Mariana levantó la mirada de la copa de vino justo cuando él se acercó. Ella observó el reloj con una sonrisa y sacudió suavemente la cabeza cuando él se inclinó a darle un beso en la mejilla.
—Siento haberte hecho esperar, preciosa —dijo él con una sonrisa—. Estás tan guapa como siempre. Mi excusa es la feria de comida orgánica que había a la salida de la estación de metro. ¿Me podrás perdonar? Le he comprado algo a Camila.
Mariana le besó afectuosamente en la mejilla.
—La puntualidad nunca ha sido uno de tus fuertes. Veo que sigues sin ponerte el reloj que te regalé por Navidad.
—Los relojes no son para mí. Deberías saberlo —dijo Pedro encogiéndose de hombros—. ¿Cómo está hoy nuestra hija? —le preguntó mientras tomaba asiento.
—Está bien. Tiene muchas ganas de verte. ¿Sigues con intención de ir a buscarla al colegio?
—Por supuesto. Esto tiene muy buena pinta —dijo él mientras observaba el cesto de pan que Mariana le ofrecía y del que emanaba un delicioso aroma.
—La comida aquí está buenísima. Me he tomado la libertad de pedirte tu lasaña favorita, una de las pocas delicias que resulta difícil encontrar en tu isla tropical.
—Me conoces demasiado bien —replicó Pedro. Entonces, le entregó la bolsa de los chocolates de Sofía—. En ese caso, te cambio una lasaña por unos conejitos de chocolate. ¿Podrías ponerlos en la fiesta de cumpleaños de la semana que viene? Sé que se puede comprar chocolate orgánico en muchos lugares de Londres hoy en día, pero las dos dependientas del puesto eran muy guapas y los conejitos tienen un aspecto delicioso.
Mariana abrió la bolsa y entonces miró a Pedro con incredulidad.
—¿Tú comprando chocolate? ¡Menuda novedad! Solo pensar en una barra de chocolate de las que se compran en un supermercado te pone enfermo, por lo que este debe de ser muy bueno. O las chicas particularmente guapas. No me mires de ese modo —dijo Mariana mientras extendía la mano y le sacaba un mechón de cabello del cuello de la camisa—. Incluso con ese pelo tan largo, alguna chica se podría fijar en tí.
—En estos momentos, una mujer especial es más que suficiente en mi vida. ¿Te acuerdas del regalo de cumpleaños tan especial que ella quería?
Cuando su ex lo miró perpleja, Pedro golpeó suavemente la maleta que tenía en el suelo.
—La semana pasada terminé de tallar un par de loros. Son como los que tanto le gustaron de la foto que le envié. Espero que le gusten.
—Por supuesto que sí, pero no te sientas demasiado desilusionado si prefiere la nueva consola de juegos que Antonio le ha comprado. Ya casi tiene ocho años, Pedro. Su vida gira en torno a videojuegos, deberes y amigas. Santa Lucía es tan solo un lugar en el mapa al que su padre se marcha durante gran parte del año. Siento si mis palabras te parecen duras, pero no quiero que pienses que es una desagradecida.
—Razón de más para llevarme a Camila a pasar el verano conmigo a la isla. Ya es lo suficientemente mayor para darse cuenta del peligro y el resto de los niños de la granja le enseñarían lo divertido que puede llegar a ser.
—Ya hemos hablado de esto antes, Pedro. En julio y agosto tú estás muy ocupado con la cosecha. Sé que tú harías todo lo que esté en tu mano para mantener a salvo a Camila, pero estarías demasiado ocupado como para estar con ella todo el día. La isla es un lugar peligroso para una niña de ciudad.
—Tienes razón, pero te aseguro que, para mí, no hay nada más importante que nuestra hija. Si yo tengo que ausentarme por algo, las mujeres de la plantación están deseando que Cami vaya de visita. Tendría un ejército completo de expertas abuelas al cuidado de nuestra hija. La mimarían y le darían de comer más de lo necesario. ¡La mimarían demasiado!
—Bueno, podría ser una opción, pero, hablando de vacaciones de verano, te dije que quedáramos aquí para poder hablar sin que Cami estuviera presente. Hay algo que tengo que compartir contigo —dijo mientras bajaba los ojos. Antes de proseguir, respiró profundamente y volvió a mirar a Pedro—. Antonio me ha pedido que me case con él y yo he accedido. Vamos a ir a elegir el anillo la semana que viene y me gustaría contárselo a Cami el día de su cumpleaños como una especie de regalo sorpresa. Sin embargo, quería que tú fueras el primero en saberlo.
Pedro se sintió como si alguien le hubiera arrojado un cubo de agua fría por la cabeza. Siempre había sabido que existía aquella posibilidad. Los dos volvían a ser libres y ella era una mujer encantadora que disfrutaba de una animada vida social en Londres. Sin embargo, salir con un banquero francés era muy diferente a convertirse en su esposa. En realidad, se alegraba por ella. Se sentía contento de que ella hubiera encontrado a alguien que la amara y al que ella pudiera amar a su vez, pero no había esperado encontrarse tan pronto con aquella posibilidad real. Era como si la delgada cuerda que los unía como amigos que se habían convertido en pareja para luego volver a ser amigos estuviera a punto de romperse. Se habían esforzado mucho por mantener viva su amistad por el bien de su hija, pero, de repente, él se sentía como si estuviera perdiendo el control. Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Mariana lo miraba expectante. Él sabía que tenía que decir algo. Lo que fuera. La tensión era palpable. De repente, soltó la carcajada.
—¿Te vas a casar? ¡No! Vaya… eso es maravilloso. Enhorabuena, Mariana. Me alegro por tí. Antonio es un hombre afortunado. ¿Puedo ser tu damo de honor?
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