Era el momento que esperaba. Aquel día, la princesa no estaba mareada y él no estaba distraído por un cuerpo que parecía esculpido en el cielo. O eso creía. Aquel día la princesa llevaba botas de montar y unos pantalones que se pegaban a su cuerpo como una segunda piel. Llevaba la camisa abotonada hasta el cuello, pero, aun así, tenía que apartar los ojos mientras ella caminaba delante de él. Sus movimientos eran tan gráciles como los de una gacela. Podía imaginarla montando a caballo, con su maravilloso cabello negro al viento. Paula Chaves tenía unos rasgos clásicos y un cuello de cisne. Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse. Había ido allí para intentar comprarle a Carazzan y no iba a ser tarea fácil. Si los papeles se hubieran invertido, él no se habría deshecho del animal por nada del mundo. Cuando llegaron a un establo en el que había un cartel con el nombre del semental, Pedro se preparó para la batalla. Pero Paula siguió hacia otro establo en el que había seis caballos, todos ellos mezcla de caballos nativos y españoles. Sin mirar, Pedro sabía que aquellos maravillosos ejemplares tendrían la espalda alta, patas rectas y pezuñas bien formadas. La mayoría eran de color canela o miel como sus ancestros y, como ellos, serían igual de inteligentes. Si eran el resultado del programa de cría de la princesa, su respeto por ella aumentaba por segundos. El corazón de él se aceleró. Cuántas cosas podría hacer él con aquellos caballos y un semental como Carazzan, pensó.
-¿Qué le parecen?
-Creo que está haciendo un trabajo asombroso, Alteza.
-Parece impresionado -sonrió ella.
-Me gusta dar crédito cuando es debido. Son los mejores caballos que he visto en mucho tiempo.
-Viniendo de usted, es un cumplido que acepto encantada.
-¿Por qué?
-Por su reputación como criador. Es impresionante.
-Pero no lo suficiente como para poner una alfombra roja a mi paso - dijo él.
-La alfombra roja suele ser para mí -sonrió Paula.
-Si yo no hubiera comprado las tierras, lo habría hecho cualquier otro -dijo Pedro entonces-. El príncipe Gonzalo está decidido a atraer inversiones extranjeras.
-Los dos sabemos que esa no es la razón por la que ha aceptado que sea usted quien construya el rancho -dijo Paula, sin mirarlo.
-No puedo disculparme por ser un hombre.
-No tiene que hacerlo. No es culpa suya, es culpa de mi hermano.
-Un momento, Alteza. Yo no soy el títere de nadie. Si yo quisiera tener una socia, no tendría que pedirle permiso -dijo entonces Pedro.
El corazón de Paula dió un vuelco.
-¿De verdad está pensando en asociarse con alguien?
Pedro no había pensado en ello hasta aquel momento, pero podría ser la solución a sus problemas. La princesa deseaba con todas sus fuerzas conseguir aquel rancho y quizá de ese modo aceptara venderle a Carazzan.
-Es posible. Si eso fuera en beneficio del rancho, lo haría. Yo no puedo estar aquí todo el tiempo porque debo volver a Estados Unidos y, teniendo un socio, todo iría perfectamente.
Paula empezó a acariciar a uno de los caballos, que agradeció la caricia con un resoplido. Si ella lo tocara de esa forma, Pedro también resoplaría, pensó tontamente.
-¿Por qué eligió Nuee? -preguntó entonces Paula.
-Como sabe, los caballos nativos son magníficos -contestó Pedro. Pero no dijo nada sobre Carazzan-. El clima es muy bueno para la cría y no hace falta invertir en calefacción para los establos ni construir pistas cubiertas de entrenamiento.
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