Paula se acurrucó bajo el edredón, cerró los ojos y dejó que el cansancio se apoderara de ella. Después de lo que parecieron minutos, los volvió a abrir y vió que el sol ya se colaba por entre las cortinas. Ya había amanecido. Levantó el brazo izquierdo y miró el reloj. Entonces, se sentó de un salto en la cama, lo que le produjo tal mareo que tuvo que volver a sentarse. ¡Eran las diez de la mañana! No era el amanecer, sino casi mediodía. Hacía meses que no dormía hasta tan tarde. Aunque trabajara hasta tarde, su reloj interno solía despertarla sobre las siete. La vida en el campo estaba teniendo un extraño efecto en ella. En primer lugar, había roto todas las reglas del libro y había accedido a quedarse. Tendría que haberse marchado el día anterior, pero se había quedado y, juntos, habían producido un chocolate que esperaba que siguiera siendo tan maravilloso aquella mañana como les había parecido la noche anterior. En segundo lugar, no solía ir por ahí besando a hombres divorciados a los que acababa de conocer. Eso era la primera vez. El hecho de que le hubiera gustado no cambiaba que hubiera cometido un error. De hecho, empeoraba aún más las cosas.
Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. Descorrió la cortina para mirar el jardín. Todo parecía tan diferente a la noche anterior. Había llovido y el agua que cubría arbustos y flores hacía que los colores fueran más brillantes y que todo tuviera un aspecto limpio y reluciente. Era como si la lluvia se hubiera llevado el pasado y el jardín hubiera empezado el día renovándose por completo. Ojalá fuera tan sencillo para las personas… No debería haber besado a Pedro. Una posible relación entre ellos jamás podría salir adelante. Él regresaría a Santa Lucía después del cumpleaños de su hija y ya no volverían a trabajar juntos. Aunque ganaran el concurso, ella estaría en Cornualles mientras que él le enviaba el cacao desde su plantación a miles de kilómetros de distancia. Todo eso significaba que solo le quedaban tres días para estar junto a él, con sus dos noches, en un encantador y romántico hotel en Cornualles.
De repente, un escalofrío le recordó que ya había estado antes en aquella situación. David Barone le había prometido un brillante futuro y una maravillosa vida juntos. Sin embargo, al final él la había defraudado justo cuando Paula más lo necesitaba. Pedro no era David, pero ella había confiado su corazón y su instinto y había terminado sintiéndose traicionada. Después de la muerte de su padre, había necesitado amor en su vida igual que lo necesitaba en aquellos momentos. Por mucho que lo negara, el momento en el que Pedro la besó había supuesto para ella que su pobre y maltrecho corazón gozara con cada segundo de aquella gloriosa intimidad como el desierto con las gotas de lluvia. Resultaba aterrador lo mucho que necesitaba en su vida a alguien como él. Sin embargo, ¿Qué podía ofrecerle? ¿Unos días de diversión antes de que se marchara? ¿Remordimiento y un corazón roto? Jamás en toda su vida había tenido una aventura de una noche y aquel no era el mejor momento para empezar. No. Lo mejor sería que se marchara y le dijera que se encontrarían en Cornualles. Debía olvidarse de todo lo ocurrido y volver a ser colegas de profesión que iban a asistir a una conferencia juntos. Desgraciadamente, no creía que pudiera hacerlo. Se alejó de la ventana. Era hora de vestirse y de ir a hablar con Pedro.
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