jueves, 17 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 26

 -Estaba esperándote -dijo Paula.


Pedro se bajó del caballo.


-¿Esperándome? He ido delante de tí casi todo el camino.


-¿Y qué haces aquí entonces?


-Pegaso perdió pie y he tenido que ir caminando. Está un poco asustado.


Paula guardó la cantimplora en la silla. Daisy había descansado lo suficiente y estaba preparada para seguir subiendo. Podía ganar. Lo tenía al alcance de la mano.


-Nos vemos arriba.


-Ya veremos quién llega antes al banderín.


Paula desapareció entre los árboles y Pedro se quedó observándola. Quería ganar, pero lamentaba que ella perdiera. ¿Qué le estaba pasando? ¿Se estaba volviendo blando?  Aquella Paula no tenía nada que ver con la Princesa con la que había bailado en palacio. Cuando la besó, había sentido que algo dentro de él se despertaba. También había creído estar enamorado de Jimena. Casarse con ella le había parecido el paraíso, hasta que descubrió cómo era en realidad. Pero aquello era diferente. Era más real. Se sintió alarmado. Había acusado a Jimena de casarse por capricho, como una aventura, pero quizá él se había casado con ella para conseguir un trofeo, una mujer que probara lo lejos que había llegado. ¿La había amado de verdad? No conocía la respuesta. ¿Lo atraería la princesa por la misma razón? Eso sí podía responderlo.  Y la respuesta era no. Se había sentido atraído por ella desde la primera vez, cuando la conoció como Daiana, la mujer del globo. Pedro maldecía a Paula Chaves por hacer que se cuestionara tantas cosas. Seguramente era parte de su estrategia para que perdiera la apuesta. Mientras él no dejaba de pensar en aquel beso que seguramente ella había olvidado, ella estaría en la cima tomando el banderín que debía ser suyo. Aquel pensamiento hizo que subiera de un salto a la silla. Mientras empujaba al caballo para que siguiera subiendo, vio un cúmulo de nubes sobre su cabeza. Eran tan oscuras que ocultaban la cima de la montaña. Recordó lo que Paula había dicho sobre las lluvias. Aquella montaña no era el mejor sitio para exponerse a ellas, pero era demasiado tarde para hacer algo más que rezar para que no ocurriera. La tormenta seguía siendo solo una amenaza cuando volvió a ver a Paula, que llevaba a su yegua de las riendas. Pronto descubrió por qué. La subida era casi en vertical.


-Ese banderín sigue teniendo mi nombre.


Pedro se quitó la camisa y la guardó en la bolsa que colgaba de la silla.


-Ni lo sueñes.


Paula se fijó en los bíceps y en la mata de vello oscuro que cubría su torso y desaparecía en la cinturilla del pantalón. Estaba tan cerca que casi podía tocarlo. Y la tentación era abrumadora. Exhausta, hubiera deseado enterrar la cara en aquel torso y sentir los brazos de Pedro a su alrededor. Aquel pensamiento hizo que acelerase el paso. La cima estaba esperando. ¿Cómo podía pensar en eso cuando debería estar intentando poner la mayor distancia posible entre ellos? Tenía que concentrarse en no perder pie. Mientras su caballo saltaba sobre las piedras, ella casi tenía que correr para seguir el paso del animal, mientras se sujetaba con una mano a las ramas de los árboles. De repente, se encontró en la cumbre del monte Mayat. Al fondo ondeaba el codiciado banderín rojo. Paula subió de un salto a la silla y galopó en esa dirección. El sonido de los cascos de otro caballo le indicaba que Pedro iba inmediatamente detrás. Cuando llegó al banderín, alargó el brazo y se quedó atónita al chocar con otra mano. 

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