La lluvia hacía que el suelo fuera resbaladizo como el hielo y tenían que caminar llevando a los caballos de las riendas. Paula no hablaba, concentrándose en cada paso. Pedro pensaba que había decidido quedarse para ganar la apuesta y no creería que se había sacrificado por él. Si tuviera un poco sentido común, estaría en un helicóptero en ese momento, en lugar de estar resbalando en el barro al lado de aquel hombre. Aunque ella no cambiaría aquel momento por nada del mundo. Le dolían las piernas antes de haber cubierto un kilómetro, pero se alegraba de no haber intentado bajar por donde habían subido.
-¿Dices que los turistas suben por aquí? Pues deben de estar locos.
Ella sonrió, intentando no demostrar lo cansada que estaba.
-¿Dónde está tu sentido de la aventura?
-Lo he dejado en el mismo sitio que tú.
-No pienso admitir la derrota -replicó ella, levantando la barbilla.
-Ya lo imaginaba.
Pedro estaba furioso, pero tenía que admirar su valor. Cubierta de barro, empapada y exhausta, seguía adelante sin una queja. Pero la princesa tenía buenas razones para perseverar, se recordó a sí mismo. Se jugaba tanto como él, más si contaba con la reprimenda que recibiría de sus hermanos si se enteraban de su pequeña aventura. ¿Por qué no se había marchado cuando tuvo oportunidad de hacerlo? Si le hubieran dado un teléfono a su ex mujer, Jimena habría estado fuera de la montaña en diez segundos. La princesa, sin embargo, con la mejor excusa del mundo, había decidido quedarse. No podía haberlo hecho por él, de modo que era por la apuesta. No había pensado en Carazzan durante horas, se dijo entonces él. Aquel caballo había ocupado sus pensamientos durante meses, pero en aquel momento solo podía pensar en Paula. Tenía que concentrarse en el camino, se decía. Un paso en falso y los caballos y ellos acabarían rodando por la pendiente. Sintió un escalofrío al imaginarla herida y no se dió cuenta de la fuerza con que apretaba su brazo hasta que ella se quejó.
-Me estás haciendo daño.
Pedro aflojó un poco la presión.
-Supongo que sabrás que van a enterarse.
Paula lo miró, confusa. El barro que manchaba su cara le daba un aspecto tan infantil que hubiera deseado parar un momento para limpiar la con su pañuelo.
-¿De qué hablas?
-De tus hermanos.
-¿Vas a contárselo?
-No. ¿Qué ganaría con eso?
-Dímelo tú.
No conseguiría a Carazzan, si era a eso a lo que se refería. Más bien, lograría que lo echaran del país a patadas.
-No tengo nada que ganar si te traiciono, pero tu ausencia despertará muchos rumores.
-Tengo plena confianza en mis ayudantes -dijo ella.
-Yo también la tenía en los míos. Hasta que descubrí que mi capataz sabía lo del viaje de mi ex mujer a París.
-¿La querías mucho?
La expresión triste de ella lo turbó sin saber por qué.
-Pensaba que sí, pero no es una tragedia.
-El final de un amor siempre es una tragedia.
-Tú lo sabes bien, por supuesto.
Pedro se dió cuenta de que los ojos de Paula se oscurecían. No deseaba hacerle daño, pero tampoco quería contarle su vida. No era parte del trato.
-Puede que sea inexperta, pero sé lo que es el amor -dijo ella, enfadada.
Pedro sintió una punzada en el pecho. Aunque Paula Chaves no era para él, no quería imaginarla en los brazos de otro hombre.
-¿Quieres que hablemos de amor? -preguntó él, irónico.
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