.


-¿De verdad? -eso era interesante.


-Por supuesto que no. Joaquín parece disfrutar de su compañía, pero ya está bien cuidado.


«También es un niño solitario», pensó, aunque tuvo la impresión de que Pedro no quería oírlo.


-Entonces me temo que no puedo quedarme -apartó la sábana.


En cuanto pasó las piernas por el borde de la cama comprendió que había cometido un error. El camisón apenas le llegaba a los muslos. Pedro había visto mucho más cuando la rescató, pero Paula no se había sentido tan expuesta como en ese momento. Fue muy consciente de que se hallaba en un dormitorio y de que, por encima de todo, Pedro era un hombre entre los hombres, tal como se leía en su libro turístico. La frase le había parecido extravagante, aunque la alarmó recordarla en ese momento. La hacía sentirse como una mujer, algo que no había experimentado durante los años en que había cuidado de su madre y de su hermana. Se negó a dejar que supiera lo incómoda que se sentía y resistió junto a la cama, deseando que la habitación dejara de dar vueltas. 

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 7

 -¿Y te enfadaste conmigo por albergar sospechas? -el otro enarcó las cejas-. En cuanto reciban ese mensaje, nadie podrá contener los rumores.


-Como siempre, tienes razón -suspiró-. Que mi ayudante las informe de que Paula trabajará en mi casa como... señorita de compañía para Joaquín durante el resto de su estancia en nuestro país.


Andrés tuvo la gentileza de no sonreír, aunque pareció complacido con la decisión.


-Da por hecho que ella aceptará, claro.


-Por supuesto que lo hará, si yo lo ordeno.


-Ya debería saber que los australianos pueden ser muy independientes -se encogió de hombros- La señorita Chaves no parece ninguna excepción. Si fuera usted, se lo pediría con amabilidad; y puede que consiga un «sí».


Eso era algo a lo que Pedro no estaba acostumbrado. Como soberano de Carramer, su palabra era, literalmente, la ley. Por primera vez se preguntó si ese no habría sido el primer obstáculo para la felicidad de su mujer. Como jamás sabría la respuesta, lo descartó de su mente.


-Lo pensaré.


-Reconozco una despedida cuando la oigo -repuso el médico-. Me quedaré a pasar la noche aquí por si su joven amiga necesita algún cuidado.


-No es «Mi joven amiga» -indicó irritado-. Aunque, de momento, parece que la tendré conmigo.


-La mayoría de los hombres jóvenes no consideraría un problema alojar a una mujer hermosa.


Pedro le lanzó su mirada más severa, aunque sabía que desperdiciaba el gesto con el médico.


-La mayoría de los hombres jóvenes no dirige un país.


-Ni ha tenido una mala experiencia con una belleza australiana -observó el otro-. Recuerde, no todas las mujeres de ese país son como Sandra. A algunas les gusta vivir en Carramer.


El príncipe sabía que Estela, la esposa de Andrés Pascale, era una de ellas. Era imposible conocer a una persona más agradable y generosa. Incluso bien cumplidos los sesenta, seguía siendo una belleza, y su lealtad a Carramer era inquebrantable. 


-Ni todas son como Estela -replicó-. Puede que sea australiana, pero su corazón pertenece a Carramer.


-Parte del mérito lo tengo yo -el médico rió-. Cuando uno está tan enamorado como lo estamos Estela y yo, incluso después de cuarenta años de matrimonio, poco importa dónde se viva, lo principal es estar juntos.


-Puede que tú solo tengas una paciente, pero yo tengo un millón de súbditos y necesito trabajar, con o sin vacaciones -explicó.


-Puede que tenga un millón de súbditos -comentó el médico desde la puerta-, pero sigue siendo un hombre con necesidades y deseos. Quizá necesite que una mujer haya aparecido en su playa para recordárselo. Buenas noches.


Antes de que pudiera responder, se quedó solo. Nunca antes sus aposentos privados le habían parecido tan solitarios. Quizá el médico tuviera razón. Era hora de llegar a conocer a una o dos de las mujeres hermosas que, por lo general, desfilaban ante él en las recepciones oficiales. Ninguna conquistaría su corazón a menos que les diera la oportunidad. La idea le resultó menos grata de lo que debería.


-Bien, te has despertado. Papá dijo que no te molestaran hasta que te hubieras despertado tú sola.


Paula tardó un momento en relacionar al niño que había al pie de la cama con el entorno, luego se sentó de golpe al recordarlo. Había estado a punto de ahogarse, pero el propio príncipe Pedro la había rescatado. Recordó que se había desmayado a sus pies y que luego se despertó brevemente al notar que un médico amable la examinaba.


-¿Qué hora es? -le preguntó al niño asombrado que la observaba.


-No lo sé, solo tengo cuatro años. Te fuiste a la cama incluso antes que yo.


-Así fue, ¿Verdad, Joaquín? -no pudo evitar sonreír-. Me gustaría que me llamaras Pau. Es el nombre que usan mis amigos y espero que tú seas mi amigo -palmeó sobre el colchón-. Ven -el niño no necesitó una segunda invitación.


-Hablas con un acento gracioso.


-Soy de Australia. Por eso te resulta gracioso -el pequeño se acomodó a su lado.


-Mi mamá también era de Australia. ¿Es como el cielo?


-No, es como Carramer, Joaquín -había algo extraño en ese tema-. ¿Tu mamá está en el cielo? -preguntó con suavidad.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 6

¿Qué tenía Paula Chaves que hacía que cobrara conciencia de su vida célibe? Después de lo sucedido con Sandra, sabía que no debía involucrarse con una mujer que no perteneciera a su propia esfera social, y menos una australiana. Además, no ansiaba tanto la compañía femenina. Sin embargo, esa mujer tenía algo que lo alteraba de un modo en que prefería no pensar. Cuanto antes le dieran el alta, mejor sería para todos. Al llegar a la villa, el doctor Pascale se hallaba en la terraza de mármol con expresión ansiosa. En cuanto vió a Pedro, le indicó a los criados que ayudaran al príncipe. Pedro les entregó a Paula con renuencia.


-Llevenla a la suite rosa -ordenó.  De todas las habitaciones de invitados que había en la villa, era la más hermosa. Una artista apreciaría despertar en ese entorno-. Dame tu informe en cuanto la hayas examinado -le indicó al médico.


-¿Esta joven es especial para usted? -el otro enarcó las cejas.


Treinta y un años atrás el médico había ayudado a traer al mundo al príncipe y era una de las pocas personas que se atrevería a hablarle con tanta familiaridad. Los padres de Pedro habían muerto durante un ciclón cuando este solo contaba veinte años, y el médico se había convertido en algo así como una figura paterna.


-Es una desconocida que necesita nuestra ayuda, Andrés. Te sugiero que se la proporciones.


El médico no pareció intimidado por la brusquedad de Pedro.


-Como desee, alteza -de algún modo logró que el tratamiento sonara a reprimenda.


Pedro lamentó de inmediato el tono empleado. Merecía la censura de Andrés. Sin importar lo confuso que estuviera por la llegada inesperada de la australiana, aquello no le daba derecho a tratar así a un querido amigo.


-Aguarda, Andrés. Lamento haber saltado. Haz lo que puedas por ella, ¿De acuerdo?


-Como desee, alteza -repuso el médico con expresión divertida. En esa ocasión el tratamiento contenía todo el afecto que había surgido entre ellos a lo largo de los años.


Cuando el otro regresó con su informe, Pedro se había duchado y puesto una camisa blanca y unos pantalones negros. Lo sorprendió la tensión que notó en su interior mientras esperaba el diagnóstico del médico. 


-La dama no ha sufrido ningún daño permanente -informó-. Al menos físico.


-Entonces, ¿Por qué se desmayó?


-Mi diagnóstico es el agotamiento -se acercó a un ventanal que daba a los jardines de la amplia villa.


-¿Por el mal trago pasado?


El médico se volvió y negó con la cabeza.


-Yo diría que por algo más. Está extenuada y con unos leves síntomas de anemia. Cuando recuperó la conciencia, se hallaba lo bastante aturdida como para ser sincera y reconocer que hacía años que no se tomaba unas vacaciones. Tengo entendido que no ha dormido mucho desde que llegó a nuestro país.


-Imagino que dedica las noches a salir a divertirse con otros turistas de su edad.


-Lo dudo -observó el doctor Pascale con tono seco-. Se aloja en el Shepherd Lodge.


-Comprendo.


Shepherd Lodge estaba regentado por una orden de monjas que imponía una conducta apropiada a sus residentes. Las jóvenes que se alojaban allí se conformaban con unas habitaciones espartanas y cumplían con la obligación de realizar tareas en el hostal, que era limpio e increíblemente barato. En la playa ella le había mencionado que se quedaría hasta que le durara el dinero.


-Le he suministrado algo que la ayudará a dormir -continuó el médico-. ¿Quiere que me ocupe de que la trasladen al hostal cuando despierte?


Pedro no dudaba de la respuesta que esperaba el médico. Andrés Pascale podía estar haciéndose viejo, pero no era tonto.


-Sabes muy bien que no puedo enviarla allí hasta que no se recupere. Tienen reglas que prohíben que los residentes se queden en las habitaciones por el día.


-Entonces, ¿Puede quedarse en la suite rosa uno o dos días hasta que se recobre?


-Uno o dos días -asintió, y se preguntó si tenía que hacerse ver la cabeza-. Haz que alguien le comunique a la madre superiora del hostal que su residente se alojará en mi villa, para que no se inquiete. 

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 5

Mientras Pedro alzaba el cuerpo inerte de Paula, tranquilizó a su hijo.


 -Está bien, Joaquín. La señorita Chaves solo se encuentra cansada por haber tenido que luchar contra la corriente. Regresa a casa con Mario que yo llevaré a la señorita Chaves -y a su ayudante le ordenó-: Que el médico se reúna con nosotros allí.


El guardaespaldas estaba demasiado bien entrenado para cuestionar la orden del príncipe, pero sus ojos se encontraban llenos de preguntas mientras llevaba a Joaquín a la villa. Pedro sabía que era poco usual que se tomara un interés tan personal en una desconocida, aunque fuera de una belleza extraordinaria. Pero tuvo que reconocer que pocas terminaban en su playa. Paula no se movió cuando la alzó en sus brazos por segunda vez en una hora. Como eso continuara, podía convertirse en un hábito. Frunció el ceño al observar la palidez de sus facciones. Le causaba la impresión de que era una muñeca de porcelana de tamaño real. Alrededor de sus enormes ojos verdes aparecía una tonalidad violácea. Se sintió molesto consigo mismo por haberla dejado hablar y no haber insistido en que viera al médico en el acto. Tuvo que reconocer que había disfrutado. 


Conocer a una mujer en términos de igualdad era una experiencia rara en su mundo, donde casi todos sabían quién era él y reaccionaban con deferencia. Lo había desconcertado comprender que Paula desconocía su rango. Y había comenzado a disfrutar de ser tratado como un hombre y no como un monarca. «Tonto», se amonestó. « ¿Es que no has aprendido nada de tu experiencia con la madre de Joaquín?». También Sandra era australiana, y tan refrescante a su manera como Paula lo era a la suya cuando se conocieron durante una visita oficial a Australia. Se había enamorado de la anterior Miss Australia y, en contra del consejo de sus ministros, había llevado a Sandra a Carramer como su prometida. La fantasía había durado el tiempo suficiente para que ella comprendiera que, a diferencia de su reinado como Miss Australia, sus deberes como miembro de la familia real no terminarían al cabo de un año. Durante una de las discusiones más agrias, le había asegurado que obtener el título de princesa había sido una de sus ambiciones, pero que, una vez conseguido, no veía motivo alguno para soportar las responsabilidades que acarreaba.


