-Entre -dijo Paula cuando oyó un golpecito en la puerta de su vestidor.
Era su secretaria personal, Aldana Cook. La carpeta de piel marrón que llevaba bajo el brazo hacía un curioso contraste con su vestido de seda azul.
-Está bellísima, Alteza -dijo la joven, haciendo una pequeña reverencia.
Aldana trabajaba para ella desde que se habían graduado en la universidad y sabía que aquello no era un simple halago. En realidad, Paula estaba encantada con su nuevo vestido. Era una elegante túnica de color verde esmeralda con un gran escote en la espalda. Con los rizos morenos recogidos sobre la cabeza y sujetos por una tiara de diamantes, parecía lo que era: una princesa.
-¿No te parece un poco atrevido para la gala benéfica?
-A los fotógrafos les encantará.
Como respuesta, era muy inteligente. Seguramente, el vestido era un poco atrevido, pero ya era demasiado tarde para cambiarse. Paula no le había contado a Aldana el incidente con el jinete borracho ni lo del hombre que la había rescatado, diciéndose a sí misma que no había tenido importancia. Aunque no estaba tan segura de que fuera así.
-Es un diseño de Aloys Gada. Cande me lo recomendó.
Cande, o más exactamente, la princesa Candela era la esposa de Gonzalo. Nacida en Australia, era como un soplo de aire fresco en palacio. Como Micaela, la esposa estadounidense de Leandro. Igual que Gonzalo y Candela, Leandro y Micaela eran muy felices y Paula estaba deseando convertirse en tía.
-¿En que estás pensando? -preguntó entonces Aldana, que solía tratar de tú a la Princesa cuando estaban solas-. Seguro que no es en la gala de esta noche.
-En una persona que he conocido hoy -suspiró Paula.
Llevaba mucho tiempo soñando con encontrar al hombre de su vida, pero estaba empezando a desesperar. Y no podía dejar de pensar en aquel estadounidense.
-¿Un hombre? -sonrió su secretaria.
-Puede ser -suspiró Paula, pensando que sería mejor no contar nada-. ¿Cuáles son los nombres importantes? -preguntó, para cambiar de tema. Abriendo la carpeta, Aldana recitó varios nombres, todos ellos aristócratas. La gala benéfica que tendría lugar aquella noche era a favor de los niños sin hogar y Paula conocía a casi todos los benefactores. Sería una noche aburridísima, pero la soportaría porque era para una buena causa-. ¿Alguna cara nueva?
-¿Una cara joven?
-Para variar un poco.
Aldana comprobó la lista.
-No hay casi nadie de tu edad. El más joven es un extranjero, Pedro Alfonso. Está aquí para llevar a cabo un proyecto con el príncipe Leandro.
-¿Por eso está invitado?
Aldana negó con la cabeza.
-No. Mis notas dicen que ha hecho un gran donativo.
-Supongo que pensará que eso le hace quedar bien ante Michel - murmuró Adrienne.
Había reconocido el nombre. Pedro Alfonso pensaba montar un rancho en Nuee, en unas tierras que Paula había querido para sí misma. La seguía molestando que Leandro hubiera confiado en un extranjero para desarrollar el proyecto y no en su propia hermana. Ella sabía tanto sobre caballos como cualquier hombre. Pero era una princesa y las princesas no dirigían ranchos, recordó las palabras de su hermano. Leandro no había dicho eso exactamente, le había dado más bien razonamientos como «es inapropiado para una persona de tu posición, te quitaría mucho tiempo y tienes obligaciones oficiales...», pero el resultado era el mismo. Pedro Alfonso iba a crear el rancho de sus sueños. Al parecer, Leandro le había hablado sobre su interés por los caballos, particularmente la raza autóctona de Nuee y Pedro se había mostrado interesado en conocerla. Paula no tenía intención de compartir sus conocimientos con un extranjero para que después él se aprovechara de ellos, pero Pedro había conseguido colarse en la gala benéfica y forzosamente tendría que conocerlo.
-Seguro que fuma puros y es gordísimo -rió Aldana. Paula soltó una carcajada-. Y por muy feo que sea, seguro que tú consigues que haga otra enorme donación para tus niños.
-Lo considero una obligación -sonrió la princesa.
Aldana le habló del resto de los detalles con su habitual eficiencia.
-Eso es todo -dijo, cerrando la carpeta. Paula se levantó del sillón, pero de repente le fallaron las piernas-. ¿Estás bien? No deberías haber salido esta tarde.
Aunque era su cómplice, Aldana no aprobaba sus salidas de incógnito y Paula lo sabía.
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