-Salir de palacio disfrazada no es darle la espalda a mi familia.
-Quizá tenga razón. Pero tendrá que admitir que salir de palacio sin escolta es un comportamiento irresponsable.
-¿Sabe usted lo cansada que estoy de ser responsable? -replicó la princesa-. Claro que sé quién soy, claro que tengo una familia. Y nadie me permite olvidarlo, ni siquiera durante cinco minutos. A los siete años ya tenía que asistir a los desfiles y a las cenas de gala. Cualquier niño se dormiría en una gala, pero si lo hacía yo, salía en los periódicos.
Pedro hizo un gesto con la mano.
-De acuerdo. Ser una princesa tampoco debe de ser muy fácil, pero ¿Qué habría ocurrido si ese borracho se hubiera salido con la suya? ¿Cómo se habrían sentido sus hermanos?
-Eso es cierto -admitió ella-. Habría sido terrible. Cuando nuestros padres murieron en un accidente de avión, pensé que mis hermanos jamás volverían a sonreír.
-Y, sin embargo, usted se arriesga a que le ocurra algo sin pensar en ellos.
-Mis ayudantes sabían dónde estaba. Era de día y me sentía segura.
-Pero un hombre borracho la atacó, Alteza.
-Lo sé.
-Quiero que me prometa que no va a volver a hacerlo.
Paula levantó las cejas, atónita.
-¿O... se lo contará a Leandro?
-Si hace lo que debe, no contaré nada.
-¿Y qué es lo que debo hacer? ¿Venderle a Carazzan?
-Una cosa no tiene nada que ver con la otra. No soy un chantajista - dijo Pedro. Paula no sabía qué hacer. No podía vender a Carazzan, pero la idea de no poder escapar de sus obligaciones reales de vez en cuando era impensable-. Piénselo, Alteza. Yo tengo las tierras y usted, un semental que se hará legendario. Que seamos socios es lo más lógico.
Una idea surgió en la mente de Paula.
-Hay otra solución.
-¿Cuál? -preguntó él, receloso.
-Una apuesta.
-¿Qué clase de apuesta?
-Un concurso de monta, de doma, de saltos... la disciplina que usted decida.
-Y usted montaría a Carazzan, claro.
-Podría elegir otro caballo.
-En su país y con sus caballos, el concurso lo ganaría la princesa Paula aunque no montara a Carazzan.
-¿Tiene miedo de aceptar, señor Alfonso?
-Nunca he rehusado una apuesta -contestó él-. Pero tendrá que ser otra cosa.
-Hay un reto que siempre he querido probar -dijo entonces Paula, emocionada-. El circuito del monte Mayat.
-¿Está loca? Es una de las montañas más duras del hemisferio Sur.
-Probablemente. Si gano, el precio será su silencio sobre mis... actividades.
-¿Y si pierde? -preguntó Pedro.
-Aceptaré quedarme en palacio como una buena princesita -contestó ella. La idea era aterradora, pero tenía que arriesgarse.
Pedro negó con la cabeza.
-Para esa apuesta, las ganancias tienen que ser más importantes.
Instintivamente, Paula puso una mano sobre el cuello de Carazzan.
-No pienso apostar a Carazzan.
-¿Ni siquiera por esas tierras que tanto desea?
Paula lo miró, sorprendida.
-¿Está dispuesto a apostar las tierras?
-Carazzan no puede moverse de aquí. Este es su sitio. El ganador se lo lleva todo. La pregunta es si está dispuesta a arriesgarse, Alteza.
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