La maternidad había demostrado ser una carga aún mayor y Sandra había entregado de buen grado a su hijo a la niñera hasta que intervino Pedro, asumiendo de manera activa su papel como padre. A ella no le importaba ninguno de los dos y prefería volar a París, donde podía asistir a los desfiles de moda y gozar de la atención que recibía como princesa sin tener que aguantar las molestias de los deberes reales. Desesperado, le había reducido su asignación económica, obligándola a permanecer en casa períodos más largos de tiempo; con ello solo se ganó que lo acusara de tirano. Con el tiempo, a ella le empezó a resultar desagradable todo lo de la isla, incluido el matrimonio, haciendo que su esposo se sintiera más solo que cuando estaba soltero. Sandra también comenzó a resentirse cada vez más de la atención que Pedro dispensaba a su hijo y a criticar todo lo referente a Carramer. Él empezó a hartarse de oír que todo era mejor en Australia. Sin embargo, no podía hacer lo único que ella realmente quería de él, que la liberara de los votos del matrimonio para poder disfrutar de ser una princesa sin ninguna traba. En Carramer, el matrimonio era una unión de por vida. Solo en las circunstancias más extremas se podía considerar la separación. No existía el divorcio. Una pareja podía vivir separada, pero estaría unida hasta la muerte. Sandra le había exigido que cambiara las leyes, pero después de haber visto el efecto que tenía el divorcio en los niños de otros países, no deseaba instituirlo en Carramer, ni siquiera por su esposa. De no haber ostentado el rango de realeza, le habría permitido vivir lejos de él, pero no tenía intención de poner un ejemplo tan negativo para su pueblo. Frunció el ceño y se preguntó si, de haber cambiado la ley, Sandra seguiría con vida. Jamás lo sabría. Solo sabía que una discusión intensa la había impulsado a marcharse de la villa conduciendo a una velocidad temeraria, para terminar cayendo con el coche por un risco. Había encontrado su liberación, pero de una manera que acosaría a Pedro el resto de su vida.


La mujer que llevaba en brazos gimió en voz baja, captando su atención. Mientras charlaban, su cabello largo se había secado hasta formar una cascada de bucles castaños. Unos mechones sedosos se enroscaban en los dedos de Pedro. La sensación de aquel cuerpo esbelto le recordó que hacía un año que Sandra había muerto, demasiado tiempo para que un hombre con sus fuertes apetitos estuviera sin la compañía de una mujer. 

martes, 23 de febrero de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 4

 -No necesito dormir la siesta. Ya soy un chico grande -la voz del niño era una imitación de la vibrante voz de Pedro con acento francés.


Por algún motivo, Paula sintió una punzada de decepción. No había duda de que Pedro y Joaquín eran padre e hijo. El parecido era grande. De manera que estaba casado. No sabía por qué la molestaba, ya que lo más probable era que sus caminos no volvieran a cruzarse. El niño miró a la desconocida y luego a su padre.


-Es Paula Chaves. Tuvo problemas con la corriente y no se siente bien - explicó Pedro.


-Sé que hay que tener cuidado con el mar -el pequeño asintió con gravedad-, y solo nado con mi niñera.


Paula no pudo evitar sonreír. Con unos ojos oscuros que brillaban como estrellas y la piel del color de la miel, Joaquín era cautivador. La picardía que danzaba en su expresión potenciaba su atractivo.


-Quizá yo también debiera nadar solo con mi niñera -convino ella.


-Eres demasiado mayor para tener niñera -el niño se mostró desdeñoso-.Cuando sea mayor, yo tampoco la tendré.


-¿Cuántos años tienes, Joaquín? -rió ella.


-Ya soy un chico grande. Tengo cuatro años -alzó tres dedos regordetes.


Sin detenerse a pensar, Paula le enderezó otro.


-Estos dedos hacen cuatro.


-Lo sé -el niño frunció el ceño-. Solo bromeaba.


Tomar la mano del niño la había acercado lo suficiente a Pedro como para sentir su aliento en la mejilla. La combinación de una cara loción para después del afeitado con su propio y magnético aroma masculino hablaba de paseos bajo las estrellas y de noches interminables en brazos de un amante. Parpadeó. Llegó a la conclusión de que la experiencia de haber estado a punto de ahogarse debía de haberla afectado más de lo que había imaginado. La ilusión se quebró cuando un hombre fornido ataviado con una camisa blanca y pantalones oscuros se acercó a ellos.


-Lamento la interrupción, alteza. Joaquín insistió en verlo y salió a la carrera antes de que su niñera o yo pudiéramos detenerlo. 


Paula sintió que las piernas se le aflojaban. « ¿Alteza?» No le extrañaba que Pedro hubiera esperado que lo reconociera. Recordó un detalle al que apenas había prestado atención, algo que había leído: Alfonso era el apellido de la familia reinante en Carramer. Había invadido la residencia real. De no haber estado tan aturdida, sin duda habría reconocido el nombre. «Al menos no lo he llamado Pedro», reflexionó con alivio. El castigo para eso sin duda sería la decapitación con una espada herrumbrosa. Era una sorpresa que él no hubiera llamado a los guardias para que la ayudaran. Pensó que no podría haber sido más tonta.


-Al parecer le debo una disculpa, alteza. No lo sabía -le costó contener su furia. 


Él podría haberle contado la verdad y evitado aquel bochorno.


-Ha sido una experiencia nueva no ser reconocido -descartó el tema con un movimiento de la mano.


-Me alegro de haberle proporcionado un divertimento, alteza -la sangre le hervía-. Sin duda, los bufones deben de escasear en la corte de Carramer.


-En contra de lo que piensa -su furia lo sorprendió-, no me divertía a su costa. Era mi intención presentarme adecuadamente en cuanto se hubiera recuperado.


-Será mejor que lo haga ahora -instó-, porque no deseo ridiculizarme aún más.


Aunque habló con suavidad, el encargado de seguridad se mostró sobresaltado. Era obvio que la gente no hablaba de esa manera a menudo a los miembros de la familia real. Antes de que Pedro pudiera decir algo, se adelantó con voz respetuosa:


-Tengo el honor de presentarle a Su Alteza, el Príncipe Pedro Alfonso, monarca de las islas soberanas de Carramer.


-¿Es usted el gobernante de todo el país? -preguntó atónita.


-Eso parece -asintió.


El esfuerzo realizado para salvarse de la corriente, combinado con el descubrimiento de que había sido rescatada por el propio monarca, se mezclaron para socavar su precario estado de conciencia. El grito sorprendido del encargado de seguridad y la orden de Pedro de que tomara al niño fue lo último que oyó antes de ver que la arena corría a su encuentro...

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 3

Su padre se había marchado cuando Paula contaba dieciséis años y, desde entonces, su madre había recurrido a ella en busca de apoyo, jurando que no podía arreglárselas sola. Sus muchos males jamás se habían podido diagnosticar con precisión, pero le habían impedido trabajar a jornada completa y habían garantizado que  estuviera pendiente de ella para facilitarle la vida. Incluso había abandonado la idea de asistir a la escuela de arte para ponerse a enseñar y poder ganar dinero con el fin de que su hermana fuera a la universidad. Pero unos meses atrás su madre había soltado la bomba de que pensaba casarse con un vecino que, al parecer, la había cortejado mientras Paula trabajaba. Había quedado bien claro que era hora de que viviera su vida. Después de agradecerle todo lo que había hecho, se le dijo que su sacrificio ya no era necesario.


Pedro malinterpretó el silencio de Paula como una afirmación.


-¿Ese hombre la engañaba?


-No -lo miró confusa-, no había ningún hombre. Vine por motivos propios.


-¿Me está diciendo que una mujer de sus evidentes encantos no tiene ningún hombre que la espere? -preguntó con escepticismo.


Podría haberlo aceptado como un cumplido si no hubiera sido por la dolorosa certeza de que Pedro tenía razón. Mantener a su familia y ocuparse de las exigencias emocionales de su madre no le había dejado tiempo para una vida amorosa. Había salido con un colega del trabajo que resultó más exigente incluso que su propia familia. Cuando le dijo que pensaba tomarse unos días libres, le puso reparos. Con la intención de frenarla, le sugirió que quizá no esperara su vuelta. Paula no estaba segura de quién se había mostrados más sorprendido cuando ella le contestó que quizá aquello fuera lo mejor.


-En casa ya no me espera ningún hombre -confirmó, incapaz de ocultar un tono de amargura en la voz.


-Imagino que sus propias necesidades tuvieron prioridad -el tono cortante de Pedro fue un veredicto en sí mismo.


Esa fue la gota que colmó el vaso. Ya se había hartado de supeditar su vida a las exigencias de otras personas que no vacilaban en prescindir de ella cuando les convenía. Había llegado el momento de cambiar las cosas.


-¿Qué tiene de malo pensar en una misma? -lo retó. 


-Según mi experiencia -repuso tras una pausa-, por lo general eso significa pisar los sentimientos de los demás.


Era lo último que ella habría hecho, pero se sentía demasiado agotada para defenderse ante él. ¿Qué sabía aquel hombre del precio que había tenido que pagar por sus responsabilidades? Por su aspecto y sus comentarios, daba la impresión de que Pedro solo tenía que preocuparse de sí mismo.Lo miró de reojo, confundida por la reacción ambigua que despertaba en ella. Su actitud autoritaria tendría que haberla molestado, pero, en un plano inesperado, la excitaba. Lo observó tal como él la había estudiado a ella. Le sacaba por lo menos una cabeza. Su espalda recta y su andar relajado creaban una impresión fascinante de autocontrol. Sus facciones aquilinas deberían haberla alarmado, pero se encontró preguntándose lo que reflejarían en un momento de gozo, con los ojos oscuros encendidos de placer y la boca plena curvada en una sonrisa. Sintió un escalofrío. Le habría gustado pintarlo tal como estaba en ese momento. Llevaba un ceñido bañador negro de cintura baja que lo hacía parecer un aristócrata de vacaciones. Tratar de capturar aquel matiz sería un reto para un artista. Daba la impresión de que aquel hombre sabía exactamente el lugar que ocupaba en el mundo. Reprimió un sentimiento de envidia. Tenía que ser maravilloso saber dónde estabas y qué debías hacer, algo que Paula intentaba averiguar.


-¿A qué se dedica? -preguntó impulsivamente.


-¿Dedicarme? -se mostró desconcertado-. Podría afirmar que dirijo todo.


-¿Quiere decir como un director general?


-No lleva mucho tiempo en Carramer, ¿verdad?


-Una semana, pero pretendo quedarme el tiempo que me dure el dinero.


¿Por qué? ¿Debería saber quién es usted?


-No -movió la cabeza-, pero sospecho que muy pronto va a averiguarlo.


Siguió la dirección de su mirada hacia una figura oscura que avanzaba en dirección a ellos desde los árboles que había más allá de la cala. Luego vió a un hombre que perseguía a una figura mucho más pequeña que corría por la arena.


-Joaquín -dijo Pedro, la voz suavizada por el afecto. Abrió los brazos y el niño se arrojó a ellos, rodeándole el cuello como si nunca quisiera soltarlo-. ¿Qué haces aquí? Se suponía que estabas durmiendo -inquirió. 

