jueves, 10 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 19

 -¿No sería eso inapropiado?


Probablemente, pero ya no podía retirar la invitación.


-Hay doce habitaciones y muchos empleados. Leandro lo aprobaría.


No lo aprobaría en absoluto si supiera la clase de pensamientos que eso había despertado en él, pensó Pedro. Cansado de que no le hicieran caso, Carazzan había empezado a empujar el hombro de su propietaria y, en aquel momento, la lanzó contra Pedro. Éste la sujetó para que no perdiera el equilibrio, pero no podía soltarla. La había besado unos minutos antes y deseaba tanto volver a hacerlo que le dolía el pecho. Pero estaba en Carramer y ella era la Princesa. Hizo lo que debía hacer y la soltó caballerosamente.


-Será mejor que me quede en el hotel hasta el viernes -dijo, sabiendo que su voz sonaba vacilante.


¿Qué había pasado?, se preguntó Paula. Que él la hubiera tomado por la cintura no era razón para estar temblando de los pies a la cabeza. Tendría que concentrarse en lo que se jugaba: su adorado caballo, su libertad. ¿Qué más necesitaba para apartar de sí cualquier otro pensamiento? Se enorgullecía de ser una mujer dura e independiente, pero lo que Pedro despertaba en ella le hacía preguntarse si estaba siendo sincera consigo misma. De repente, la independencia empezaba a parecerse mucho a la soledad. En los brazos de él se había dado cuenta de que tenía otros deseos; deseos que había escondido siempre enterrándose en docenas de actividades. Como el deseo de ser amada. Pero aquel no era el momento y Pedro no era el hombre que podía satisfacer ese deseo, se decía. Él no la quería. Solo quería a Carazzan. Quizá era el momento de ampliar su vida social, y no solo asistir a galas benéficas en las que el hombre más joven tenía sesenta años.


-¿Cuántos años tiene, señor Alfonso? -preguntó de repente, sorprendiéndose a sí misma.


-Treinta y uno -contestó él-. ¿Quiere examinarme los dientes?


-Sentía curiosidad -contestó Paula. 


Él la miró con tal intensidad que tuvo que darse la vuelta, incómoda. Ya que está aquí, podría elegir un caballo.


-Lo dejo en sus manos. Me gustaría un animal con mucho espíritu.


-¿No teme que elija un jamelgo?


-No creo que haya ningún jamelgo en este establo. Además, sé que usted preferiría ganar limpiamente.


-Tiene razón.


-Elija el que quiera. Mientras no disponga para mí un caballito de madera... -dijo Pedro con una sonrisa.


-Tiene mi palabra.


-Eso es suficiente.


Pedro estaba deseando que llegara el viernes. Para un jinete, aquel era el mayor de los retos, pero había algo más. Le gustaba la idea de estar a solas con la princesa en el bosque. No con la Princesa, sino con Daiana, se corrigió a sí mismo. Cuando salieran de palacio el viernes, serían rivales, pero no habría títulos. Solo serían dos personas intentando ganar una apuesta. No se le escapaba que aquello podía costarle caro. Como le había dicho a la princesa, no pensaba perder. No iba a dejar que Carazzan se le escapara de las manos por segunda vez. Observó la magnífica cabeza del semental, apoyada sobre el hombro de Paula Chaves. Casi le daba pena tener que separarlos, pero debía hacerlo si quería que el sueño de Horacio Alfonso se hiciera realidad. Por un momento, casi deseó que hubiera alguna otra forma de solucionar la disputa.


-Es hora de volver con los demás.


En ese momento, Aldana apareció en el establo.


-Ah, por fin la encuentro, Alteza. Los niños esperan para merendar - dijo la joven.


Seguramente los niños estarían mirando la merienda con ojos golosos, esperando que la princesa apareciera de una vez por todas, pensó Paula sintiéndose culpable.


-Lo siento, Aldana. Nos hemos puesto a hablar sobre caballos y he perdido la noción del tiempo. Enseguida voy. 


Aldana miró a Pedro Alfonso con curiosidad, pero él mantuvo una expresión helada. Habían estado hablando sobre caballos, pero además habían compartido un beso que lo había turbado profundamente. Él suspiró. Aquella semana iba a ser muy larga. 

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