martes, 29 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 36

Tras la violenta tormenta nocturna, el aire olía a limpio y el cielo era tan azul que los deslumbraba. Pedro le había permitido adelantarse, pero dudaba que lo hubiera hecho por galantería. Con aquel terreno resbaladizo, era imposible caminar a gran velocidad o se arriesgaría a perder pie. En aquel terreno, Pegaso era más seguro que Daisy y Pedro la adelantaría cuando quisiera.


Por primera vez, Paula se enfrentó con la posibilidad de perder la apuesta. Desgraciadamente, Pedro tenía razón; ella era una mujer de palabra. Si él ganaba, le entregaría a Carazzan y sus sueños se esfumarían. Pero, ¿Cómo iba a sobrevivir sin poder salir a la calle libremente, disfrazada de Daiana? Una rama le golpeó la cara y el chicotazo barrió de pronto aquella actitud de perdedora. ¿Por qué pensaba que había perdido la apuesta? El día no había hecho más que empezar, todo podía suceder. Daisy no era tan segura como Pegaso, pero era un animal valiente. Y Paula también. Aún no estaban vencidas. Cuando escuchó el sonido de unos cascos tras ella, golpeó el flanco de la yegua. Tenía que haber una forma de llegar abajo antes que él. Y la había. Durante la tormenta, aquel era el único camino seguro, pero las reglas del circuito de Nuee eran claras. Los jinetes podían tomar cualquier ruta siempre que llegaran abajo y arrancaran el banderín blanco. Paula tiró de las bridas de Daisy. El camino sería muy duro, incluso más duro que la subida del día anterior, pero merecía la pena. Media hora después dejó que Daisy bebiera agua en un riachuelo y se lavó la cara, sudorosa. Después, volvió a montar a toda prisa. El tiempo era su enemigo; el tiempo y el hombre que iba tras ella o quizá por delante de ella. No podía saberlo. En ese momento, escuchó un sonido de cascos. No podía ser. Pero así era. Pedro la había seguido y Paula vió enfurecida que él pasaba a su lado como una exhalación. La ventaja que había pensado obtener estaba perdida. Y eso significaba la guerra.


-Vamos, Daisy -dijo, subiéndose a la silla-. No puedes defraudarme ahora.


Y la yegua no la defraudó. Corrió por caminos resbaladizos, saltando sobre troncos y cruzando ríos como la campeona que era. Aquella era la carrera más emocionante de su vida. Pasara lo que pasara, Paula la recordaría siempre. Entonces, en el camino apareció un magnífico semental. De hermosos ojos negros, la crin dorada y la piel canela cubierta de sudor. Podría ser hermano de Carazzan. Daisy se paró de golpe, relinchando, como sorprendida de ver aquel poderoso animal. De repente, el semental se colocó sobre dos patas y la yegua hizo lo mismo. Se sujetó a las bridas con fuerza, asustada. Pronto descubrió qué pasaba. Era la época de celo y Daisy reaccionaba cómo reaccionaría cualquier hembra al ver un espécimen perfecto del sexo contrario. Ella intentó calmarla, pero la yegua estaba tan inquieta que se le escaparon las bridas y Paula voló por el aire. Cayó sobre un tobillo y el terrible dolor hizo que lanzara un grito.


-No intentes levantarte -escuchó la voz de Pedro.


¿De dónde había salido?, se preguntó ella. Debía de haber oído los relinchos y había vuelto para ver qué ocurría. Pedro se puso entre la yegua y el semental, moviendo su sombrero para asustar al animal que, lanzando un relincho agudo, se perdió entre los árboles. Antes de que Daisy desapareciera tras él, Pedro sujetó las bridas y después de atar a los caballos a un árbol, se inclinó sobre Paula.


-Estoy bien, gracias.


-¿Es el tobillo?


Si le decía que se había hecho daño de verdad, Pedro insistiría en dar por terminada la apuesta. Y ella no había llegado tan lejos para nada.


-Me lo he torcido. No es nada serio.


Para demostrarlo, se puso en pie. El dolor casi hizo que se desmayara, pero consiguió sonreír.


-¿Seguro que puedes montar?


-Si Daisy se comporta, sí. 


-Espero que no se encuentren con ningún otro donjuán.


-¿A qué estamos esperando? -dijo Paula, montando de nuevo. 


El dolor era insoportable, pero salió como una flecha, intentando no apoyar el pie dolorido en el estribo. Una hora después llegaba al valle. A partir de entonces tendría que ir a galope sobre terreno liso hasta llegar al banderín blanco. La emoción hacía que pudiera soportar el dolor. Iba a conseguirlo. Iba a ganar.


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