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 2

 -Encantada de conocerlo, monsieur Alfonso-imitó su tono formal y, casi inconscientemente, le concedió el tratamiento francés, que se prefería en la isla.  En Australia lo habría llamado Pedro sin ningún titubeo, pero su porte arrogante y sus modales severos le sugirieron que, por algún motivo, no sería inteligente hacerlo. Se puso de pie con esfuerzo-. Gracias por su ayuda, pero será mejor que me vaya.


El mareo la dominó y se tambaleó. Al instante, él la sostuvo con un brazo alrededor de los hombros.


-No se encuentra en condiciones de ir a ninguna parte hasta que la haya visto un médico.


Tuvo ganas de refugiarse en su abrazo y dejar que siguiera tomando decisiones por ella. Parecía habituado a hacerlo y Paula se sentía muy cansada; sin embargo, no podía imponerle más su presencia, en particular cuando no resultaba bienvenida.


-Ya ha hecho más que suficiente. Lamento haber invadido su intimidad; me marcharé ahora mismo.


-¿Y cómo piensa irse? -su mirada negra la atravesó.


-Imagino que iré caminando hasta Allora -no lo había pensado-. Me alojo allí, en un hostal.


-En primer lugar, no se encuentra en condiciones de caminar -descartó la idea con un gesto seco- y, menos aún, tres kilómetros.


-¿La corriente me arrastró tanto? -preguntó sorprendida.


-Sí -sonó levemente divertido-. Y, antes de irse a ninguna parte, verá a un médico. Venga, mi villa está más allá de la loma.


-Mire, no era mi intención irrumpir en su playa privada -protestó-. Si alguien de su... personal... me lleva a Allora, lo dejaré en paz. Le prometo que iré al médico en cuanto llegue a la ciudad -añadió antes de que Pedro pudiera decir algo más al respecto.


-¿Siempre es tan obcecada? -frunció el ceño.


-Solo cuando he estado a punto de ahogarme -afirmó con voz cansada. Le dolía todo el cuerpo de haber luchado contra la corriente y a sus piernas les costaba sostenerla. No tenía ganas de tratar con el señor Arrogancia.


-¿Por qué será que eso me resulta difícil de creer? 


La sometió a un escrutinio que le recordó lo mucho que revelaba su biquini blanco. Como se le había olvidado meter en la maleta el bañador, el día anterior había tenido que comprar ese biquini en Carramer, dejando que el entusiasmo de la vendedora pusiera fin a sus reparos sobre lo escueto del material elástico que, mojado, mostraba más de su bonita figura que cuando estaba seco. «Bueno, no tengo nada de qué avergonzarme», pensó retadoramente. No era ninguna supermodelo, pero una dieta cuidadosa y el ejercicio físico habían moldeado su figura. Al mismo tiempo, la lenta inspección de Pedro le provocó un cosquilleo en el estómago que no tenía nada que ver con haber estado a punto de ahogarse.


-Muéstreme el camino -sugirió con voz insegura.


-Siempre lo hago -inclinó la cabeza.


Al tomarla del brazo y guiarla hacia un sendero estrecho que bordeaba una duna, el calor de la mano de su rescatador le quemó la piel. Su extenuación debía de ser la causa por la que se hallaba tan sensible. Quizá él tuviera razón y debía consultar a un médico.


-¿Qué la trae a Carramer? ¿Está de vacaciones? -preguntó mientras ella se afanaba en vano por seguir sus largas zancadas. 


Él lo notó y disminuyó un poco el ritmo.


-Unas vacaciones de trabajo -explicó-. He venido a pintar.


-¿Es artista?


De nuevo captó la desaprobación en su tono y se preguntó cuál sería la causa.


-Es lo que quiero averiguar. En Brisbane enseño arte en un instituto de chicas, pero siempre he querido pintar de manera profesional. He pedido todos los días que me debían de vacaciones para explorar lo que puedo lograr.


-¿Y por qué ha venido a Carramer? Sin duda, puede pintar en Australia.


-Podría, pero había demasiadas distracciones.


-¿Masculinas? -enarcó una ceja.


«Familiares», pensó con cierto resentimiento. Entre una madre enferma que esperaba que Paula la cuidara y una hermana menor malcriada que consideraba que sus necesidades siempre estaban primero, nunca había sobrado tiempo ni dinero para nada de lo que ella había querido. 

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 1

En cuanto Paula Chaves sintió que la poderosa corriente subterránea empezaba a arrastrarla a aguas profundas, supo que estaba en peligro. La corriente era tan veloz como en un río y demasiado poderosa para que pudiera nadar contra ella. Apenas conseguía mantener la cabeza por encima de la superficie. El instinto la impulsaba a tratar de regresar a la playa, pero resistió la tentación, ya que eso habría representado una muerte segura. Se puso a nadar en paralelo a la costa. Tarde o temprano la corriente se disiparía en aguas tranquilas y entonces podría nadar hacia la orilla, aunque, dada la fuerza de las aguas rápidas, seguro que terminaría muy lejos de Saphir Beach. No pudo evitar pensar en los tiburones que frecuentaban la zona. Se le ocurrió que quizá solo devoraran a mujeres de Carramer y no a australianas de visita. La fantasía la distrajo brevemente del dolor creciente en hombros y brazos. Justo cuando empezaba a temer no tener fuerzas suficientes para regresar a la costa, sintió que la corriente aflojaba y se puso a bracear en dirección a una cala que se divisaba a lo lejos. Aunque el cansancio y el agua salada le nublaban la vista, creyó ver a alguien en la arena, a menos que fuera otra fantasía. Al llegar a aguas someras, no fue capaz de hacer acopio de energía para ponerse de pie; el pecho le subía y bajaba por el esfuerzo de respirar. Las olas rompieron sobre su cabeza y amenazaron con sacarla otra vez a mar abierto, pero encontró la fuerza necesaria para resistir. De pronto sintió que la alzaban unos brazos fuertes que la llevaron hasta la playa.


-Está bien, ya se encuentra a salvo. 


La voz tenía acento francés y era inconfundiblemente masculina, a pesar de que el hombre no era más que una silueta borrosa. Notó que la depositaba boca abajo sobre una superficie sólida y que ejercían presión en su espalda. Intentó protestar, pero no logró emitir sonido alguno. La presión regresó varias veces a intervalos regulares, hasta que tosió y expulsó una copiosa cantidad de agua salada. 


-Mucho mejor -comentó la voz-. Quédese quieta mientras voy a buscar al médico.


Aturdida, se apoyó en un codo e intentó centrar su atención en el hombre alto y de hombros anchos que la había rescatado y se inclinaba sobre ella. Su voz sonaba preocupada y las manos que depositaron una toalla doblada bajo su cabeza y le ofrecieron otra para que se limpiara la cara eran gentiles.


-No necesito un médico. Estaré bien si puedo descansar unos minutos - farfulló.


-Dista mucho de hallarse bien. Ha estado a punto de ahogarse. Es evidente que no lleva mucho en Carramer o, de lo contrario, sabría que Saphir Beach es peligrosa, a menos que se conozcan muy bien sus aguas. No necesitaba que un desconocido le señalara que todo se debía a su propia estupidez.


-¿Cómo iba a saberlo? -le espetó-. Los únicos carteles de advertencia estaban en el idioma de Carramer.


-Qué sorpresa.


Luchó por sentarse y se encontró sobre una manta gruesa bajo un toldo blanco que le recordó la tienda de un jeque. Incómoda, comprendió que debía de haber ido a parar a una de las muchas playas privadas que había en el reino. Su propietario, tal como sugería su conducta, estaba irritado por la intrusión. La visión casi se le había aclarado y, a pesar del gesto de desaprobación, el hombre que la había salvado tenía unas facciones arrebatadoras, como cinceladas en piedra. Sus ojos negros la miraban furiosos. Algo en él le resultó familiar, aunque se encontraba tan cansada que apenas lograba pensar.


-Me llamo Paula Chaves-se presentó con el fin de aliviar la tensión y complacida de que su voz sonara menos ronca-. Pau para los amigos.


-Paula -el tono seco de inmediato lo eliminó de la categoría de amigo-. Yo soy Pedro Alfonso. 

Conquistar Tu Corazón: Sinopsis

Cuando la marea la liberó, Paula Chaves se encontró en la orilla a los pies de Pedro Alfonso, monarca de Carramer, un atractivo príncipe acostumbrado a salirse con la suya, que le exigió que se quedara en su residencia con su hijo y con él.


Desempeñar el papel de niñera del adorable Joaquín sirvió para acallar los rumores que podían cuestionar la relación de Paula con el príncipe viudo. Pero ella necesitaba saber por qué Pedro parecía tan torturado y si había un lugar para ella en su corazón. 



Esta es la historia de Gonzalo y Candela en la piel de Pedro y Paula.

jueves, 18 de febrero de 2021

Juego De Gemelas: Epílogo

La princesa Luciana Alfonso cerró la puerta de la habitación detrás de ella y vió a su nueva cuñada, Carla Chaves delante del espejo. Se maravilló de lo igual que era a Paula.


-Creo que tendríamos que advertir a los presentes de que la novia tiene una hermana gemela exactamente igual que ella -dijo Carla como leyéndole el pensamiento-. Como alguien más me haga una reverencia o me llame «Alteza», creo que me va a dar un ataque. ¿Cómo pueden soportarlo?


Luciana se rió.


-Es como tener los ojos azules o pecas. Cuando has nacido miembro de la familia real, te parece lo más normal.


-Se me hace raro pensar que mi hermana es «Su alteza real Paula Alfonso».


-A mí me suena estupendamente. Es una novia guapísima.


-Ella y Pedro hacen una buena pareja.


-Sí. Me alegro de que tu padre pudiera llegar a tiempo para llevar a Paula al altar.


Tras quedarse sin combustible en el barco, Miguel Chaves había tenido que bajar en canoa por el Amazonas hasta el aeropuerto más cercano y había llegado solo una hora antes de la boda, sin tiempo para cambiarse. Así que había entregado a su hija, delante de todos los invitados y de los medios de comunicación de medio mundo, vestido con un traje de safari.


-Bien está lo que bien acaba -suspiró Carla.


-Será mejor que volvamos. Paula debe de estar a punto de tirar el ramo -apuntó Luciana poniéndose bien el vestido de dama de honor.


-Seguro que lo agarro yo porque la próxima boda es la mía. ¿Y tú?


-¿Yo qué?


-Eres la única que no se ha casado. Tal vez deberías agarrarlo tú.


-Ahora que Gonzalo y Pedro están casados, pretendo apartarme de los compromisos oficiales. No tengo ninguna intención de casarme con un príncipe.


-¿Quién habla de príncipes? Hay muchos hombres en el mundo.


-No es tan fácil cuando eres princesa. El hombre con el que me case, aunque primero tengo que enamorarme, tiene que ser el «adecuado».


Volvieron a los salones donde se estaba celebrando el enlace. Allí estaba Paula, del brazo de su flamante esposo. Adrienne no había visto nunca tan guapa y radiante a su amiga. Caroline llevaba un vestido maravilloso, con un velo antiguo de encaje que se sujetaba con una diadema de diamantes que le había regalado Pedro. Luciana se colocó con las demás cuando llegó el momento de lanzar el ramo.. Todo el mundo se maravilló cuando el ramo, de orquídeas tropicales voló por los aires. Luciana, que estaba con el brazo extendido señalando a una amiga, se quedó estupefacta cuando el arreglo floral cayó en su mano.


-¿Ves? Te lo dije -dijo Carla sonriendo-. Tú serás la próxima.


-Para casarse, primero hay que tener novio -contestó Luciana bajando la mirada hacia las flores.


-Tal vez veo amor por todas partes ahora que Paula y yo lo hemos encontrado, pero estoy segura de que tu hombre, o tu príncipe, está en algún lugar.


