Paula estaba sorprendida de sí misma. ¿Cómo podía sentir aquello? El propósito de Pedro de usar lo que sabía sobre ella en beneficio propio era repugnante; su intención de conseguir a Carazzan, la ponía furiosa. Entonces, ¿Por qué deseaba que la tocase?
-No me refería a eso -dijo por fin, con su mejor aire de princesa.
-Lo que su alteza diga -sonrió él, irónico.
¿Cómo podía saber lo que estaba pensando? Paula había aprendido el arte de disimular sus sentimientos desde la infancia. Y, de repente, Pedro Alfonso podía leerla como si fuera un libro abierto.
-Está usted confundiendo la curiosidad con otra cosa.
-¿Me está diciendo que nunca la habían besado?
-No. Pero los dos sabemos que un beso no significa nada -contestó ella. Pedro pareció molesto por el comentario. ¿Habría querido que el beso significara algo? Quizá no podía leerla tan bien como había pensado. Carazzan rozó su hombro con el hocico en ese momento y Paula se volvió, agradeciendo la distracción-. Quizá sea mejor que hayamos satisfecho nuestra curiosidad antes de convertirnos en rivales.
Había dicho aquello sin pensar, sin saber aún si la apuesta era buena idea. Pero tenía que hacer algo para apartarlo de su vida... de su mente... Y no se le ocurría nada mejor.
-¿Seguro que quiere seguir adelante con la apuesta?
Paula asintió con la cabeza.
-Mi caballo y mi secreto a cambio de sus tierras. El ganador se lo queda todo.
-De acuerdo -dijo él, estrechándole la mano.
Paula lo miró, recelosa.
-Tengo la impresión de que, en realidad, esto era lo que estaba esperando.
-Ha sido su alteza quien ha sugerido la apuesta.
-No parece usted un hombre que actúe por impulso. Ha venido a Nuee para conseguir a Carazzan y quizá todo esto no ha sido más que una estrategia -insistió ella.
-No ha sido una estrategia.
-No voy a perder, señor Alfonso. No voy a perder mi libertad y tampoco voy a perder a Carazzan.
Fascinado, Pedro miró aquellos ojos brillantes. Paula Chaves se equivocaba. El solo había pensado ofrecerle una sociedad para que los dos pudieran disfrutar del rancho y de Carazzan. Pero cuanto más pensaba lo de la apuesta, más le gustaba. La imaginaba montando a su lado, jadeando mientras luchaban para subir por aquel terreno pedregoso. Aunque ella no había hecho nunca el circuito, estaba en su casa y era una gran amazona. Por su parte, él tenía tantos deseos de ganar que sería un buen competidor. Pero tendría que tener cuidado para que Paula no lo anulara con su belleza. Quizá ella sabía cómo lo alteraba. Y si no lo sabía, no tardaría mucho en darse cuenta de que su atractivo era un arma poderosa. Más hombres en la Historia habían mordido el polvo por culpa de una mujer que por el resultado de una batalla. Y había tanto en juego que Pedro no pensaba ser uno de ellos.
-Será una apuesta muy interesante. Y no pienso perder.
Ella hizo caso omiso de aquellas palabras, pero le resultaba más difícil obviar los latidos de su corazón. Era difícil creer que iba a arriesgar tanto. ¿Y si perdía a Carazzan? Pero eso no podía ser. No lo permitiría.
-Habrá que elegir un día.
-Yo tengo reuniones esta semana y la próxima debo ir a la isla de los Ángeles para ver al príncipe Leandro -dijo Pedro.
Antes de comprar las tierras, había sido informado de que el príncipe Gonzalo gobernaba la capital del país, Solano, en la isla de Celeste mientras el príncipe Leandro gobernaba la isla de los Ángeles, la más grande del país. Era un buen arreglo, que daba a cada príncipe una parte del trabajo, pensó Pedro. ¿Sería por eso por lo que la princesa Paula había preferido vivir en la isla más pequeña, Nuee? Ella parecía querer vivir su propia vida y eso era algo que tenían en común.
-No suele- ir a las otras islas, ¿Verdad? -preguntó entonces.
-Solo para algún asunto oficial. Vivo aquí, en el palacio que construyó mi abuela, pero he hecho algunos cambios.
Unos cambios muy sensatos, pensó Pedro. Los establos eran un modelo de diseño y eficiencia.
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