martes, 1 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 7

 -Estoy bien. Pero necesito comer algo.


-Haré que te suban una bandeja inmediatamente.


Un criado subió poco después, pero Paula apenas probó bocado. Media hora más tarde, entraba en el gran salón de palacio. Los invitados se colocaron en fila para saludarla y Aldana se puso detrás de la princesa por si necesitaba que le recordara algún nombre. Aunque no solía ser necesario; Paula tenía muy buena memoria y recordaba todas las caras. Sin embargo, cuando un hombre se acercó para estrechar su mano, se quedó helada.


-Pedro Alfonso, de San Francisco -murmuró Aldana.


-Alteza, qué sorpresa -dijo él, irónico. A juzgar por el brillo de sus ojos azules, la sorpresa no era más agradable para él que para ella. En lugar del hombre de negocios gordo e insufrible que Paula había imaginado, Pedro era alto, fuerte y muy guapo. Y el hombre que la había rescatado en la feria. Al igual que los otros invitados, tomó su mano para saludarla, pero no la soltó inmediatamente, como requería el protocolo-. El mundo es un pañuelo, ¿verdad?


Los años de entrenamiento consiguieron que Paula no perdiera la sonrisa, aunque por dentro estaba muy nerviosa.


-Es un placer conocerlo, señor Alfonso.


Su corazón latía a toda velocidad, pero ni siquiera permitió que un pestañeo demasiado rápido la delatara. Por un segundo, una sombra de duda cruzó las facciones de Pedro Alfonso y Paula se dió cuenta de que estaba intentando decidir si la mujer que había conocido por la tarde era la misma que tenía frente a él. Con aquel vestido de noche y una fortuna en joyas adornando su cuello y su cabeza, sabía que tenía un aspecto muy diferente. ¿Podría convencerlo de que se trataba de un error?


-El placer es mío, Alteza. Espero que más tarde podamos hablar sobre… intereses comunes.


Antes de que Paula pudiera replicar, él soltó su mano y se alejó, obligándola a saludar al siguiente invitado. ¿Qué habría querido decir con eso? Pedro Alfonso había ido a Nuee para negociar la creación de un rancho, el rancho que ella misma había soñado construir. Si el estadounidense pensaba que podría aprovecharse de aquel encuentro para conseguir su apoyo, estaba muy equivocado. No podía creer que aquel hombre quisiera aprovecharse de ella. Pero, en realidad, no lo conocía. Pedro había descubierto un secreto que solo Aldana sabía. ¿Cómo usaría esa información? La pregunta estuvo dando vueltas en su cabeza durante toda la ceremonia de saludos y después, cuando brindó con los invitados para agradecerles sus aportaciones económicas.


-¿Te encuentras bien? -le preguntó Aldana en voz baja.


-Sí. ¿Por qué?


-Porque esa es la segunda copa de champán y no sueles beber durante las recepciones.


Paula miró la copa vacía que tenía en la mano. Ni siquiera se había dado cuenta, pero Aldana tenía razón. Durante aquellas cenas, ella solía beber agua para mantener las ideas claras.


-Gracias, Aldana. Estoy un poco distraída.


-Me ha parecido que te quedabas sorprendida al ver a Pedro Alfonso. ¿Lo conocías?


-No.


-Como ha hecho la contribución más elevada, se sentará a tu lado en la mesa.


Paula miró al hombre que capturaba su atención incluso a muchos metros de distancia. De nuevo, el corazón empezó a golpear con fuerza su pecho. Incluso con esmoquin, parecía el protagonista de una película del oeste. Era más alto que el resto de los hombres y no podía pasar desapercibido... sobre todo, porque estaba mirándola desde el otro lado del salón con aquellos ojos suyos. En ese momento, él se abrió paso entre los invitados.


-¿No podemos cambiar la distribución? -preguntó Paula.


Su secretaria miró el reloj, angustiada.


-Tenemos que sentarnos dentro de tres minutos. Tendría que pedirle al maitre que retrasara un poco el servicio...


-No te molestes, da igual -la interrumpió Paula. Pedro Alfonso acababa de llegar a su lado y le ofreció su mejor sonrisa-. Señor Alfonso, me han dicho que va a sentarse a mi lado durante la cena.


Él le ofreció el brazo y Paula lo tomó, sin dejar de sonreír.


-Llámeme Pedro, pero yo no sé cómo llamarla.


-Mi nombre es Paula Chaves, como usted sabe. Y la gente me llama Alteza -replicó ella entonces. Si apartaba su mano del brazo de aquel hombre, su jefe de protocolo sufriría un ataque, pero lo único que deseaba era salir corriendo.


La mesa era suficientemente grande como para que un avión aterrizara en ella, pero con Pedro a su lado, Paula sentía que le faltaba espacio.


-¿Qué lo ha traído a Nuee, Pedro? -preguntó la princesa cuando sirvieron el primer plato.


-Voy a construir un rancho en su país. Será una versión de mi propio rancho en Estados Unidos.


Como gobernador de las islas de los Ángeles y Nuee, el príncipe Leandro, debía dar su consentimiento antes de que un extranjero pudiera hacer una, inversión de tal calibre y quizá Paula tuviera tiempo para convencer a su hermano de que no lo hiciera.


-¿Y sus planes van muy adelantados?


-He comprado las tierras y lo único que necesite es la aprobación del príncipe Leandro.


Una aprobación que no había querido darle a su propia hermana, recordó Paula, furiosa.


-Supongo que esperará que le hable bien de su proyecto a mi hermano.


-Creo que debería preocuparse más por lo que yo pueda decirle a su hermano que por lo que tenga que decirle usted. 

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