-Pues tendré que empezar a besar ranas.


-En cuanto Pedro y Paula se hayan ido de viaje de novios, empezaremos a buscarte una charca -dijo Carla abrazando a su cuñada.


-Supongo que el resto dependerá de mí -sonrió Luciana. 





FIN

Juego De Gemelas: Capítulo 48

Paula se estremeció de placer.


-Pero si estabas convencido de que esto no podía suceder... -comentó Paula algo incrédula.


Pedro pensó que no había hecho más que perder el tiempo. Le pasó la mano por el pelo y sintió una oleada de deseo tan profundo que le entraron ganas de tumbarla sobre el sofá y hacerle el amor hasta que no tuvieran fuerzas ni para moverse. Aquel cuerpo, envuelto en una toalla, era como un regalo que invitaba a abrirlo. Se tuvo que convencer de que podía esperar.


-Como dice mi hermano, el amor no se puede controlar. Te controla él a tí. Me dí cuenta en nuestra víspera de bodas, cuando tú dejaste claro cuáles eran tus sentimientos...


-¿Yo? ¿Cuándo?


-Cuando dijiste en la cena que no me incordiarías con lo que sentías por mí. Al oír que sentías algo por mí, tuve que reflexionar sobre lo que sentía yo por tí. Me dí cuenta de que tenías razón, de que estaba poniendo de excusa una mala experiencia para no arriesgar el corazón.


-¿Y ahora?


-Ahora me preguntó cómo se puede vivir sin sentir amor -Paula asintió-. Antes de poder decirte lo que sentía, tenía que asegurarme de que el compromiso se podía romper -dijo Pedro besándole la frente-. Ya no quiero un matrimonio de conveniencia. Quiero que tengamos uno de verdad. Antes de pedírtelo, quería estar seguro de que tu respuesta no estaba condicionada por la obligación del compromiso.


Paula apoyó la cabeza en su hombro con alivio. Era lo que había soñado con oír. Sus pechos entraron en contacto con el torso de Pedro y sintió el latir de su corazón. Al darse cuenta de la poca ropa que la cubría, intentó apartarse. Sabía que ella no confundía el deseo con el amor, pero temió que él, sí. En ese momento, el príncipe le besó el cuello hasta que ella sintió que se derretía por dentro. Se le aceleró el corazón, le pasó los dedos por el pelo y lo besó con todo el amor del mundo. Él gimió ante aquel beso. Ella le estaba demostrando que los príncipes no eran los únicos que sabían besar. Lo estaba haciendo tan bien que él suspiró y la atrajo con fuerza contra su cuerpo mientras la besaba con pasión. 


-Será mejor que nos casemos cuanto antes -apuntó Pedro.


-¿Una boda real no lleva meses de preparativos? -dijo preguntándose cómo lo iba a aguantar.


-Será mejor que la nuestra no porque, si no, tendré que llevarte a un poblado indígena y nos casará un chamán y nosotros iremos vestidos con faldas de paja -rió Pedro.


-No sé qué tal me quedaría una falda así...


-Yo prefiero no imaginarte así vestida -contestó Pedro mordisqueándole el cuello-. Ya me vuelves loco con una toalla. Si fueras desnuda de cintura para arriba, no podría responder de mi reacción.


-Entonces, será mejor que me vaya a vestir antes de que demos un escándalo. Ahora que has anulado el compromiso, ni siquiera estamos prometidos.


Paula sabía que la deseaba y que se quería casar con ella, pero no le había oído decir que la quería.


-¿Pedro? -preguntó dubitativa.


Al oír la duda en su tono, Pedro la abrazó más fuerte. Ella apoyó la cabeza en su hombro y deseó poder estar así siempre, entre aquellos brazos para siempre, pero no podía ser hasta que no supiera sus sentimientos.


-No me has dicho que me quieres.


Aunque no se había puesto de rodillas delante de nadie en su vida, Pedro Alfonso no dudó en arrodillarse ante Paula. Le tomó una mano con pasmosa facilidad y la miró a los ojos.


-Paula Chaves, te quiero con todo mi corazón. ¿Te quieres casar conmigo?


Paula solo acertó a susurrar un sí antes de deslizarse hasta arrodillarse también.


-No será fácil -le advirtió Pedro-. La vida de un miembro de la familia real tiene muchas obligaciones y pocas recompensas.


-Solo hay una cosa más que debes saber sobre mí, Pedro. Podría cambiar las cosas.


-¿Solo una? Yo pretendía descubrir todas tus facetas, ma amouvere, pero dime.


-Soy... quiero, decir, no he ... -no podía decirlo y deseó no haber hablado de ello. 


-¿No has estado nunca con un hombre?


-Lo siento si te decepciona.


Pedro echó la cabeza atrás y se rió.


-No me río de tí, mi amor -le avisó-, sino de lo que te ha costado decirme lo que cualquier hombre del mundo estaría encantado de oír, que me quieres dar a mí lo que no le has dado a ningún otro. ¿Cómo iba a sentirme decepcionado? Me siento el hombre más honrado que existe al recibir semejante regalo. De verdad, tú ya eres una princesa, mi Paula.


Ambos rieron, Paula aliviada porque él se lo tomara como un regalo y no como un fastidio.


-Entonces, nuestra vida juntos tendrá sus recompensas.


Pedro no lo dudaba.


-Más de una, ma amouvere.


-¿Porque tú eres el príncipe y puedes ordenarlo? -preguntó un poco decepcionada.


-No, porque es nuestro destino.


Al pensar en el futuro que les esperaba juntos, Paula se sintió más feliz que nunca.


-¿Quién soy yo para llevarle la contraria al destino? -preguntó con lágrimas de felicidad en los ojos. 

Juego De Gemelas: Capítulo 47

A Paula se le heló la sangre en las venas al pensar que la lectura de Ariel podía ser correcta. Carla tenía derecho, por supuesto, pero ella rechazaba la posibilidad con todo su ser.


-¿Vas a venir?


-¿Hay alguna razón por la que no deba ir?


-No, si estás segura de que es lo que quieres.


-Creí que era lo que tú quisieras.


-Lo que quiero es casarme con Pedro, si él quiere -contestó Paula sabiendo por primera vez lo que quería.


-Pero no puedes hacer eso.


-Vuelve con Ariel, Carla. Se quieren demasiado como para dejar que una pelea estúpida los separe. Pedro ha descubierto todo y pretende casarse por poderes. Voy a acceder.


-¿Por qué?


-Porque es el mejor futuro que veo ante mí.


-Si eso es lo que tú quieres, de acuerdo. Ariel me ha dicho que va a venir dentro de un par de horas para hablar, pero podría tomar un avión a Carramer ahora mismo.


-Quédate ahí y habla con Ariel -contestó Paula emocionada por la solidaridad de su hermana-. Cásate con él y sé feliz.


-Muy bien, lo haré -lloriqueó Carla--. Quiero a Ariel, lo sabes. Eres la mejor hermana del mundo.


-No, no lo soy, lo que pasa es que estoy enamorada de Pedro.


-¿De verdad? Eso es maravilloso. ¿Y él?


-Eso es lo que tengo que descubrir -suspiró Paula.


Colgó y decidió ir a hablar con Pedro. Tal vez ir en biquini no era lo más acertado, pero temió que, si perdía el tiempo cambiándose, el valor se esfumaría. Se envolvió en una toalla y recorrió los pasillos hasta el despacho de Pedro. Entró y lo encontró sentado, nada sorprendido de verla entrar. Evidentemente, su ayudante le acababa de informar de su llegada.


-¿Querías verme, Paula?


Su valor flojeó. Una cosa era decirle a su hermana que estaba enamorada de Pedro y otra, decírselo a él cuando el príncipe no quería oírlo.


-Acabo de hablar con mi hermana -dijo Paula.


-¿Está bien? -preguntó preocupado.


-Sí. Se ha ofrecido a venir a Carramer para casarse contigo y cumplir así el compromiso.


Paula vió que la cara de Pedro se endurecía y su mirada se tomaba fría. Él apretó los nudillos contra la mesa hasta que se le quedaron blancos.


-¿Y tienes intención de dejar que eso ocurra?


-Le he dicho que no venga.


Pedro cruzó la habitación y se acercó a ella, pero no la tocó.


-No tiene importancia, porque el compromiso está cancelado.


Era lo último que Paula tenía previsto oír y sintió que le fallaban las rodillas.


-No entiendo. ¿Cómo? ¿Por qué?


-Mandé que un grupo de expertos legales estudiaran los libros antiguos y han encontrado que el compromiso es nulo si una de las dos partes se casa con otra persona.


-¿Te vas a casar con otra persona, Pedro? -preguntó Paula en un hilo de voz.


-Yo, no, pero Carla, sí.


Paula pensó que una vez roto el compromiso, Pedro ya no estaba obligado a casarse con ella. Seguro que querría deshacerse de ella cuanto antes. Menos mal que no se le había declarado. Así, al menos, se iría con cierta dignidad.


-En ese caso, iré a hacer las maletas.


-Paula -dijo imperiosamente.


-¿Sí?


-No sabías que el compromiso se había roto cuando viniste a verme. ¿Qué querías?


-Ya no tiene importancia, ¿No? 


-¿Cómo quieres que lo sepa si no me lo cuentas?


Supongo que sería urgente para que vinieras vestida así. No es que no me guste, pero es poco... común. Paula se había olvidado de su vestimenta, pero notó que a él le costaba apartar la mirada de su cuerpo semidesnudo.


-Siento haber venido así vestida. Estaba pensando en otras cosas.


-¿Qué cosas? -preguntó con chiribitas en los ojos.


Paula pensó que al diablo con la dignidad, era más importante contarle lo que sentía porque le iba a explotar el corazón.


-Vine para decirte que te quiero -confesó-. Supongo que ya no te interesará saberlo.


-Te equivocas -dijo acercándose a ella-. Me interesa más que nunca.


Paula no podía creerlo. Tomó aire hasta el límite de sus pulmones, pero siguió sintiendo que no podía respirar.


-¿No me vas a mandar lejos?


-No se me ocurriría.


-Es una suerte porque había decidido quedarme en Carramer. Si es necesario, abriré una tienda de arreglos florales. Se me ocurrió el día del invernadero.


-El día del invernadero a mí también se me ocurrieron unas cuantas cosas, pero no tenían nada que ver con las flores.


-Oh.


-¿Te imaginas con qué?


-Prefiero que me lo digas tú -susurró por miedo a equivocarse.


-Muy bien. Te lo voy a decir cuantas veces sea necesario, hasta que me creas. Quiero que te quedes, Paula, y no me refiero a que te quedes en Carramer y pongas un negocio de flores, quiero decir, aquí, conmigo.


Pedro le agarró las manos y le besó los dedos con tal ternura que hizo que a ella se le saltaran las lágrimas.


-Creí que no me lo pedirías nunca -murmuró.


-Creí que nunca iba a querer decírtelo, pero ahora quiero repetírtelo una y otra vez. Y, además, te lo demostraré de todas las formas posibles.


Como aperitivo, comenzó a darle besos por los hombros descubiertos. 

