—Esto es un garaje, Pedro. Estaba esperando una sala llena de acero inoxidable y con aire acondicionado. Dime que no haces el chocolate ahí, porque en esta parte del mundo la gente le da mucha importancia a la manipulación de los alimentos y a la higiene.
—Bueno, para tí es un simple garaje, pero para mí es la fábrica más importante de todo el imperio Alfonso. Entra. Ahí es donde se hace la magia.
Paula ahogó un gruñido de protesta y pasó por la puerta que él le había abierto. Cuando estuvo en el interior, se sorprendió. El espacio interior era fresco, limpio y ordenado. Resultaba más que adecuado. En realidad, ella había visto cocinas mucho peores a lo largo de los años. Pedro había pintado las paredes de blanco y había instalado una enorme encimera a lo largo de una de las paredes del garaje, justo debajo de las ventanas. La iluminación de lámparas halógenas era más que suficiente. Contra la otra pared, había sacos de cacao y sobre la encimera enormes contenedores de plástico. También había un frigorífico y varios utensilios. Sin embargo, la habitación se veía dominada por una enorme procesadora de acero inoxidable.
—¿No te parece maravillosa? —le preguntó Pedro mientras se acercaba a la máquina con profundo orgullo—. Lo mejor. La compré a muy buen precio en una pequeña empresa belga que había sido absorbida por una de las empresas más grandes. Me muero por verla por fin en funcionamiento.
—¿Cómo? Te ruego que me digas que has utilizado esta máquina antes —gimió Paula.
—No —replicó Pedro—. Estaba esperando la ocasión perfecta. Y ya ha llegado.
Paula contempló durante un instante la enorme máquina y luego soltó una carcajada.
—Estoy segura de que hasta has pensado darle un nombre —comentó, como si fuera una idea completamente absurda. Entonces, observó a Pedro—. No, por favor. No. Eso no. Se lo has puesto, ¿Verdad?
—«Dolores» es un nombre perfectamente respetable para un maravilloso ejemplo de ingeniería que nos va a reportar una fortuna.
—¿Dolores?
—Sí. Dolores, te presento a Paula —dijo Pedro mientras golpeaba cariñosamente la procesadora—. Es la primera vez que viene aquí, así que te ruego que te portes muy bien. Hazlo por mí, ¿De acuerdo?
Paula cerró los ojos durante un instante. Decidió que Dolores iba a tener que funcionar porque, si no, no habría chocolate. Y, sin chocolate, simplemente no podrían participar en el concurso.
—Encantada de conocerte, Dolores —dijo—. Me alegra tenerte en el equipo —añadió apretando los dientes. Era la primera vez en su vida que saludaba a un objeto inanimado.
—Excelente —replicó Pedro mientras se frotaba las palmas de las manos—. Equipo Alfonso. Me gusta cómo suena —añadió. Entonces, indicó los contenedores de plástico blanco que había sobre la encimera—. Tengo todo lo que necesitas. Pasta de cacao. Mantequilla de cacao, vainilla y azúcar orgánicos y una serie de deliciosos extras en el frigorífico. Solo tienes que decirnos lo que hay que hacer para que Dolores y yo nos pongamos manos a la obra. Tus deseos serán órdenes.
Pedro sonreía con la energía y el entusiasmo de un adolescente. Le brillaban los ojos de excitación y felicidad.
—Nos morimos de ganas por empezar con mi primera remesa comercial de chocolate Alfonso Estate. Lo único que tienes que hacer es decirme cuál es la receta y mi encantadora Dolores nos enseñará lo que es capaz de hacer.
—Espera un momento —dijo Paula tras comprender el alcance de aquellas palabras—. ¿Acabas de decir que esta era tu primera remesa? ¿Te referías a tu primera remesa utilizando a Dolores o…?
Cuando Pedro no respondió, Paula se quedó boquiabierta.
—No… Es imposible. No puede ser que esta sea la primera remesa de chocolate que has hecho en tu vida… —susurró horrorizada.
—Por supuesto. En realidad, claro que lo he visto docenas de veces en otras fincas donde sí hacen su propio chocolate, pero yo no lo he hecho. Me he estado reservando para el momento adecuado y la oportunidad adecuada. ¿Por qué si no te iba a traer hasta aquí? Esto va a ser la primera vez para los dos. ¿Acaso no te había mencionado esa parte?
Paula cerró los ojos y trató de realizar los ejercicios de relajación que le habían enseñado. Sentía que, una vez más, se había dejado llevar por un hermoso rostro que le había ofrecido un cacao de sabor increíble. Una vez más, un hombre la había engañado y se había creído que ella iba a ser masilla entre sus manos.
—No te preocupes —le dijo Pedro, con su típica sonrisa—. Todo va a salir bien. ¿Qué te parece una bebida fría antes de que empecemos? Creo que me comí todas las galletas anoche, pero puede que la tienda del pueblo siga abierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario