Afortunadamente, ya había pasado antes por una situación similar y había aprendido de los errores que había cometido con David. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Debía aceptar el hecho de que se sentía atraída por Pedro y, entonces, ocuparse exclusivamente de su trabajo. Nada de contacto. Sencillo. Mantendría las distancias. Eso era lo suyo. Pedro iba a ayudarla a abrir su propia chocolatería, a hacer realidad el sueño que había compartido con su padre. Además, con un poco de suerte, él no se volvería a quitar la camiseta delante de ella. Justo en aquel momento, él dejó la toalla sobre una silla y se dio la vuelta. Y la miró. La miró de verdad. Era como si estuviera viéndola por primera vez y le gustara lo que veía. La miró a los ojos y, por primera vez en su vida, Paula supo lo que era ser el objeto de la admiración total de un hombre. El corazón se le aceleró.
Entonces, Pedro sonrió y asintió.
—Bonito atuendo —comentó—. Te sienta mucho mejor a tí que a mí.
—No creo que eso sea cierto, pero gracias de todos modos. Estoy considerando darle otra oportunidad a tu chocolate. Sin embargo, primero hay algo que tienes que saber.
Pedro volvió a sonreír y se colocó la toalla alrededor de los hombros.
—Tú dirás. Soy todo tuyo.
Paula se detuvo un instante. El corazón le latía a toda velocidad.
—Está bien. Te haré una versión abreviada —replicó—. Ya sabes que mi padre era panadero, pero le encantaba el chocolate. La gente solía venir desde muy lejos para encargarle tartas de cumpleaños de chocolate. Incluso realizó un par de tartas de boda. No obstante, jamás estuvo satisfecho del chocolate que compraba. Por lo tanto, todas las semanas, recibía entregas de proveedores con extraños nombres extranjeros. América del Sur, África, Bélgica… Yo tenía la mejor colección de sellos de todo el colegio y, durante un tiempo, estuve segura de que la panadería Chaves terminarían convirtiéndose en panadería y chocolatería Chaves. Desgraciadamente, no fue así. Cuando le pregunté qué había pasado, me dijo que no teníamos dinero para seguir invirtiendo en más chocolate. Estaba solo para mantenerme a mí y hacía lo que podía. Me dijo que ya se centraría en el chocolate más adelante —susurró—. Murió de cáncer hace tres años. Encontré la receta que te enseñé antes en un libro de cocina. Llevaba años trabajando en la mezcla perfecta para su propia marca de chocolate y nunca me lo dijo.
Pedro respiró profundamente y pareció por un momento que iba a hablar, pero permaneció en silencio, dejando que fuera ella la que hablara. Paula entró un momento en la cocina y salió con el trozo de papel.
—Así que espero que ahora comprendas que esto no tiene solo que ver con el concurso. Es algo personal. Quiero honrar la memoria de mi padre del mejor modo que puedo hacerlo. Eso significa que tú vas a tener que demostrarme que puedo confiar en ti porque te aseguro que no te daré una tercera oportunidad…
Paula levantó la mano para secarse una lágrima y se asustó al ver que el papel se le escapaba volando de entre los dedos. Pedro se apresuró a rescatarlo y se lo entregó. La miró con tanto anhelo y comprensión que ella sintió que el corazón se le paraba. En ese instante, sintió un vínculo con aquel hombre que era tan profundo y poderoso, a pesar de que tan solo lo conocía desde hacía unas horas, que le dio vértigo. Se perdió en aquellos hipnóticos ojos azules. Tal vez por eso, le permitió que él le secara una lágrima con el pulgar.
—Siento mucho lo de tu padre. De verdad. Gracias por decírmelo y por darme una segunda oportunidad para poder demostrarte que puedo conseguir que esto salga adelante. Por tí, por mí y por tu padre —afirmó.
—En ese caso —replicó ella—, si vamos a preparar más chocolate hoy, es mejor que empecemos a limpiar. ¿Dónde guardas la fregona?
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