martes, 15 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 24

 Pedro la miró, muy serio.


-No me conoces, Daiana.


-Tengo información sobre tí.


Bajo el sol, él tenía un aspecto muy atractivo. Y peligroso. Peligrosamente atractivo.


-¿Y esa información incluye mis miedos, mis sueños, mis fantasías?


Ella negó con la cabeza, nerviosa.


-Claro que no. Solo asuntos profesionales y las organizaciones benéficas con las que colaboras. Y también sé que tu matrimonio fue un fracaso.


-¿Tus informadores te lo han contado todo?


-Solo que tu mujer era la hija de un embajador y que era muy guapa - contestó Paula.


-Guapa por fuera.


-¿Qué pasó?


-No le daba todo lo que ella quería. 


-¿Y crees que yo soy como ella? 


- ¿No es así?


La pregunta fue para Paula como una bofetada.


-Tú no eres el único ser incomprendido, Pedro. Haber nacido en tus circunstancias no te convierte en un noble salvaje, como las mías no me convierten en una pobre niña rica.


-¿Pobre niña rica?


-He dicho que no lo soy. Agradezco las oportunidades que he tenido y no siento pena de mí misma, pero eso no significa que no pueda hacer lo que quiera con mi vida. ¿Por qué tú has podido hacerlo y yo no? ¿Porque eres un hombre?


-Yo no he dicho eso.


-Pero lo has insinuado -contestó ella, levantando la barbilla.


-Te equivocas.


-Yo no suelo equivocarme -replicó Paula.


Pedro la miró, muy serio.


-Veo que ha vuelto la princesa. Esa es la diferencia entre nosotros, Alteza. Su alteza solo rompe moldes cuando le apetece hacerlo.


Pedro tenía razón. Daiana solo aparecía cuando no había riesgo. Cada vez que se sentía amenazada, aparecía la Princesa. Nadie se atrevía con la ella y ese era su parapeto. Pero entonces recordó lo que había pasado en la feria.


-No me convertí en la Princesa con aquel borracho.


-¿Y ahora?


Antes de que pudiera contestar, él la empujó contra un árbol y le sujetó las manos por encima de la cabeza. En esa posición, Paula se sentía muy vulnerable y más aún cuando él apoyó el peso de su cuerpo sobre ella. Su boca era dura, exigente. No era tanto un beso como una exploración. Como si buscara a la auténtica Paula. La Princesa empezó a desaparecer entonces. Nada de lo que había experimentado nunca se parecía a lo que experimentaba cuando Pedro Alfonso la besaba. Jadeaba mientras él le besaba el cuello y le desabotonaba el cuello de la camisa para buscar el tierno valle entre sus pechos. Daiana podría ser la amante de aquel hombre, pensó. Pero Daiana no era real, de modo que ¿Quién estaba respondiendo con tan lujurioso abandono? Paula. El pensamiento la sorprendió. Él la besaba como un hombre besa a una mujer deseable, obligándola a responder de la misma forma. Adrienne enredó los brazos alrededor de su cuello y le devolvió el beso, entregándose completamente, sabiendo que lo hacía por primera vez. Cuando él por fin se apartó, se sintió vacía.


-¿Qué ha pasado?


-Te he besado -contestó Pedro tranquilamente-. Y tú me has devuelto el beso. Tú, no Daiana y tampoco la Princesa.


-¿Cómo lo sabes? -preguntó ella, disimulando su turbación.


-Porque, durante unos segundos, te has entregado del todo.


-¿Y tú?


-Yo he aceptado el regalo -contestó él.


Paula lo odiaba por tratarla de esa forma, lo odiaba porque no parecía alterado, mientras que para ella aquel beso había significado un mundo. 

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