Juego De Gemelas: Capítulo 46

Paula se preguntó cuántas parejas habrían pasado su víspera de bodas cada uno encerrado en una habitación. Había preferido no volver a salir de su dormitorio para no traicionarse a sí misma. Sin embargo, seguía con atención todos los ruidos de fuera. Al oír sus pisadas cerca, se le aceleró el corazón como si se le fuera a salir del pecho, pero él pasó de largo hacia su dormitorio. Se quedó dormida y cuando se despertó al día siguiente se encontró a Pedro haciendo largos en la piscina. Observó con deseo los músculos de sus brazos y de sus piernas. Parecía como si estuviera quitándose de encima, alguna frustración. Al pensar que podría ser algo relacionado con ella, una llamita de esperanza se encendió en su corazón, pero se apresuró a apagarla. La noche anterior, había intentado hacerle cambiar de parecer sobre el amor, pero se había dado cuenta de lo bien que le venía su planteamiento cínico para sus propósitos, así que no iba a volver a cometer el mismo error. Mientras ella tomaba un café, un cruasán y unas fresas, Pedro estaba cambiándose en el vestuario situado junto a la piscina. Se le oía silbar. Ya podía, era un hombre que tenía todo que ganar y nada que perder. Al verlo con un polo blanco, pantalones azul marino y el pelo mojado, ella deseó retroceder hasta la noche anterior, pero se dió cuenta de que habría sido exactamente igual. Ella intentando convencerle de que el amor merecía la pena y él con su perspectiva cínica. No habría servido de nada. Le dijo que él ya había desayunado y que en una hora pasaría un coche de palacio a recogerlos.


-No te asustes si, al llegar a palacio, la gente te mira y cuchichea. Forma parte de la tradición y, si la novia se sonroja, se toma como que han ido más allá de lo debido.


-Como no ha sido nuestro caso, no habrá problema.


-¿Te hubiera gustado que no fuera así?


-Obviamente, no. Yo estoy aquí en contra de mi voluntad -contestó esperando estar disimulando bien.


-¿Sigues negando la realidad, Paula? No me costaría mucho que te sonrojaras delante de todo el personal de palacio si quisiera.


-No me atrevería a tentarle, Alteza -dijo pensando que podría sonrojarse solamente por sus pensamientos.


Pedro pensó que ella no tenía ni idea de lo tentado que se había sentido la noche anterior de darle motivos más que suficientes para sonrojarse. Menos mal, que Paula se había ido temprano a la cama. El príncipe no tenía intención de dejar que pasara mucho tiempo más. Solo tenía que solucionar un pequeño detalle. Con un poco de suerte, estaría resuelto para cuando llegara a la oficina. Por eso estaba impaciente por irse.


-Si tuviéramos tiempo, te enseñaría hasta qué punto me has tentado -le prometió sintiendo que se le tensaba el cuerpo. Nunca había conocido a una mujer como ella. Deseaba llevarla a la cama, pero todavía no había llegado el momento-. Por desgracia, tendremos que seguir hablando de ello en otro momento. Tengo que solucionar un problema importante en palacio.


Paula intentó no molestarse porque él se quisiera ir, aunque era evidente que Pedro se había alegrado de que aquella noche terminara. Habían cumplido con la tradición y él se moría por volver a su vida de siempre, con su cínica idea sobre el amor. Aquello quedó confirmado cuando llegaron a palacio y él se fue directo a su despacho. Aquello le dolió, pero se alegró de que él no se diera cuenta de cuánto. Se fue a su habitación con la cabeza bien alta y sin llorar. Sería mejor que se fuera acostumbrando porque aquello era lo que le esperaba como princesa. Se duchó y se puso el biquini dorado para ir a nadar un rato. Justo cuando se disponía a salir, sonó el teléfono. Era Carla.


-¿Dónde has estado? Te llevo llamando desde ayer por la noche.


-Con Pedro -contestó Paula deseando que su hermana no quisiera saber los detalles.


-Ariel y yo tuvimos nuestra primera gran pelea ayer.


-¿Qué ha pasado? Creí que todo iba bien.


-Sí, hasta que le dije que estaba pensando en ir a Carramer porque me parecía lo justo hacia tí. Ariel se puso como una fiera, me acusó de preferir convertirme en princesa que casarme con él y se fue. 

Juego De Gemelas: Capítulo 45

Se sintió torpe por haberle hecho revivir una experiencia traumática. No sabía qué hacer. Sorprendido, se dió cuenta de que quería hacerle el amor. No para satisfacer sus deseos sino para que Paula se olvidara de aquellos recuerdos dolorosos. ¿Le habría sucedido lo mismo a Gonzalo cuando conoció a Candela? Pedro se preguntó cuándo había empezado él a creer en segundas oportunidades. Miró ante sí y vio la respuesta. Mientras la acompañaba a la mesa, vió que su mirada reflejaba preocupación.


-Espero que no te importe que nos sirvamos nosotros. Le he dicho al servicio que se fuera.


¿Quería estar solo con ella? Paula se sorprendió. No, seguro que no había querido que el servicio hablara de la falta de amor entre la supuesta parejita feliz. Sintió un intenso dolor, pero se recordó que eso era exactamente lo que quería poner a prueba. Pedro la observó servir la sopa. Con el traje tradicional estaba más deseable que nunca. Sintió que su cuerpo comenzaba a reaccionar y tuvo que controlarse. No solo era su físico; su fuerza interior le inspiraba y le fascinaba. ¿Cómo podía alguien tan vulnerable ser tan fuerte? Era la misma fuerza que permitía a las mujeres pasar por la agonía del parto y tornarlo en una experiencia triunfal. Nunca la había deseado tanto.


-Deberías enseñarme cómo hacer para mostrarse tan optimista ante las adversidades -ironizó Pedro.


-Si creyera que lo dices de verdad, te enseñaría.


-¿Por qué dices que no lo digo en serio?


-Por el cinismo de tu voz. Prefieres que yo haya confirmado la mala imagen que tienes de las mujeres. Así, serás capaz de casarte por poderes y seguir teniendo tus aventuras sin remordimientos. Es más fácil echarle la culpa de todo a Sandra y no querer admitir que el amor ha triunfado sobre adversidades mayores.


Pedro se preguntó si tendría razón. Se dió cuenta de que ambos estaban librando una dura batalla consigo mismos.


-No te voy a hacer cambiar de parecer, ¿Verdad? -preguntó Paula-. Aunque me pasara día y noche hablando, nada cambiaría. Tú ya te has hecho una idea sobre el amor y lo último que quieres es que una mujer idealista venga a confundirte sobre el tema. Bien, pues, como tú quieras. El amor es un timo que solo sirve para vender perfumes y sábanas de raso. No sirve para unir a dos personas ni para asegurar el futuro de la humanidad. Tendrás tu matrimonio por poderes porque cumplo con mis obligaciones, pero me aseguraré de no incordiarte con mis sentimientos hacia tí porque, según tú, es imposible que sean verdaderos. ¿Estás satisfecho?


No le dió tiempo a contestar. Ella echó la silla atrás, tiró la servilleta sobre la mesa y se perdió en el interior del pabellón. Pedro oyó la puerta de su habitación cerrarse bruscamente. Menos mal que aquello era un retiro célibe porque, si no, la habría seguido y le habría enseñado lo que era la verdadera satisfacción. No lo hizo porque pensó que tendrían todo el tiempo del mundo después de la boda para ello. Debía hacerle comprender que, gracias a ella, había cambiado de parecer, debía decirle que sus sentimientos eran correspondidos. Solo así tendrían un futuro juntos. 


martes, 16 de febrero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 44

Paula recordó la referencia que Pedro había hecho a la comunión de las mentes de Shakespeare, pero se negó a dejarse llevar por la esperanza. No podía dejarse llevar y arriesgarse a salir más herida de lo que ya estaba, aunque le costaba imaginar que pudiera estar peor. Se equivocó. Estar con él toda la noche, pero sin tocarse era una tortura exquisita. ¿Sería aquello un aperitivo de lo que era un matrimonio por poderes? Decidió que ella también podía ponerle a prueba. A ver si el amor le era tan extraño como él afirmaba. Las cosas tenían que quedar claras de una vez por todas. Al caer la tarde, fue a su habitación a cambiarse. Se puso un traje tradicional de Carramer. Ya no tenía que fingir que era Carla, así que se peinó como a ella le gustaba y se puso una orquídea en una oreja. Al entrar en el salón, vio que él se había quedado sin habla. Había sido mutuo. Él también se había cambiado y estaba estupendo. Había una mesa con dos servicios en la terraza y olía maravillosamente a comida. Anduvo todo lo seductora que pudo hasta él y aceptó la copa de vino que le tendía. Con satisfacción, vió que a él le temblaba la mano.


-Paula -le advirtió él.


-¿Qué? -preguntó, la inocencia personificada.


-No sé lo que te traes entre manos, pero piénsatelo dos veces porque yo creo en la tradición, pero solo hasta cierto punto.


-¿Hasta qué punto? -preguntó ella moviendo las pestañas.


-Hasta que me provocan sin remedio.


-¿Me estás diciendo que el príncipe Pedro puede perder su famosa compostura? -preguntó con los ojos muy abiertos. 


«¿Y admitir que me quiere, quizás?».


Él le quitó la copa y se acercó. El momento en que sus pieles entraron en contacto fue incendiario. Cuando se besaron, la habitación comenzó a girar. El beso no duró más que unos segundos, suficiente para que Paula se quedara sin aliento, se sonrojara y se le disparara el corazón.


-¿Contenta?


-No. Ya sabía que puedes ponerme a mil, Pedro, como ningún otro hombre.


-¿Y se te ha ocurrido devolverme el favor? 


-Quizás esté pensando en algo más.


-A lo mejor no hay nada más. ¿No puedes conformarte con lo que te ofrezco?


-Tu apellido, tus títulos y tus bienes -recitó con dolor-. Si fuera Carla, tal vez fuera suficiente, pero no lo soy.


-Entonces, ¿Qué quieres?


-Más de lo que tú quieres darme -dijo dándose la vuelta para que no viera el dolor que aquello le provocaba.


-No se trata de querer -contestó enfadado.


-Sé lo de Sandra, Pedro. Mónica Sloane me contó lo que pasó entre ustedes.


-No tenía derecho a traicionar mi confianza.


-Se preocupa por tí -añadió Paula a punto de agregar «como yo».


-Entonces, debería haberte advertido que Sandra me demostró que todo esto del amor es inútil. Mi hermano la quería, le daba todo, pero no fue suficiente. Lo traicionó y lo hirió tanto que estuvo a punto de no recuperarse.


-Y te utilizó a tí para herirlo.


-No es una experiencia fácil de olvidar.


«Ni de perdonar», pensó Paula con el corazón hecho trizas.


-No, pero no puedes renunciar al amor por una mala experiencia. Gonzalo no lo ha hecho. Míralo, él no ha renunciado al amor y es feliz. Yo tampoco he renunciado al amor. Si no, no estaría aquí.


-¿Qué quieres decir?


-Nada.


-Cuando llegaste, dijiste que Paula había sufrido la traición de su pareja. ¿Qué ocurrió?


-Nada. Ya pasó.


-Sí, pero no lo has olvidado. Cuando hablas de ello, se ve la pena en tus ojos.


-Se llamaba Rafael. Creí que... lo quería. Un día, volví antes de lo previsto de un viaje y decidí darle una sorpresa. Pensé en ir a su casa y cocinar algo especial para cuando él llegara. La que se llevó la sorpresa fui yo porque me lo encontré con otra mujer.


-¿Haciendo el amor?


-Sí -contestó en un hilo de voz.


Pedro se acercó y la abrazó con cariño para consolarla. No había nada de pasión en el abrazo. Paula se dejó caer entre sus brazos. Sabía que no iba a durar, pero estaba tan a gusto... La traición de Rafael le había dolido, pero sabía que la cura estaba allí, entre aquellos brazos. Nada de lo que había sentido antes por un hombre se podía comparar a lo que sentía por Pedro.


