martes, 15 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 22

 -¿Qué pasó con los demás?


-Decían que era demasiado problemático y me enviaban de vuelta al orfanato.


-¿Y lo eras?


Pedro asintió.


-Yo no tenía padres y estaba muy amargado. Además, las familias que me acogían me recordaban todo el tiempo que, en realidad, yo no era su hijo.


-Supongo que Horacio Alfonso no era así.


-No. Él quería que me hiciera un hombre, que aprendiera a valerme por mí mismo. Y me enseñó a hacerlo dándome cariño.


-Parece un buen hombre -murmuró ella.


-El mejor.


-¿Y lo de Pedro?


Él se aclaró la garganta.


-Me lo puso una enfermera cuando mi madre me abandonó.


Paula se dió cuenta de que él no quería compasión, pero su corazón se partía al pensar en la triste infancia de aquel hombre.


-¿Nunca te has preguntado dónde estarán tus verdaderos padres?


-Claro que sí. Pero me niego a fantasear. Ni siquiera recordarán que tuvieron un hijo.


-¿Los odias, Pedro?


-No. Mi madre era adicta a las drogas y de mi padre nadie sabía nada. En realidad, siento mucha pena por ellos.


-Ya veo.


Era una actitud muy generosa, tuvo que reconocer Paula. Si la apuesta no fuera tan alta, casi se sentiría tentada de dejarlo llegar a la cumbre antes que ella.


-¿Vamos a quedarnos aquí todo el día? -preguntó él entonces-. Estoy deseando ganarte.


-Pues tengo noticias para tí. Ese banderín lleva mi nombre -sonrió Paula.


-No podrías poner todos tus títulos en él. 


-Pero podría poner Daiana.


Riendo, Paula clavó los talones en el flanco de Daisy y tomó el sendero que subía a la montaña. En las partes más empinadas, se sujetaba a la crin de la yegua, apoyándose en los estribos para restarle peso. Por el rabillo del ojo, vió que Pedro hacía lo mismo. Después de lo que pareció una marcha interminable, pero que en realidad solo habían sido tres horas, llegaron a un valle cubierto de hierba, cruzado por el serpentino río Mayat. Al otro lado del río, a unos diez minutos, al galope, estaría el banderín verde que indicaba la mitad del camino. El primero que tocara el banderín sería el primero en empezar la marcha después de comer y Paula estaba decidida a conseguirlo. Tocó el banderín cinco minutos antes de que Pedro llegara a su lado y eso significaba que tendría cinco minutos de ventaja sobre él en la parte más dura del camino. No era demasiado, pero sería suficiente.


-Te has arriesgado mucho cruzando el río al galope -le dijo Pedro mientras comían.


-Pero he llegado la primera.


-No servirá de mucho si te matas.


-Pero tú te quedarás con Carazzan y con las tierras.


-Y una orden de busca y captura firmada por tus hermanos -sonrió Pedro-. ¿Por qué te arriesgas tanto, Daiana?


Paula apoyó la espalda sobre una roca. Podría haberle dicho que él se arriesgaba de igual forma.


-Podría decirte que me arriesgo porque sí. Los montañeros que suben al Everest dicen que lo hacen «porque la montaña está allí».


-¿Te gusta el riesgo? 


-En parte.


-¿Cuál es la verdadera respuesta?


-Me gusta saber hasta dónde puedo llegar.


-¿Quieres conocerte a tí misma?


-Igual que tú. A veces tengo la impresión de que soy un personaje de película, no una persona de verdad.


-Y de vez en cuando te quitas el maquillaje y miras lo que hay debajo -dijo Pedro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario