jueves, 10 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 20

Lo primero que Pedro vió al salir del coche fue a su alteza Paula Chaves montando sobre Carazzan. Su corazón empezó a latir con fuerza. Era una imagen tan hermosa que parecía sacada de un sueño. Bajo el pálido cielo del amanecer, era como si el caballo y ella fueran uno solo. La princesa acariciaba el cuello de Carazzan, mirando a Pedro. Estaba demasiado lejos como para que pudiera ver su expresión, pero sabía que debía estar emocionada. De repente, Paula lanzó el caballo hacia él.


Pedro se quedó inmóvil. Su corazón latía aceleradamente, pero no movió los pies del suelo. Era impresionante. El cabello oscuro de la princesa se movía al viento y sus largas piernas, envueltas en unos pantalones de montar que se pegaban a su piel, sujetaban al caballo con fuerza. Por un momento, tuvo la visión de ser él quien estaba entre aquellas piernas y se le quedó la boca seca. Tenía que recuperar el control, se decía. Estaba mirando a la amazona, en lugar de observar al caballo de sus sueños. Y eso tenía que terminar. Si pensaba ganar la apuesta, tenía que controlar sus pensamientos. Pero era más fácil decirlo que hacerlo. Paula era bellísima y controlaba al magnífico animal a la perfección. 


La princesa consiguió detener a Carazzan a un metro de él. Pedro no sabía quién respiraba con más dificultad, el caballo o él mismo. Su respeto por las habilidades ecuestres de Paula Chaves aumentó en ese momento. Y aumentó también una excitación que era tan poderosa como fuera de lugar. Y tenía que ser sincero consigo mismo: la deseaba con todas sus fuerzas. ¿En qué se estaba metiendo? No había movido un músculo, notó ella con admiración. Sabía que había sido una niñería lanzarse contra él al galope, pero no había podido resistir la tentación. Tenía un aspecto tan masculino con las botas de montar que se había sentido retada por su presencia. A la luz del amanecer, parecía una estatua, más que un hombre. Paula recordaba el calor de aquel cuerpo masculino apretado contra el suyo y el fuego que había provocado en su sangre cuando la besó. Deseaba que se repitiera, aunque sabía que no debería ocurrir. La razón se movía debajo de ella. Los movimientos inquietos de Carazzan se transmitían a su cuerpo, intensificando su deseo.


-Buenos días -lo saludó, bajando del caballo.


Un mozo de cuadra salió de los establos en ese momento y tomó las riendas de Carazzan.


-Buenos días, Alteza. ¿Entrenando para lo que nos espera?


-Siempre hago un poco de ejercicio con Carazzan al amanecer. No veo por qué no iba a hacerlo hoy.


Probablemente, él estaba celoso, pensó. Y era lógico. Tampoco ella soportaría desprenderse del animal. Lo que no le dijo fue que apenas había podido pegar ojo aquella noche.


-¿Ha desayunado?


-En el hotel. ¿Y su alteza?


-También -contestó Paula. Solo había tomado café y una tostada, pero no podía comer nada más.


-Entonces, será mejor que nos vayamos. Tenemos doce horas de esfuerzo por delante.


-Los caballos ya estarán preparados.


-¿Llevaremos comida y bebida en las sillas?


-Por supuesto. Y un mapa, un botiquín de primeros auxilios y una brújula para cada uno.


-Ha pensado en todo.


En todo, excepto en sus sentimientos, pensó Paula. Había pensado que sería fácil ganar la apuesta, pero estaba empezando a darse cuenta de que no sería así. Quizá pudiera echarse atrás. No, no podía hacerlo. Cada vez que montara a Carazzan recordaría su fracaso. Lo único que tenía que hacer era soportar doce horas montada sobre una silla y las tierras serían suyas. Carazzan tendría el hogar que se merecía y sus hermanos no podrían negarse a que dirigiera el rancho. 

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