jueves, 3 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 10

En cuanto se oyó a sí mismo formular la pregunta, Pedro reconoció su error. Tenía que volver a verla para persuadirla de que le vendiera a Carazzan, pero había sonado como si quisiera verla por razones personales. El problema era que quería verla por razones personales. Acababa de encontrarse cara a cara con algo en lo que nunca había querido pensar. Se encontraba solo. Era por elección propia y sabía que no tendría por qué pasar la noche solo, pero aquello era diferente. Y peligroso.


-Pasado mañana hay una reunión de los miembros de la asociación «Tu amigo el caballo» en mi casa de campo. Está invitado a acudir -dijo Paula entonces. Parecía incómoda, como si ella también se estuviera cuestionando si debían volver a verse.


Pedro sabía que aquella asociación era el equivalente de una que él apoyaba en Estados Unidos y que se encargaba de que los niños discapacitados montaran a caballo, una actividad que les encantaba y los hacía sentir importantes. No había imaginado que la princesa estuviera interesada en esa causa. Quizá negociar con ella no resultara tan difícil. Estaba seguro de que aquella gala benéfica para los niños era algo más que una actividad a la que debía acudir por obligación.


-Allí estaré.


-Haré que envíen una invitación a su hotel.


Debería haber sabido que él sería puntual. Aldana había enviado la invitación a su hotel. Aldana, que lo sabía todo excepto por qué la princesa de Carramer se sentía tan atraída por aquel hombre. Paula se decía a sí misma que quería verlo para asegurarse de que Pedro guardaba el secreto de sus escapadas, pero había algo más. Estaba apoyada en la valla de madera, observando a los niños que montaban a caballo, cuando él apareció por detrás. Pedro la saludó formalmente, como si no la hubiera besado la noche anterior. El beso había dejado una marca en ella y eso la irritaba. Estaba harta de caballeros andantes, ya tenía suficiente con sus hermanos. Paula estaba lista para demostrarle, a él y a cualquier candidato a protector, que ella no necesitaba que nadie la protegiera. Pero cuando el alto y guapo estadounidense sonrió, sintió un escalofrío. No tenía nada que ver con necesitar un hombre que cuidara de ella, sino con su necesidad de amar y ser amada. No debía pensar en sus propios problemas, cuando había tanta gente necesitada a su alrededor.


-Mire esa niña -le dijo, señalando a una niña sin piernas-. Solo puede usar los brazos, pero lo está pasando estupendamente.


-Esto es una gran ayuda para ella -asintió Pedro, recordando las sesiones similares que solía organizar en su rancho-. Hay un vídeo para niños discapacitados en el que se les enseña que los caballos al caminar mueven los mismos músculos que una persona. Así, subidos sobre el animal, pueden sentir por primera vez lo que es caminar.


-Y es más divertido que cualquier otra terapia -dijo ella-. Cuando tenía catorce años, me caí de un caballo y me rompí un tobillo. Estuve inmovilizada durante mucho tiempo y después la fisioterapia fue un horror.


-La comprendo. Yo también me rompí varios huesos de pequeño.


-¿También se cayó de un caballo?


-Yo no tuve tanta suerte -contestó él.


Pero no dijo nada más. Paula vió un brillo de tristeza en sus ojos. Durante la cena, él le había dicho que creció sin familia. Perder a sus padres había sido la experiencia más dolorosa de su vida, pero al menos ella había tenido el cariño de sus hermanos. Le molestaba que fueran tan protectores, pero no podía imaginarse cómo habría sobrevivido sin su apoyo. Como estaba segura de que Pedro no quería hablar del tema, Paula se volvió hacia los niños de nuevo. En ese momento, uno de los cuidadores estaba sacando a uno de su silla de ruedas. Cuando el crío estuvo encima del caballo, sus facciones se iluminaron.


-En nuestro programa, tuvimos una vez un niño ciego -dijo Pedro-. Y el caballo, no sé cómo, dejó que lo tocara por todas partes sin mover un solo músculo. Era como si supiera que el niño solo podía ver con sus manos. Son asombrosos, ¿Verdad?


Asombroso era también lo que Paula sentía. Aquella causa era importante para ella, pero la emoción que sentía en aquel momento no tenía que ver con los niños, sino con el hombre que había a su lado.


-¿Los animales o los niños?


-Los dos. Cada vez que recibo niños discapacitados en mi rancho, me quedo asombrado de lo fuertes que son. Y también de cómo los caballos saben que deben ser suaves con ellos.


-¿Le gustaría echar un vistazo a mis establos? -preguntó Paula entonces.


-Me encantaría -sonrió él. 

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