-Te ves a tí mismo como alguien superior, ¿Verdad?. Pero eres tan arrogante como la gente a la que desprecias.
Pedro apretó los dientes.
-He tomado lo que me dabas, pero por mi parte, yo también he dado.
-¿Qué me has dado?
-Satisfacción. Y el deseo de que vuelva a repetirse.
Paula enrojeció hasta la raíz del cabello.
-No tengo deseo alguno de volver a besarte.
-¿De verdad? -preguntó él, con los ojos clavados en sus labios.
-De verdad.
-Entonces, ¿No quieres que te tome en mis brazos, que te desabroche la camisa y acaricie...?
-Cállate. No necesito nada de tí.
-Entonces, ¿Qué estamos haciendo aquí?
Paula no se había referido a la apuesta.
-Esto es un truco para que no gane...
-Los dos sabemos que no lo es -la interrumpió él-. Si lo fuera, yo no estaría aquí dejando que me pongas nervioso.
De modo que él no era indiferente del todo, pensó Paula. Besarla no había sido parte de un plan, como no lo había sido su respuesta. Y, sin embargo, después de aquel beso, aunque ganara la apuesta, sería una victoria pírrica. ¿Cuándo había empezado a sentirse atraída por aquel hombre? Pedro la obligaba a vivir cada momento como una mujer real. Nadie había conseguido eso nunca. Pero no se hacía ilusiones. Aquello había terminado antes de empezar. El desprecio de Pedro por su ex mujer la advertía de que no había sitio para alguien como ella en su vida. Y tampoco quería intentarlo. Eran contrarios, rivales. De modo que era ridículo fantasear sobre algo que no iba a ocurrir. Porque, a pesar de todo, ella quería ganar aquella apuesta.
El camino se hizo más difícil a partir de entonces. A veces era Pedro quien iba en cabeza, a veces era ella, pero Paula tenía suficiente con intentar que Daisy y ella llegaran a la cumbre de una pieza como para preocuparse de quién fuera el primero. Además, su yegua la tenía un poco preocupada. Normalmente, obedecía bien las órdenes, pero aquel día le estaba costando un enorme esfuerzo conseguir que caminara en la dirección correcta. ¿Sería la dificultad del camino o que la yegua notaba que ella estaba tensa? Un poco de las dos cosas, imaginó. Aquel camino traidor se estaba convirtiendo en un suplicio. Sobre sus cabezas, doscientos metros de montaña brillaban bajo el dorado atardecer. Debajo, quinientos metros casi en picado. Paula no quería ni mirar. Daisy estaba acostumbrada a los empinados caminos de la isla, pero, aun así, le costaba trabajo subir. Aquello no era un circuito, era una jornada en el infierno. Unos minutos después, llegó a un pequeño reborde plano y suspiró, alegrándose de poder descansar un poco. Si Pedro estaba tras ella, Pegaso también necesitaría un descanso. Si iba delante, le habría sacado mucha ventaja, de modo que podía descansar unos segundos.
Paula buscó a su adversario, pero el bosque era tan denso que no podía ver nada. Desgraciadamente, el silencio hizo que volviera a darle, vueltas a la cabeza. No tenía palabras para expresar lo que le estaba pasando por dentro. Era como si el beso de Pedro la hiciera cuestionarse todo las cosas que había creído saber sobre sí misma. Debía de estar horrenda, pensó, mientras bebía un poco de agua. Había tirado las gafas de sol horas antes y su cara debía de ser una máscara de polvo y sudor. Pero eso no había parecido importarle a Pedro. ¿Cómo sería amar a un hombre como él? Paula se imaginaba en su cama, el cuerpo musculoso del hombre cubriendo el suyo, explorando la pasión hasta el límite. Estaba segura de que Pedro Alfonso no pararía hasta llevarla al cielo. El pensamiento era tan turbador que Paula tuvo que tomar otro trago de agua. Pedro pensaba que ella era como su ex mujer, así que ¿Para qué torturarse? Algún día conocería a un hombre y se casaría con él. Sería una decisión que tomaría ella sola, sin intervención de nadie. Haría cualquier cosa por su país, excepto un matrimonio de conveniencia. Ella solo se casaría con el hombre del que estuviera enamorada. Pedro. Era como si sus pensamientos lo hubieran conjurado. Cuando él la vió, tiró de las riendas.
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