—¿Quedarme? ¿Pasar la noche en la casa contigo?
Paula no supo cómo reaccionar. El corazón se le aceleró mientras ella trataba de respirar con normalidad y aclarar sus pensamientos. Ya le había dicho que no quería quedarse… ¿No? Sin embargo, eso había sido antes. Lenta y suavemente empujó a Pedro para tratar de crear una distancia física entre ambos. Estar tan cerca de él, de su boca, de sus ojos y de su cuerpo resultaba demasiado tentador como para poder pensar al mismo tiempo. ¿Pasar la noche allí? La idea resultaba muy tentadora, pero sabía que quedarse allí sería un verdadero error.
—No sé si sería muy buena idea, Pedro. Te agradezco tu preocupación por mi seguridad, pero tengo muchas cosas que hacer en Londres mañana. Sería mucho mejor que me marchara en cuanto hayamos terminado de hacer el chocolate.
—Esta casa está muy apartada —replicó él frunciendo el ceño—. No hay alumbrado y tampoco creo que podamos terminar el chocolate en menos de cuatro horas, aunque nos saliera a la primera. Es decir —añadió mientras consultaba el reloj—, necesitaríamos unas cinco horas. Podrías perderte con facilidad y, además, debes de estar muy cansada. No quiero que te pierdas —susurró acariciándole suavemente la mandíbula—. Ni un poquito…
Pedro bajó la cabeza para colocarla al mismo nivel que la de ella. Entonces, Paula sintió que ya no se podía seguir resistiendo. Y en ese mismo instante, se escuchó una alarma que provenía del interior del garaje.
—¡Dolores! —exclamó Paula dando un paso atrás—. Creo que tu chica está celosa. Con eso, levantó la cabeza y se dirigió hacia el garaje.
Paula se dió la vuelta en la cama y se tapó con el edredón hasta la barbilla, pero entonces los dedos de los pies se le quedaron expuestos al fresco aire de la noche. Lo intentó de nuevo, pero volvió a ocurrir lo mismo. Al final, terminó rindiéndose. Se sentó sobre la cama y se llevó las rodillas al pecho. Estaba en la habitación de invitados de la casa de Pedro. En la cama de Camila. Se sentía furiosa consigo misma y más aún con él por haber tenido razón. Eran más de las tres cuando Dolores terminó por fin y pudieron guardar el valioso y maravilloso chocolate que habían hecho.
Cuando volvieron a entrar en la casa, Paula estaba tan cansada que casi no podía ni mantener abiertos los ojos. Ponerse al volante de su coche no solo habría sido peligroso para los demás conductores, sino que habría sido suicida. Se había visto obligada a admitir su derrota y a aceptar el ofrecimiento de Pedro a pasar la noche allí, en la cama de Camila, por supuesto. Sin embargo, después de darse una ducha, en la que había utilizado la mayor parte del agua caliente, se había sentido tan culpable que no había podido conciliar el sueño en cuanto se metió en la cama. Había permanecido despierta, casi sin atreverse a respirar, escuchando los ruidos que hacía Pedro en la casa. El sonido de la ducha, el de los pies descalzos sobre las losetas de la cocina, las pisadas al otro lado del pasillo, a pocos metros de donde ella se encontraba… Si quisiera, podría levantarse de aquella cama tan pequeña y dirigirse a la enorme cama doble que había visto antes a través de una puerta entreabierta. Estaba segura de que Pedro no la rechazaría. No tenía ninguna duda de que él necesitaba su compañía y el contacto de su cuerpo tanto como ella lo necesitaba a él. Cerró los ojos y recordó lo que había sentido cuando él la besó en el patio. Entonces, golpeó la almohada varias veces, aunque se sintió mal por hacer pagar su frustración a una inocente bolsa de plumas. Ella se había metido sólita en aquel lío. Lo mejor era que saliera del mismo lo más rápidamente posible. Oyó que Pedro salía del cuarto de baño y que caminaba por el pasillo. Entonces, se detenía frente a su puerta, probablemente para ver si escuchaba que ella estaba dormida o recibía una cortés invitación para entrar. Era tan tentador…
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