Cuando Pedro se estaba acercando a ella, el responsable de repostería le dijo algo a Paula en francés que él no entendió. Ella negó con la cabeza y siguió con su trabajo hasta que el plato estuvo completamente terminado. Entonces, se puso un poco del chocolate que le quedaba en el tubo en un dedo y sonrió maravillosamente. El encargado sonrió también y le indicó que se marchara. Entonces, dió un beso al aire sin dejar de hablar en francés. Paula se echó a reír de un modo que Pedro jamás le había oído antes y, con un gesto muy coqueto, dio también un beso al aire y sonrió.
Pedro se sintió invadido por una oleada de ridículos celos. Paula seguía riendo, como si no tuviera ni una sola preocupación en el mundo, de espaldas a él, sin saber que estaba observando cada movimiento de su cuerpo. El modo en el que le relucía la pulsera que llevaba puesta con las luces de la cocina. El modo en el que se había recogido el cabello para que acentuara su largo y esbelto cuello y la cremosa y suave piel. Tenía en la nuca una cascada de pecas doradas que parecían canela sobre la crema de un capuchino. Parecían estar esperando a que alguien las lamiera y saboreara como la delicia que eran. ¿Dónde había encontrado aquel vestido? El corpiño de un tono verde esmeralda cubierto de encaje negro realzaba su estrecha cintura antes de dejar paso a una vaporosa falda negra confeccionada para bailar. Una falda corta. Una falda que solo una mujer con largas y tonificadas piernas y delgados tobillos podía lucir con elegancia. Era perfecta para Paula. Ella era perfecta. El simple hecho de mirarla llenaba a Pedro de tal gozo que le hacía sonreír. Había merecido la pena ir hasta allí tan solo para ver a Paula Chaves con aquel vestido riendo a carcajadas en la cocina del hotel.
En el momento en el que ella se percató de su presencia y le dedicó una sonrisa, la patética excusa de que tan solo hacía unos días que la conocía se hizo añicos. Nunca antes hubiera esperado sentir algo parecido por otra mujer después de Mariana, la mujer de la que se había enamorado a primera vista. Era imposible que ocurriera dos veces… ¿O sí? Jamás habría esperado enamorarse de Mariana y lo había hecho rápida y profundamente. Con Paula, corría el grave peligro de volver a hacer exactamente lo mismo. Y estropearle la vida al mismo tiempo. Se estaba enamorado de ella. El chocolate los había unido, pero él tendría que asegurarse de que el chocolate los separaba. El sueño de Paula era abrir su propia chocolatería. Podría ayudarla siendo Pedro, el cultivador de cacao. Pedro el novio y amante solo conseguiría alejarla más del objetivo principal y la abocaría a una vida llena de desilusión y arrepentimiento. No iba a dejar que eso ocurriera, aunque ello significara enterrar sussentimientos en lo más profundo y dejarlos allí ocultos. Ojos que no ven… Todo sería por el bien de Paula. Sin embargo, eso no significaba que no pudiera sacarla de la cocina y ayudarla a divertirse al menos una velada antes de que se marcharan por caminos separados.
—Lo has conseguido —comentó ella, con la suficiente alegría en la voz para que él pensara que podría ser que Paula se alegrara de verlo—. Y justo a tiempo.
—Lo siento mucho, señorita —bromeó él mirando por encima del hombro de Paula—. Estoy buscando a Paula Chaves, una extraordinaria chef. Normalmente, va vestida con unos pantalones negros y una chaqueta negra. ¿La ha visto usted por aquí? Vamos con el tiempo muy justo y no me gustaría llegar tarde.
Pedro tuvo que contenerse para no soltar la carcajada al ver que ella suspiraba y hacía un gesto de exasperación con los ojos.
—Siento llegar tan tarde —añadió—. Perdí toda noción del tiempo. Estás preciosa —comentó mientras daba un paso al frente—. Deberías ponerte vestido más a menudo, en especial con esas piernas.
—Tengo unos pantalones negros si prefieres que me los ponga — bromeó ella—. Tú tampoco estás mal. Ese traje te sienta muy bien, pero sospecho que ya lo sabes. Debe de ser duro tener un bronceado natural y ser tan guapo.
—¿Crees que soy guapo? —preguntó él mientras se colocaba la mano derecha sobre el corazón—. En ese caso, señorita, has hecho que esta velada merezca la pena. ¿Nos vamos a reunir con los demás?
—Por supuesto —replicó ella mientras tomaba su bolso—. ¿Cómo fue tu reunión? ¿Has conseguido algún pedido?
—Tal vez. Se lo va a pensar hasta después del concurso de mañana, pero podría ser un contacto muy útil. Tal vez un pedido pequeño ahora y luego ir aumentando el volumen. Hemos quedado en reunimos mañana por la noche, después de que nosotros hayamos celebrado nuestra victoria, por supuesto. Eso tiene que ser lo primero.
—Está bien. Entonces, vayamos a por ello —dijo ella mientras suspiraba profundamente—. Trabajo en equipo, ¿te acuerdas? Tú te ganas con tu labia a la sala entera mientras yo escucho y sonrío y hablo de cocina con el resto de los cocineros. Y me quedo pegada a ti toda la noche. Trabajo en equipo, ¿De acuerdo?
—De acuerdo. Prepárate para divertirte mucho. Esta va a ser una noche especial.
Paula sonrió y el pobre corazón de Pedro se aceleró tanto que él dió las gracias al cielo porque la parte sensata de su cerebro le refrenara antes de que hiciera algo verdaderamente estúpido, como abrazarla o acariciarla, lo que no sería una buena idea en público. Entonces, su corazón se abrió y todo el afecto que sentía por aquella maravillosa mujer, que parecía no saber el talento y la belleza que poseía, estalló en una brillante burbuja de felicidad. Se sintió completamente feliz. Después de tantos años, el sentimiento era casi abrumador. Decidió olvidarse del concurso. De la plantación. Aquella noche iba ser simplemente estar con Paula, compartir una velada mágica con ella en aquel maravilloso lugar. La deseaba tanto como la necesitaba. El mañana no importaba. Aquella noche, iba a vivir el momento y a disfrutar de la compañía de aquella maravillosa mujer que llevaba del brazo.
Ojalá tengan suerte en ese concurso!!!
ResponderEliminar