-¿Y cómo puedes seguir pensando que el amor es lo mejor que te puede pasar en la vida?


-Te parecerá una locura, ¿Verdad? -preguntó Paula levantando la cabeza.


-No, me da envidia. -¿De Rafael?


-De tu habilidad para superarlo -contestó. . «Pues claro que de Rafael, por ocupar el lugar en tu corazón que yo quiero ocupar».


Ella se apartó y agarró la copa de vino.


-No sé si lo he superado, pero no voy a dejar de creer en el amor. Eso sería dejar que ganara la guerra, en lugar de solo una batalla. No lo permitiré.


-Eres una mujer de bandera -dijo Pedro con sinceridad. Tal vez, él debería hacer lo mismo. 


«Ni de perdonar», pensó Paula con el corazón hecho trizas. 

Juego De Gemelas: Capítulo 43

 -¿Crees que no te conozco como para saber que tú no serías capaz de hacer una cosa así? Imagino el gran esfuerzo que tuviste que hacer para intentar arreglar las cosas. Sandra no tiene derecho a destrozar más vidas. Ve a hablar con Paula. Se merece otra oportunidad. Puede que se haya equivocado, pero no es como Sandra.


Por fin, Pedro se quitó de encima la culpa que sentía desde la muerte de su cuñada. Sintió que podía volver a mirar a su hermano a los ojos. No sabía si el amor era para él ni si Paula lo quería, pero, si Gonzalo creía que había una oportunidad para ellos, tal vez fuera cierto. Su hermano, después de todo, estaba felizmente casado con Candela y debía de saber de esas cosas.


-Tú mandas -le dijo Pedro.


-En esto, no. Esto es algo entre Paula y tú. ¿Qué vas a hacer?


-Seguir la tradición hasta sus últimas consecuencias -sonrió Pedro. 


-¿Estás pensando lo mismo que yo? -se sorprendió Gonzalo.


-No sé si lo que Paula y yo tenemos es amor, pero solo hay una forma de descubrirlo.


-¿Estás seguro de que es una buena idea?


-No, pero no puedo hacer otra cosa. Deséame suerte.




Cuando le abrió la puerta a Paula de aquel pabellón solitario situado en una isla en mitad del lago, ella lo miró como si se hubiera vuelto loco. Tal vez tuviera razón.


-¿Para qué me has traído aquí?


-Según la tradición de Carramer, los futuros esposos pasan una noche juntos antes de casarse. Como eran matrimonios de conveniencia, no se conocían y de ahí esa noche, llamada Víspera de boda.


-¿Te crees que como soy la representante de Carla puedes hacer lo que quieras conmigo? Como me pongas una mano encima, te juro que te arrepentirás -dijo Paula fríamente pensando que esa era la forma que Pedro tenía de vengarse de ella.


-La Víspera de la boda no tiene nada que ver con el sexo. Se trata de tener algo de tiempo para conocerse un poco.


-Creí que solo querías enseñarme el pabellón. No me traído nada para quedarme -dijo intentando disuadirlo, porque lo de conocerse le daba más miedo que lo del sexo.


-Aquí tienes todo lo que puedas necesitar.


Paula pensó que nada más cierto. Lo único que ella necesitaba era a él.


-¿Y tus guardaespaldas?


-Se mantendrán a una distancia prudencial.


-Me gustaría dar una vuelta.


-Iremos juntos. El objetivo de esta noche, es estar juntos -dijo acercándose.


Paula intentó concentrarse en lo que veía, pero era muy difícil con el hombre a quien amaba tan cerca. Recorrieron el pabellón, que era maravilloso.


-¿Para qué se usa este lugar?


-Para amar. Mi abuelo lo mandó construir para su prometida, para pasar aquí su Víspera de boda.


-¿Fueron felices?


-Su amor es legendario. Estuvieron cuarenta y dos años casados y tuvieron siete hijos. 


-¿Qué se supone que vamos a hacer aquí toda la noche? -preguntó Paula pensando en lo diferente que iba a ser su matrimonio.


-Conocernos -sonrió Pedro.


-¿Por qué? -preguntó ella desolada.


-Porque nos vamos a casar.


-No en el verdadero sentido de la palabra.


-Los dos sabemos que Carla no vendrá. Así que estamos tú y yo - dijo Pedro levantándole la barbilla y mirándola a los ojos.


-Sigue siendo un matrimonio de conveniencia -dijo con amargura-. Llámalo como quieras, Pedro, pero es porque a tí te conviene. Tú te llevas el halo de respetabilidad que tu posición requiere sin renunciar a tus devaneos.


-No ha habido nadie desde hace mucho tiempo -dijo acariciándole los hombros.


-¿Por qué me cuentas todo esto, Pedro? -preguntó Paula intentando ignorar el fuego que brotaba de sus manos.


-Para que dejes de verme como un príncipe ligón y comiences a pensar que soy un hombre normal, que tiene sus necesidades y sus deseos. Por desgracia, al ser Príncipe, no siempre puedo darme el gusto.


-¿Te lo estás dando ahora?


-Si lo estuviera haciendo, esto no sería un retiro célibe -dijo apartándose de ella lentamente, con esfuerzo.


-¿Se puede mirar pero no tocar?


-Es difícil, pero es de lo que se trata. El aspecto físico es solo una parte del matrimonio. 

Juego De Gemelas: Capítulo 42

Pedro no sabía muy bien qué estaba haciendo obligando a Paula a casarse por poderes. Pensó en las caras de sorpresa de sus ministros cuando les dió la noticia. El respeto que sentían por su rango y su título les había impedido expresar su consternación, pero una sola pregunta se reflejaba en sus ojos: «¿El Príncipe se ha vuelto loco?». Solo su hermano Gonzalo se atrevió a preguntarle.


-Sé que te sugerí que hicieras valer aquel compromiso, pero mi intención no era que las cosas llegaran tan lejos. ¿Qué harás si Carla no quiere casarse contigo nunca? -Gonzalo entrecerró los ojos-. Eso es exactamente lo que quieres, ¿Verdad? Tú siempre has estado enamorado de Paula, desde pequeños. ¿Te quiere ella?


-Su comportamiento denota que no. De todas formas, el compromiso era entre Carla y yo.


-Pero una boda por poderes te da derecho a reclamar a Paula como esposa. Una buena estrategia.


Pero falsa. Sus sospechas se vieron confirmadas el día que se la había encontrado en el invernadero. Había esperado que confesara, pero no lo hizo. Prefirió irse a hurtadillas que enfrentarse con él. Era exactamente igual de amoral que la primera esposa de su hermano. Se sintió orgulloso de sí mismo por haber rechazado lo que sentía por ella. Si aquello era amor, él no quería tener nada que ver. Recordó que Paula había cambiado sus planes al enterarse de que Nicolás estaba enfermo. En aquellos momentos, podría estar en Estados Unidos, pero le estaba esperando en la Isla de los Ángeles. Se había mostrado muy sorprendida cuando él le anunció sus intenciones de casarse por poderes, pero no había opuesto resistencia, como él habría esperado. Aquello le hizo dudar... ¡No! No podía fiarse de ella después de lo que había hecho. El problema era que la deseaba más que a cualquier otra mujer. La vió en sueños, se entregaba sin reservas, confiaba en él, lo quería. Cuando se despertó, se dió cuenta de que el deseo no era lo mismo que el amor. Se arrepentiría toda la vida de haber sentido deseo por Sandra cuando ella se le había insinuado, pero nunca habría cedido. Sin embargo, aquello era una advertencia para que no confundiera deseo con amor. ¿Por qué, entonces, seguir adelante con una unión que Paula no quería y que él temía porque iba a terminar con su independencia? No podía dejar que se fuera. Tan simple como eso. A pesar de todas las razones que tenía para rechazarla, una parte de él se negaba a hacerlo. Como la única manera de que se quedara con él era casándose por poderes, eso era exactamente lo que iban a hacer.


-El amor es complicado, ¿Verdad? -le preguntó su hermano posando una mano en su hombro.


-Te lo diré cuando lo experimente.


-Resístete todo lo que quieras, hermano, pero cuando te encuentras con una cara bonita y un carácter dulce, un príncipe es tan vulnerable como cualquier otro hombre.


-¿Eso lo dice la voz de la experiencia? -sonrió Pedro.


-Sí. No debes dejar que mi experiencia con Sandra te haga desconfiar del amor. Nunca hemos hablado de ello, pero sé que hizo todo lo que pudo para meterte en un lío.


-¿Lo sabías? -preguntó Pedro sorprendido.


-Sabía desde el principio que cuando se mató había quedado contigo. Antes de irse, me insinuó que tú le habías pedido una cita.


-Dios mío, Gonzalo, yo solo accedí a quedar con ella para intentar que entrara en razón. Te juro que no había nada entre nosotros. 

Juego De Gemelas: Capítulo 41

 -Pedro, lo siento.


-¿Porque te he descubierto?


-Porque siempre hemos sido amigos, desde niños, y odio haberte engañado.


-Lo has disimulado muy bien.


-Ya lo sé. Quise decirte la verdad desde el principio -dijo sin querer añadir que lo quería desde el principio. No quiso mezclar sus sentimientos en todo aquello.


Una mujer los interrumpió.


-Soy Lara Markham, la pediatra de Nicolás -dijo tendiéndole mano a Paula-. Alteza, lo que Nico tiene es una infección de las vías respiratorias.


-¿Tiene tratamiento? -preguntó Pedro.


-Ya se lo hemos administrado. Esto es muy normal en los bebés. Nico es un niño muy fuerte y nos ocuparemos de él.


-Lo sé -contestó Pedro más calmado.


-Ahora está dormido. Si quieren pueden pasar a verle, pero será mejor que se vayan a dormir.


-Gracias, doctora Markham -dijo Pedro asintiendo.


Pedro la agarró del brazo y Paula se preguntó qué sería de ella. Sospechó que él haría que se fuera. Se dió cuenta de que todo lo que le importaba estaba en Carramer. No quería irse. Fue con Pedro a ver a Nicolás. El niño estaba en mitad de un montón de cables y monitores, pero la enfermera que lo estaba cuidando les aseguró que todo iba bien. Cuando él le dió un beso en la frente a su hijo, ella sintió un amor infinito por ambos. Salieron del hospital y se dirigieron a la limusina. En cuanto se sentaron, Pedro subió el cristal que los separaba del conductor.


-¿Qué va a pasar? -preguntó Paula con la respiración contenida. 


-Nos vamos a palacio.


-Me refiero a mí.


-¿Qué crees que debería pasar?


¿Quería que ella misma se pusiera el castigo? No le veía la cara porque estaba oscuro, solo el brillo de sus ojos. ¿No se había dado cuenta de que vivir sin él era el peor castigo?


-Me iré en cuanto Nico esté fuera de peligro.


-No.


-¿No quieres que me vaya?


-Ese no es el tema -dijo más frío que nunca-. Seguimos teniendo un compromiso.


-Ese estúpido compromiso tiene la culpa de todo -apuntó Paula con amargura.


-Me voy a encargar de que ese estúpido compromiso, como tú lo llamas, se haga realidad tan pronto como sea posible.


-¿Cómo? Estás comprometido con Carla, no conmigo -preguntó Paula confusa.


-Eso es irrelevante. Tú te hiciste pasar por ella y te casarás conmigo como si fueras ella.


-¿Como si fuera una boda por poderes?


-Sí. 


La firmeza de su tono hizo que Paula no objetara nada.


-Pero Carla está enamorada de otro hombre. Se van a casar. Nunca vendrá a Carramer -murmuró Paula.


