martes, 8 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 15

El corazón de Paula latía con tal fuerza que se preguntaba si Pedro podría oírlo. ¿Debía arriesgar a Carazzan en una apuesta que, incluso para ella, sería difícil ganar? Subir al monte Mayat a caballo había sido un rito de iniciación para los hombres de Carramer durante siglos. Cinco años atrás había sido incluido en un circuito internacional de trial ecuestre y era reconocido como uno de los más peligrosos del mundo. Aunque ella siempre había soñado con hacerlo, solo lo había sugerido a la desesperada, para que Pedro no informara a Leandro de sus actividades.


-Si me promete no volver a salir de palacio de incógnito, no hay necesidad de seguir adelante con esta apuesta -dijo Pedro entonces, como si le leyera el pensamiento.


-¿Y cómo sabe que mantendré mi promesa?


-Imaginó que su alteza cumple su palabra.


Paula suspiró, frustrada. Tenía razón.


-Cuando el monte Mayat se incluyó en el circuito internacional, le dije a Gonzalo que quería participar en la competición. Tanto él como Gonzalo hicieron hace años.


-Pero no quieren que lo haga -dijo Pedro.


-Hasta hace cincuenta años, las mujeres no podían subir al monte Mayat. Y las cosas no han cambiado mucho.


-Especialmente, para una princesa - terminó él la frase.


-Hay muchas cosas que una princesa no puede hacer. Tiene que medir sus pasos, sus palabras, dónde va...


-A quién ama -dijo Pedro.


No sabía por qué le había dicho, pero la expresión de Paula le decía que no se había equivocado. Pedro dió un paso hacia ella y, sin saber cómo, la princesa estaba entre sus brazos. Su vulnerable expresión lo hacía sentir el deseo de protegerla, el mismo deseo que habían sentido los hombres desde que vivían en cuevas. Pero él sentía algo más: el deseo de dar y recibir, de acariciar y ser acariciado. Los labios de Paula sabían a miel. Su perfume hacía que le diera vueltas la cabeza. Pedro olvidó que era una princesa y que estaban en un establo. El tiempo parecía haberse detenido. Pedro se sorprendió de la fuerza de los brazos de ella alrededor de su cuello y del efecto que ejercían en su libido, enterrada durante mucho tiempo por el trabajo. Pero en aquel momento no tenía elección. El cuerpo de Paula apretado contra el suyo terminaba con su autoimpuesto celibato. Respirando como un atleta al final de la carrera, él enredó los dedos en su cabello oscuro y después, impulsivamente, le mordió el cuello. El placer hizo que Paula lanzara un gemido. Nadie le había hecho eso antes y no estaba preparada. Dejar que aquel hombre la besara era un error, pero no tenía fuerzas para apartarse de él.  Carramer era famoso por la belleza de sus hombres, pero todos palidecían al lado de aquel. Desde el primer momento, cuando se encontró con Pedro Alfonso en la feria, había sabido que él era diferente, pero sus fantasías no la habían preparado para aquella rendición. En su posición, no necesitaba nada, excepto encontrar un alma gemela, un hombre en el que ahogarse, en el que perderse... y en aquel momento sentía que estaba a punto de hacerlo. Pero, ¿Qué estaba pensando? Pedro nunca podría ser su alma gemela. Paula se apartó de golpe, turbada.


-No tiene por qué pedir disculpas -dijo, temblorosa.


-No iba a hacerlo -dijo Pedro-. Que yo sepa, no es un crimen besar a una mujer, aunque sea la princesa de Carramer, si es ella quien invita al beso.


Paula cerró los ojos. Aquello no podía seguir.


-Está imaginando cosas.


-Es posible. Y usted también, Alteza -sonrió él.


Era cierto. En sus brazos había imaginado toda clase de posibilidades, sobre todo las que tenían que ver con la paja que había a sus pies, invitándolos a dejarse caer y explorarse el uno al otro. Saber que eso era imposible la llenaba de un sentimiento de frustración imposible de disimular. 

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