Entonces, lo miró a los ojos. Vió que chispeaban de excitación y de un interés que parecía estar dirigido totalmente a ella. Esa mirada provocó que un interés más que profesional prendiera en ella, aunque Paula no tardó ni un solo instante en apagarlo. Pedro era un hombre casado con una hija y su esposa aún estaba en el interior del restaurante. Cuanto antes terminaran con aquello y dejara que él regresara junto a su elegante y bella esposa para tomarse el café, mucho mejor. Los guapos siempre terminaban juntos, no iban a las cocinas a visitar a los criados. Por lo tanto, levantó la barbilla y recordó que había decidido dejar de ser segundo plato el día en el que hizo las maletas y abandonó París y al mentiroso de su novio Pascal. Ni siquiera aquel hombre tan guapo como un dios griego iba a hacerle volver de nuevo a las andadas. Había aprendido de un modo muy doloroso que lo bueno no siempre viene envuelto en los mejores paquetes. Aquel hombre parecía un bombón envuelto en papel dorado, pero, por lo que ella sabía, aquella tentadora apariencia podría ocultar un interior muy amargo. Ya había pasado por algo similar y no quería volver a sentir lo mismo.
—¿Necesitaba algo, señor Fernandez? —le preguntó.
—Esperaba que pudiera concederme unos minutos para hablar de una propuesta de negocios, señorita Chaves. Le ruego que me llame Pepe, como hacen mis amigos —murmuró. Entonces, le dedicó una encantadora sonrisa que hubiera puesto de rodillas a cualquier otra mujer.
¡Qué descarado! Su esposa aún seguía en la sala, hablando con el chef. No sabía qué clase de propuesta de negocios tenía para ofrecerle, pero Paula no quería tener nada que ver con aquel hombre.
—¿Qué clase de propuesta de negocios? —le preguntó de todos modos—. ¿Qué clase de negocios podríamos tener nosotros en común? A menos que, por supuesto, trabaje usted en el mundo del chocolate. Solo de ese modo podría usted tentarme a tomarlo en serio.
—En realidad, así es —respondió él dejando atónita a Paula—. Da la casualidad de que soy el dueño de una plantación de cacao orgánico en Santa Lucía. Alfinso Estate cultiva uno de los mejores cacaos orgánicos del mundo. Y yo estoy buscando un maestro chocolatero que sienta tanta pasión por el chocolate como yo. ¿Se siente tentada ahora?
—¿Ha oído hablar alguna vez de la Federación de Cultivadores de Cacao Orgánico?
Paula miró a Pedro por encima del borde de su taza y asintió. Se habían sentado en un rincón más tranquilo del restaurante mientras que los camareros se ocupaban de ordenar el comedor después del almuerzo. No obstante, se alegraba de no estar a solas con Pedro, en especial dado que su encantadora esposa se había marchado ya para ir de compras y les había dejado a ellos para que pudieran seguir hablando de chocolate. Chocolate. Aquello era en lo que tenía que centrarse, y no en el modo en el que los ojos azules de Pedro la observaban con tanta intensidad que parecían relucir. Quería hablar con ella de chocolate y eso era algo que Paula podía hacer a lo largo de todo el día.
—Yo compro la mayor parte de mi chocolate a una pequeña empresa belga que obtiene el cacao de miembros de la Federación —dijo ella mientras dejaba la taza sobre la mesa—. ¿Por qué me lo pregunta?
—Yo acabo de venir de Santa Lucía para poder asistir a su conferencia anual. Este año, el esponsor principal es una cadena hotelera que se especializa en hoteles ecológicos en lugares privilegiados del mundo. Piensa en Bali, Malasia, Costa Rica y en algunos lugares sin estropear de Europa. El hotel que tienen en Cornualles fue una abadía hasta hace tan solo unos años. Se abastecían sin necesitar nada del exterior. Y, por supuesto, todo era orgánico.
—Cualquier conferencia sobre cacao me parece algo maravilloso. A veces, me cuesta mantenerme al día de las últimas noticias, en especial en esta época del año. De hecho, Sofía me está esperando para preparar dos despedidas de soltera y la degustación de un almuerzo de boda. No estaba bromeando sobre lo de la época de las bodas y tenemos muchas cosas que hacer. Sin embargo, eso no significa que mi pasión no sea el chocolate. Simplemente estoy muy ocupada.
Pedro estiró una mano y la colocó encima de la de Paula justo cuando ella hacía ademán de ponerse de pie. Ella se paralizó al sentir el contacto.
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