El príncipe se giró hacia ella. Paula se preguntó si iba a besarla. Lo deseaba más que nadaen el mundo, pero sabía que no tenía derecho. Nunca lo había tenido. Se había estado engañando también a sí misma. No la besó. Ni siquiera la tocó y ella se preguntó si volvería a hacerlo.


-Si no viene nunca, no te quedará más remedio que resignarte a reinar conmigo, mi princesa por poderes -dijo Pedro.


Paula supo que había un castigo peor que no volverlo a ver. El mismo se lo acababa de anunciar. 

jueves, 11 de febrero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 40

 -Gracias... por todo -dijo encogiéndose de hombros mientras agarrabala taza de café que Walter le tendía.


El hombre fue a preparar su camarote y Mónica comenzó a recoger la cena.


-Tu camarote estará listo pronto y podrás irte a dormir. Por la mañana, lo verás todo de otra manera -le dijo Mónica.


Paula lo dudaba mucho, pero asintió. De repente, sonó el teléfono y Mónica contestó.


-Está dormida, pero se lo diré.


-¿Le pasa algo a Pedro? -preguntó cuando Mónica colgó.


-No, a su hijo. Cuando el príncipe volvió, se lo encontró con fiebre y lo han llevado al hospital. Pedro prefirió llamar para que supieras dónde iba a estar.


Paula se quedó de piedra al imaginarse al bebé en la cama de un hospital.


-¿Qué le pasa?


-Tenía fiebre alta y convulsiones. Parece que perdió el conocimiento un minuto.


-Debo ir con ellos -dijo Paula levantándose.


-¿Estás segura? Walter y yo nos tenemos que ir mañana. Si no fuera porque tenemos cosas que hacer en Estados Unidos, te esperaríamos.


-Lo entiendo, pero tengo que estar con él en un momento así.


Mónica entendió perfectamente que ambos la necesitaban, el niño y él. Llamó por teléfono a palacio.


-Han mandado un coche a buscarte -dijo dándole un gran abrazo-. Estás haciendo lo correcto.


-Estoy haciendo lo único que puedo hacer. Pedro me necesita. Eso es lo único que importa.


Llamaron a la puerta. Era el conductor de la casa real. Se despidieron con lágrimas en los ojos y Paula apenas oyó que Pedro le decía que llamara para decirles qué había pasado, pero asintió. Llegaron al hospital rápidamente y entró directa a urgencias. Un funcionario se ofreció a acompañarla hasta el ala privada donde estaba Nicolás. Vió a un hombre que paseaba nervioso por la sala de espera. 


-Pedro.


-¿Qué estás haciendo aquí?


-Mónica me dijo lo de Nicolás. Tenía que venir -contestó sin esperarse aquella reacción.


-¿Porqué?


-Porque me importan. Los dos. ¿Cómo me iba a quedar allí y tú aquí solo?


-Creo que me estás mintiendo.


-¿Crees que te mentiría en una cosa así? -dijo Paula con el corazón dolorido.


-¿Por qué no? Ya has demostrado que se te da muy bien.


-¿Qué quieres decir? -preguntó apoyándose en la pared.


-¿Quieres que te lo deletree... Paula?


-¿Desde cuándo lo sabes?


-¿No lo niegas? ¿No protestas? -sonrió Pedro.


-No -contestó preguntándose si cuando la besaba sabía que no era Carla.


-Te estás preguntando a quién he besado, si a tí o a tu hermana -dijo él leyéndole el pensamiento-. ¿Sería pasión o castigo? Puede que nunca llegues a saberlo.


-¿Vas a hacerme lo mismo que yo te he hecho a tí? ¿Quieres hacerme daño? Yo nunca tuve esa intención, Pedro. Créeme.


-¿Por qué debería creerte cuando está demostrado que eres una mentirosa?


-Porque estoy aquí.


-Veo que te has recuperado.


Por su tono, Paula supo que no se había creído lo de la borrachera.


-¿En qué me equivoqué? 


-Sospeché desde el principio. Luego, te encontré en mi jardín privado con mi hijo en brazos. Sé que Carla nunca se hubiera mostrado tan tierna con un niño desconocido. Son iguales físicamente, pero no por dentro. Hace años, se hizo pasar por tí y la llevé a ver a los delfines. La dejé creer que me había engañado, pero no era cierto. De niña, era vanidosa y egocéntrica, siempre más preocupada por ella misma que por los demás.


¿Significaba aquello que él no creía que ella fuera ni vanidosa ni egocéntrica? Paula se sintió halagada por el cumplido aunque fuera indirecto. También se sentía complacida porque nunca las hubiera confundido.


Juego De Gemelas: Capítulo 39

La desesperación le dio la fuerza suficiente como para hacerse la borracha cuando llegó Pedro. Mónica y Walter se levantaron a saludarle y ella se quedó sentada y se rio cuando él pidió disculpas por la tardanza.


-¿Qué te parece tan gracioso?


-Tú, príncipe mío -contestó arrastrando las palabras-. Los príncipes no deberían tener asuntos, ni siquiera asuntos de estado -Pedro intentó no inmutarse, pero Paula sabía que aquello era lo último que esperaba de ella-. Hemos seguido tu consejo y hemos empezado sin tí.


-Ya veo. ¿Por qué no comes algo?


-Si le parece bien, serviré la cena, Alteza -intervino Mónica.


-Llámame Pedro, Mónica. Gracias -asintió él.


Paula no recordaba una cena peor. Pedro miraba atónito cómo bajaban las copas de vino de ella, que apenas comía. No se había dado cuenta de que se las estaba bebiendo una de las plantas de la anfitriona, que seguramente aguantaría mejor la borrachera que ella. Pedro intentó disuadirla varias veces y convencerla para que bebiera agua.


-No, me gusta el vino de Carramer. Es fuerte y con buen cuerpo, como sus hombres.


Walter y Mónica intentaban mantener una conversación normal y Pedro hizo lo que pudo, aunque le rechinaban los dientes. Cuando sirvieron el café, Paula estaba tan nerviosa que tiró el café sobre la mesa sin hacerlo aposta.


-Me parece que nos tenemos que ir -dijo Pedro agarrando al vuelo la taza y evitando que se rompiera.


Ella hizo como que se levantaba y se volvió a dejar caer en el sofá.


-¿No sería mejor que la metiéramos en la cama? -preguntó Mónica con preocupación-. Si quieres, puedes mandar a un conductor a buscarla antes de que nos vayamos mañana.


-Me parece bien. ¿Seguro que no es un incordio? -sonrió el príncipe.


-Claro que no. Siento que nuestra estancia aquí tenga que terminar así.


-No es su culpa. Trabajar con ustedes ha sido maravilloso. He aprendido mucho. Que hagan buen viaje y tengan una jubilación tranquila.


-Un buen viaje -repitió Paula.


Le entraron ganas de llorar, pero se obligó a sonreír cuando Pedro les dió las buenas noches. Esperó a oír el coche alejarse para dejar la copa de vino sobre la mesa.


-Parece que ha dado resultado -comentó Walter.


-Eso parece -dijo deseando que no hubiera sido así.


-No pareces muy contenta -dijo Mónica pasándole el brazo por los hombros-. Sabes que te queremos y que estaremos encantados de que te vengas con nosotros, siempre y cuando sea lo que quieres hacer, claro.


Lo que quería y lo que debía hacer eran dos cosas diferentes. Asintió sin decir palabra. Al día siguiente a aquellas horas, estaría rumbo a Estados Unidos y todo habría acabado. Acabado. Se sintió completamente vacía. Odiaba la idea de que Michel la recordara borracha. Ella recordaría sus besos y sus abrazos.


-Te ayudaré a recoger -dijo Paula.


-Ya lo hago yo, cariño. Esta noche lo has pasado mal, ¿Verdad?


-Pedro lo ha pasado peor.


-Sí, pero eres tú la que está enamorada de él -dijo Mónica.


No había dicho que él la quisiera a ella. Era cierto. Él no la quería, pero ella lo quería con todo el corazón.


-Sí -confesó por primera vez.


¿Cuándo se había enamorado de él? ¿Cuando la abrazó por primera vez? ¿Cuando la besó por primera vez? Le parecía tan lejano que no pudo recordar ni un solo momento en el que no le hubiera querido.


-Eso me pareció. Él está prometido con tu hermana, pero eres tú la que lo quieres. Ahora entiendo por qué te quieres ir. 

Juego De Gemelas: Capítulo 38

 -Pero tú no bebes casi. ¿No sospechará?


-El cree que soy Carla. Bueno, vamos a organizarnos porque no creo que tarde mucho en llegar.


-Bien, voy a abrir un par de botellas de vino. Tiraré una por el fregadero y así parecerá que llevamos un rato bebiendo -dijo Walter.


-No creo que al príncipe le haga mucho gracia cuando se dé cuenta de que te has ido -dijo Mónica cuando se fue su marido.


-Sí, pero porque está acostumbrado a que las mujeres caigan a sus pies.


-¿De dónde te has sacado eso?


-Todo el mundo sabe que es un ligón.


-Algunos hombres hacen eso para evitar que una mujer les haga daño.


Paula se preguntó si Mónica tendría razón al recordar que Pedro le había dicho que había dejado que los periódicos le pusieran esa fama porque le convenía.


-Sé que el príncipe tuvo una mala experiencia con su cuñada, Sandra -dijo Mónica.


-¿La mujer de Gonzalo?


-Sí. Una noche que nos quedamos hasta muy tarde estudiando los delfines, Pedro me habló de ella. Estábamos agotados y le pregunté por qué seguía soltero. No sé si fue el cansancio o el vino, pero me contó que una noche, Sandra se le había insinuado y le había dicho que Gonzalo la había obligado a quedarse embarazada de nuevo. Estaba esperando gemelos.


-No me lo creo del Gonzalo que yo conozco.


-Pedro tampoco lo creyó. Cuando se negó a ayudarla a huir, ella le amenazó con decirle a Gonzalo que Pedro la había obligado a acostarse con él.


-Gonzalo no le hubiera creído.


-Pedro no quería correr el riesgo. Cabía la posibilidad de que Lome se pasara la vida preguntándose si los gemelos eran suyos o de su hermano. Decidió hablar con Sandra en otro lugar para ver si la podía hacer entrar en razón, pero ella se estrelló cuando iba a hablar con él y se mató.


-¿Sabe Gonzalo todo eso?


-¿De qué serviría decírselo? Si no se lo hubiera hecho a Pedro, se lo habría hecho a otro, pero eso no impide que él se sienta culpable.


-Por eso no quiere ser tan vulnerable como Gonzalo. Por eso piensa que el amor es una trampa.


-¿Sigues queriendo escaparte?


¿Qué otra cosa podría hacer? Tanto si se quedaba como si se iba, Pedro resultaría herido por su culpa.


-No tengo elección. Sería peor para él que anunciara nuestro enlace y luego se enterara de todo.


-Sería como volver a vivir el engaño de Sandra -reconoció Mónica.


-Será mejor que bebas un poco antes de que llegue el príncipe -apuntó Walter dándole un vaso-. ¿Se te da bien hacerte la borracha?


-Nunca lo he intentado.


-Haz como si estuvieras atontada, como si no pudieras tener los ojos abiertos. Ríete de todo, aunque no tenga gracia.


-Walter, muchas gracias. Siento mucho tener que haceros pasar por esto.


-Nunca le he dado la espalda a un amigo y tú siempre te has portado bien con nosotros.


-¿Qué tal su trabajo?


-Va viento en popa.


-Entonces, ¿Por qué se van?


