jueves, 17 de diciembre de 2020

Rivales: Capítulo 27

 -Es mío -exclamó, intentando arrancarlo.


-Me parece que estamos empatados.


-Entonces, el ganador será el primero que llegue abajo -replicó ella, sin aliento.


Los dos soltaron el banderín al mismo tiempo.


-De acuerdo.


-Empatados entonces.


-Por ahora -dijo Pedro. Allí arriba no era la princesa Paula Chaves, de la casa real de Carramer, sino simplemente Daiana, intentando ganar una apuesta que parecía haber sido ideada por el demonio-. ¿A quién se le ha ocurrido que subiéramos aquí? -preguntó él entonces, como si leyera sus pensamientos.


Paula miró el horizonte.


-Hace cuatrocientos años los jóvenes de Carramer tenían que subir hasta aquí para probar que eran hombres. Hay grabados en el museo de Nuee.


-Ahora entiendo por qué las mujeres no podían subir -suspiró Pedro, agotado.


-¿Necesito recordarte quién ha llegado la primera?


-Yo no he dicho que tú no pudieras hacerlo. Pero la verdad, creo que cualquiera que suba hasta aquí está un poco loco.


-Tú lo has hecho.


-Y tú -sonrió él-. Eres de las que se fuerzan hasta el límite, aunque no tengan que hacerlo.


-A veces lo más divertido es saber que no tengo obligación de hacerlo.


-Ya me lo imaginaba -murmuró Pedro, estudiándola con interés.


-¿Por qué?


-No tenías que subir.


-No me has dejado otra opción. Quiero que esas tierras estén en las manos adecuadas.


-Ya están en las manos adecuadas, jovencita.


¿Jovencita? Aquel hombre no tenía ningún respeto por su título. Ella no era especial para Pedro Alfonso. En realidad, solo era un estorbo para sus planes.


-¿Por qué me has besado?


-¿Necesito una razón?


-Los hombres suelen tenerla.


-¿Te han besado muchos?


Paula se sintió tentada de decir que sí, pero no era cierto.


-Unos cuantos.


-Todos ricos y aristócratas, seguro. -Soy una princesa, ¿Recuerdas? 


-No puedo olvidarlo.


Paula se regañó a sí misma por recordarle de nuevo las diferencias entre ellos. Pero era así, se dijo. Pertenecían a mundos diferentes y pensar lo contrario sería un desastre.


-Deberíamos descansar un poco -dijo ella entonces, bajando de la silla.


-¿Has visto esas nubes? -preguntó Pedro.


-Es verdad. Deberíamos bajar antes de que empiece a llover.


-Demasiado tarde -dijo él, levantando la mano para recibir la primera gota. En ese momento, las nubes empezaron a descargar con tanta fuerza que se empaparon hasta los huesos en pocos segundos-. No podemos bajar. Es demasiado peligroso.


-Debería haber comprobado el informe del tiempo antes de salir - murmuró Paula.


Pedro levantó su barbilla con un dedo.


-No es culpa de nadie. ¿Hay alguna forma más fácil de bajar?


-Hay un camino por el que suelen subir los turistas.


Un trueno retumbó sobre la montaña y Paula, instintivamente, se acercó a él. Normalmente no tenía miedo de las tormentas, pero en la cima del monte Mayat los truenos parecían el anuncio del fin del mundo. Pedro la tomó por la cintura y ella se dió cuenta de que estaba excitada. No podía ser. Ella era una princesa. Y las princesas no se sentían excitadas por hombres como Pedro Alfonso.


-No me tengas en suspense.


Por un momento, Paula pensó que él se había dado cuenta, pero entonces recordó que estaban hablando del camino. 


-La ruta alternativa está al otro lado. Es más segura, pero mucho más larga. No podremos llegar abajo hasta medianoche.


Pedro sopesó las opciones. No podían quedarse en la cima. Hacía frío, estaban empapados y Paula, aunque no quería demostrarlo, estaba asustada. Y a él tampoco le hacía ninguna gracia arriesgarse a morir abatido por un rayo. Intentar bajar por donde habían subido sería un suicidio, de modo que tendrían que tomar la ruta alternativa.


-Tendremos que pasar la noche en algún sitio.


-Hay un refugio a medio camino –dijo Paula, incómoda.


Pedro la miró a los ojos, sonriendo.


-¿No te apetece pasar la noche conmigo?


El problema era que le apetecía. Demasiado. A pesar de sus argumentos en contra, deseaba estar con él. Más que eso: deseaba que aquello no terminara nunca. 


-No es... apropiado.


-¿Estás preocupada por tus hermanos?


-Pasar la noche con un hombre en medio de la montaña no es algo que mis hermanos aprueben.


-Entiendo.


Paula vió que sacaba algo de la bolsa.


-¿Vas a llamar a la caballería?


-Algo así -sonrió él, sacando un móvil.


-No sé si aquí habrá cobertura -dijo Paula.


-Espero que sí. Llama a tu secretaria y dile que envíe un helicóptero. Si se dan prisa, podrán aterrizar antes de que empeore la tormenta.


-¿Y los caballos?


-Yo bajaré con ellos por el camino. Montaré a Pegaso y sujetaré a Daisy de las bridas. 


Paula dudó un momento.


 - ¿Y la apuesta?


No pensaba olvidarse de ello. Si ella subía al helicóptero y él bajaba por el camino, Pedro sería el ganador. 

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