martes, 29 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 33

Pedro cortaba troncos con la ferocidad de un poseso. Había oscurecido y apenas podía ver el mango del hacha, pero tenía que dar rienda suelta a su frustración antes de hacer algo que los dos lamentaran más tarde. Siguió partiendo troncos hasta que le dolieron todos los músculos. Mejor. Así dejaría de pensar en Paula. Pero la táctica funcionó durante diez segundos. Aquella noche, ella no parecía una princesa, parecía una mujer que acabara de levantarse después de una noche de amor. Estaba preciosa. Pero Paula era una princesa. Y virgen. La idea de ser su primer amante lo dejaba sin aliento. Hacer el amor con ella sería como tocar el cielo. No solía ser poético y no era el momento de serlo, pensó, dejando caer el hacha de nuevo. Para empezar, no eran de la misma clase. En segundo lugar, ella tenía diseñado su futuro desde el día que nació. Y no incluía el matrimonio con un estadounidense que ni siquiera tenía apellido. Con un humor corrosivo, imaginó la ceremonia de su boda con los bancos de la novia repletos de elegantes familiares y los del novio, vacíos. Esa era la realidad. Pero tampoco podía olvidar el dolor que había visto en sus ojos cuando se había apartado de ella. ¿Por qué se negaba a entender que no podía tomar lo que ella le ofrecía? No tenía sentido explicárselo. Después de años de soportar que sus hermanos dirigieran su vida, Paula no le daría las gracias por tomar esa decisión por ella, aunque fuera por su propio bien. Unos segundos después, tomó la leña y volvió a entrar en la cabaña. Estaba haciendo lo que tenía que hacer, pero su resolución flaqueó cuando la vio frente a la chimenea. Su perfume se mezclaba con el olor de la leña, dándole una sensación de hogar, de intimidad. Y el deseo de abrazarla hacía que le dolieran los brazos. Pero mientras él estaba cortando leña, Paula había vuelto a convertirse en una princesa. Lo supo por su postura y por la mirada helada que le lanzó cuando se volvió con la sartén en la mano.


-La cena no se ha quemado del todo.


Tenía que decir algo, pensaba Pedro. Pero solo se le ocurrían palabras como «te quiero». Era absurdo. Desearla no era lo mismo que amarla. Paula colocó dos platos sobre la mesa y después se sentó tan lejos de él como le era posible. Aunque fuera absurdo, se sentía solo. Tenía que ser así, pensó. Paula Chaves no era para él.


-Debo tener mucha hambre, porque me sabe bien. A partir de ahora, incendiaré la carne antes de comerla -intentó bromear él. Escondiendo su tristeza bajo una pose de real dignidad, Paula tomó los platos y los llevó al fregadero, pero cuando abrió el grifo, el agua salió de color marrón-. Deja que corra durante unos segundos.


-Podrías hacer algo, en lugar de dar tantas órdenes.


-Tú también das órdenes, Princesa.


-No me llames así -replicó ella-. Debes llamarme Alteza o Señora.


Un segundo después, Paula lamentó haber dicho aquello. Pedro se había puesto pálido y, aunque intentaba disimular, sus ojos brillaban de furia. Él la había rechazado por ser quien era. No podía culparla por portarse como una princesa. Sin decir una palabra, Pedro empezó a secar los platos. Los secaba como si estuviera deseando rompérselos en la cabeza. Paula miró alrededor para buscar algo que hacer, cualquier cosa. Él interpretó mal la mirada.


-Puedes dormir en la cama. Yo dormiré en el suelo.


Paula no había pensado en ello hasta ese momento, pero solo había una cama con un par de mantas. Compartirla sería lo más lógico y saber que él no deseaba hacer el amor con ella facilitaría las cosas. Sin embargo, el alivio se mezclaba con la decepción. ¿Por qué no dejar que durmiera en el suelo? Si Pedro pasaba una mala noche, tendría ventaja por la mañana y podría ganar la apuesta. Pero su innato sentido del fair play ganó la batalla. Aunque estaba furiosa, no podía permitir que él pillase una pulmonía. 

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