-Vamos a continuarlo en Florida, pero necesitamos un poco de comunicación entre nosotros, no solo con los delfines -contestó Mónica mirando con cariño a su marido.


-De los cuarenta y tres años que llevamos casados, cuarenta nos los hemos pasado en el mar y me apetece tener a mi mujer para mí en tierra firme -apuntó él.


Paula se sintió emocionada por el vínculo tan fuerte que unía a aquella pareja. Aquello le hizo sentirse muy sola. Ellos se tenían el uno al otro. Carla tenía a Ariel. ¿Y ella? Desde luego, a Pedro, no. Odiaba la idea de aumentar la desconfianza que tenía en las mujeres, pero no tenía elección. 

Juego De Gemelas: Capítulo 37

Paula había perdido las esperanzas de poder hablar con los Sloane antes de que Pedro anunciara su enlace, cuando él mismo le dió la noticia.


-Vamos a cenar al Sargasso esta noche. Walter y Mónica me han dicho que están encantados de volver a verte, pero que les da pena que sea hoy porque se van mañana.


A Paula también le daba pena porque eso quería decir que no volvería a ver a Pedro. Si todo salía como debía, ella se iría con los Sloane a la mañana siguiente. Cuando el príncipe se diera cuenta, ya habrían salido de las aguas territoriales de Carramer y no podría hacerla volver. Debería sentirse aliviada, pero se encontraba apesadumbrada.


-¿Qué estás haciendo?


-Ordenando mis cosas -mintió. Estaba decidiendo qué ropa se podía llevar sin despertar las sospechas de Pedro.


-Tienes una doncella que se encarga de eso.


-Me gusta sentirme útil.


-Puedes sentirte útil haciendo otras cosas -apuntó Pedro muy cerca de su boca-. Me voy, el consejo de ministros me está esperando. Quiero darles la noticia de nuestra boda antes de hacerla pública.


-¿Saben lo del compromiso?


-Algunos, sí. Son muy tradicionales y preferirían que me casara con una mujer de Carramer.


-Tal vez sería mejor.


-Por otra parte, respetan la tradición del compromiso, así que tienen un gran dilema.


-No solo ellos-murmuró Paula.


-Veo que te sigues resistiendo, pero no por mucho tiempo -dijo Pedro apartándole un mechón de pelo de la frente-. Mañana, haré público el enlace.


-¿Tan pronto? 


-A mí me parece una eternidad, ma amouvere -contestó apartándose de ella con evidente esfuerzo-. Nos veremos esta noche en el Sargasso.


-¿No iremos juntos?


-Prefiero que vayas tú primero porque yo seguramente llegaré un poco tarde. Tengo trabajo y no quiero que no puedas estar con tus amigos por mi culpa.


-Gracias -murmuró Paula sintiéndose culpable. Se puso de puntillas y le dió un beso en la mejilla-. Te has portado muy bien conmigo.


-Es como si se hubiera acabado y no ha hecho más que empezar -dijo frunciendo el ceño por un momento.


Pedro se fue y Paula deseó que fuera así, pero no podía ser. El compromiso era con Carla. Ella no tenía cabida en su vida, pero se sentía como si le estuviera traicionando. 


El Sargasso había cambiado poco y sus habitantes también seguían estupendos. Tras los abrazos de reencuentro, Walter la acompañó a un salón apartado, lejos de las miradas de los guardaespaldas de Paula.


-Te has convertido en una mujer bellísima, Carla -dijo Walter.


-Tengo que decirte algo antes de que llegue Pedro. No soy Carla, soy Paula.


-Nunca lo hubiera adivinado. ¿Lo sabe el príncipe?


-No, por eso necesito que me ayudéis -se apresuró a narrarles toda la historia-. Por eso tuve que hacerme pasar por ella, para que pudiera casarse con Ariel.


-En menudo lío las metió tu padre -apuntó Mónica.


-Su intención fue buena, pero... ¿Me ayuda a huir de Pedro?


-No sé -dijo Walter atusándose la barba gris.


-Claro que sí -intervino Mónica-. El único problema es cómo hacer para que te quedes a bordo esta noche.


-Puedo decir que me encuentro mal.


-No, haría que te llevaran rápidamente a pala cio para que te viera un médico -dijo Walter. 


-Podemos invitarla a quedarse, simplemente. Él sabe que somos amigos, no tiene por qué sospechar -sugirió Mónica.


-Sí, pero sabe que nos vamos al alba.


-Creo que tengo una idea. Si estuviera borracha, no tendría más remedio que dejarme aquí para que durmiera la mona. 

martes, 9 de febrero de 2021

Juego De Gemelas: Capítulo 36

 -Pedro, quiero pedirte perdón.


-No hace falta -contestó secamente.


-Sí, sí hace falta. No tenía derecho a pedirte explicaciones sobre la relación que había entre la madre de Nico y tú.


-Debería habértelo explicado antes de que te hubieras visto forzada a preguntar.


-No me refería a eso. Bueno, será mejor que hagamos como si esa conversación no hubiera tenido nunca lugar.


-¿Por qué?


-Porque... -se interrumpió a punto de decirle que quería que las cosas fueran como antes entre ellos. ¿Estaba dispuesta a admitir lo mucho que deseaba su cercanía, su pasión... su amor? -. No quiero discutir contigo. 


-Yo tampoco quiero discutir contigo.


-¿Me perdonas, entonces?


-Para perdonarte, tendrías que haber cometido algún error, pero ya te he dicho que el fallo ha sido mío.


-¿Eres siempre tan duro de pelar? -preguntó Paual furiosa porque él se mostrara tan civilizado.


-Si no fuera por Nico, te demostraría lo duro de pelar que puedo llegar a ser -contestó haciendo una referencia inequívoca.


A pesar de que el agua estaba fresquita, Paula sintió que ardía. Pedro bajó la mirada hasta sus pechos, casi al descubierto bajo el minúsculo biquini. Ella no se tapó ni se metió más en el agua. Aguantó la embestida.


-Tendré que darle las gracias a él, entonces -contestó ella mirando al niño.


-¿Tú qué dices, Nico? ¿Quieres conocer mejor a tu nueva madre?


Como si lo hubiera entendido, el bebé alargó los bracitos hacia ella y Paula lo agarró sin pensarlo dos veces.


-Te gusta, ¿Verdad? -le preguntó mojándole la barriguita y haciendo que se riera y diera palmas.


Pedro seguía observando.


-Se te da bien.


-Tengo experiencia, después de vivir en todos esos lugares del Pacífico -confesó.


-Tienes dotes maternales. Te vendrá bien para cuando tengamos hijos.


-¿Qué te hace pensar que tendremos hijos? -preguntó tan sorprendida que casi se le cayó Nicolás.


-Es la consecuencia natural que se produce cuando dos personas hacen el amor.


-Lo sé, pero no creí que...


-¿Que quisiera tener hijos en un matrimonio como el nuestro? Nunca tuve intención de que Nico fuera hijo único.


-Pero los niños deben nacer en un entorno de amor -apuntó Paula acelerada ante la idea de tener hijos suyos. 


-En Carramer, los matrimonios de conveniencia han tenido hijos durante siglos que han crecido con amor y cariño. ¿Quieres decir que no quieres tener hijos conmigo? -era lo que más deseaba en el mundo, pero no contestó-. Veo que tengo mucho que hacer para que cambies de opinión en cuanto a los hijos y al matrimonio. Será mejor fijar una fecha cuanto antes para la boda.


-Eso no cambiará nada -contestó testaruda.


-¿Estás segura? -preguntó inclinándose y besándola. 


Aquello, después de haber hablado de tener hijos, hizo que su deseo se disparara. Paula sintió una mezcla de sensaciones. Si no hubiera tenido al niño en brazos, habría salido corriendo y se habría alejado todo lo posible de Pedro. Debía ponerse en contacto con los Sloane cuanto antes y conseguir que la ayudaran a salir de allí. Lo malo era que, por muy lejos que se encontrara, no podría huir de sus propios sentimientos. 

Juego De Gemelas: Capítulo 35

 -Así que todo el mundo cree que es tu hijo -dijo Paula admirada.


-No todos. Mi familia sabe la verdad y me apoya. Si algo me sucediera, tendría mi nombre y mi fortuna. Sería un miembro aceptado en la sociedad, nadie lo señalaría con el dedo.


-Prefieres que te señalen a tí.


-Ha sido una de las consecuencias. Los periódicos afirman que soy un ligón sin apenas tener pruebas. Lo del niño les ha venido al pelo para seguir haciéndolo y yo no tengo ninguna intención de contarles la verdadera historia. La versión del príncipe ligón tiene sus ventajas, es una buena cortina de humo para evitar a las depredadoras.


Paula pensó que tanto Nicolás como el pueblo tenían una gran suerte por tenerlo.


-¿Le dirás la verdad a Nico?


-A medida que vaya creciendo, le iré contando lo que pueda ir asimilando. Mientras tanto, contará con mi protección.


Ante aquel gesto de generosidad, Paula comenzó a preguntarse si conocía a Pedro tan bien como ella creía.


-¿Contenta? -preguntó Pedro.


Aquel desdén era como si, al haberle obligado a hablar de la madre de Nicolás, se hubiera roto algo entre ellos. Se sintió desolada.


-Perdona por haberte hecho hablar de esto. Admiro mucho lo que has hecho.


-Nadie te ha pedido ni tu admiración ni tu comprensión -negó Pedro con fiereza tomando al niño en brazos-. Nico es mi hijo. Si se te ocurre hablar de este tema con alguien que no sea de mi familia, negaré todo.


-Debes de tener un concepto muy bajo de mí si crees que sería capaz de decir algo -contestó furiosa.


-Quitando el deber que tengo hacia mi pueblo, el bienestar de Nico es lo que más me importa en el mundo, por encima de tí.


-Eso demuestra lo incompatibles que somos. ¿Por qué no dejas que me vaya?


-Porque no creo que eso sea realmente lo que quieres hacer -contestó él tras una pausa.


¿Sería verdad? Se negaba a creer que el dolor que sentía era porque quisiera que Pedro la quisiera tanto como a su hijo. No podía soportarlo. Se dió la vuelta para que no viera que se le estaban saltando las lágrimas.


-¿Dónde vas? -preguntó Pedro. 


-A cambiarme.


-Ni se te ocurra meterte en el agua sin mí o alguno de los guardaespaldas. Estas aguas son peligrosas.


No tan peligrosas como quedarse en la misma habitación que él. Paula cerró la puerta del baño. Si Pedro no seguía enamorado de la madre de Nico, ¿Por qué insistía en casarse por conveniencia? Tenía que haber algo que no le hubiera contado. Pensó que no era asunto suyo, que más le valía concentrarse en escapar de allí. Mientras se le ocurría algo, decidió irse a dar un baño. Se observó en el espejo con el diminuto biquini dorado de Carla. Agarró una de las toallas para taparse un poco y salió a la habitación. Pedro y el niño estaban dormidos en la cama. Se acercó sigilosamente y los observó. Era un príncipe, pero, con su hijo en brazos, era como cualquier otro padre. Verlos le recordó todo lo que ella quería tener en la vida. Se puso las sandalias y salió de la cabaña. Como Pedro le había advertido que las aguas eran peligrosas, se dirigió a una laguna situada en uno de los extremos de la playa. Se metió hasta la cintura, el agua estaba deliciosa. Nadó un poco y se tumbó haciendo el muerto un rato. Al cabo de un tiempo, oyó a un bebé. Miró y vió a Pedro en bañador metiendo al niño en el agua. Al verlos, se sintió por primera vez como una intrusa. Nadó hasta ellos.