martes, 29 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 34

 -Compartiremos la cama.


-Nobleza obliga, ¿Verdad, Alteza?


-Esto no tiene nada que ver con la nobleza, solo estoy siendo práctica. No podrás competir si te pones enfermo.


-Da igual. Dormiré en el suelo.


¿Tanto le disgustaba que no podía siquiera compartir la cama con ella durante una noche? Paula decidió que Pedro dormiría en la cama aunque tuviera que atarlo.


-Si lo que temes es no poder controlarte...


Paula dejó el reto en el aire, saboreando la expresión indecisa del rostro de Pedro.


-Te gusta jugar con fuego, ¿Verdad?


-Según tú, no voy a jugar con fuego. Has dejado claro que no me encuentras atractiva, de modo que no hay ningún peligro en compartir la cama.


-¿Qué te hace pensar que no te encuentro atractiva?


-Tienes una forma muy rara de demostrarlo.


-Si me dejara llevar por mi instinto, no tendría que demostrarte nada.


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse. Era una princesa, se dijo. Había aprendido desde niña a controlar sus emociones. Pero su entrenamiento no había incluido a alguien como Pedro. Sin saber qué hacer, se acercó a la chimenea para mover los troncos. Cuando él le quitó el atizador, Ella se sobresaltó.


-Si sigues así, vas a apagarlo.


Ojalá sus emociones pudieran extinguirse con tanta facilidad, pensaba ella.


-No tienes derecho a decirme lo que debo o no debo hacer.


-Muy bien. Apágalo si quieres, pero no me pidas que vuelva a encenderlo cuando te quedes helada.


-¿Crees que no sé cómo encender el fuego?


-No es que lo crea, lo sé. Sujetas el atizador como si fuera un florete.


-He tenido más práctica con floretes que con atizadores.


Y era cierto, sus tutores habían considerado que la esgrima era una habilidad necesaria para una princesa.


-Eso me gustaría verlo -murmuró Pedro-. La princesa guerrera blandiendo su espada.


-¿No me crees?


Paula intentaba mantenerse seria, pero aquella conversación se lo ponía difícil.


-Claro que te creo. Pero no entiendo una educación que incluye clases de esgrima y no de su pervivencia.


-No lo entiendes porque no eres de sangre real.


Paula no lo había dicho como un desprecio, pero él pareció tomarlo así y su gesto se endureció. Era culpa de él. Hablaba continuamente de las diferencias entre ellos y, al final, terminaba diciendo algo que la hacía saltar. La provocaba continuamente, como si no quisiera que ella olvidase quién era. Aunque él lo había olvidado mientras la besaba. Y ella también. Pedro Alfonso era una amenaza para todos sus sueños y la hacía desear cosas que no debía desear: un hogar, niños, una vida normal. La idea de tener hijos con Pedro hizo que se le formara un nudo en la garganta y Paula se dijo a sí misma que era la situación lo que la estaba sacando de sus casillas. Al día siguiente vería las cosas de otra forma.


-Muy bien. Dormiremos los dos en la cama -suspiró él entonces.


-¿Prefieres dormir al lado de la pared? -preguntó ella, intentando disimular su nerviosismo.


-Me da igual -contestó Pedro, mientras se quitaba las botas. Después, se tumbó sobre el colchón y se cubrió con las mantas-. ¿Vienes?


-Aún no tengo sueño -mintió ella.


-Como quieras. Pero mañana será un día muy largo.


La subida al monte Mayat y la bajada por un suelo resbaladizo la habían dejado agotada, pero Paula no se atrevía a tumbarse a su lado. Lo había acusado de no poder controlarse, pero en realidad estaba hablando de sí misma. Se quedó mirando las llamas de la chimenea durante media hora, pero cuando el fuego empezó a apagarse, decidió no esperar más. Pedro estaba dormido. 

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