—¿Hay algo más que creas que debes compartir conmigo? Porque te aseguro que no tengo intención de quedarme a pasar la noche. Y ciertamente no he venido aquí para cocinar el chocolate —añadió, observando la pequeña cocina—. Seguro que ni te funciona el horno. Además, yo he tardado un año en reunir todo el equipo especializado que necesito para trabajar con Sofía y soy muy exigente de dónde cocino. Había pensado pasarme el día de mañana experimentando en mi propia cocina y con mi propio equipo, pero para hacer eso necesito tener un par de kilos del excelente chocolate que me has prometido. Si no hay chocolate, no hay recetas. Ni concurso. ¿Me estoy explicando, Pedro? Sugiero que lo primero nos preocupemos de hacer el chocolate y luego veremos qué podemos cocinar con él.
En el silencio que se produjo a continuación, los ojos de Pedro permanecieron fijos en la taza de café que se estaba tomando. Los segundos fueron pasando y Paula se fue sintiendo cada vez más tensa. De repente, él echó hacia atrás su silla, inclinándola y tomó una pequeña lata de metal que había sobre el aparador. Desgraciadamente para ella, eso significó que el cuerpo de Pedro se estiraba hacia atrás también. La camiseta se le levantó para dejar al descubierto los duros abdominales, que se tensaron aún más para ayudarle a mantener el equilibrio. Los latidos del corazón de Paula se aceleraron. Ella trató desesperadamente de encontrar algo que hacer, lo que fuera, para distraerse. Se aferró a su taza de té y dio un largo sorbo. Luego otro.
—Prueba una de estas —le dijo Pedr por fin mientras las patas delanteras de la silla volvían a descansar sobre el suelo—. Te sentirás mejor.
Paula no estaba tan segura. Se asomó al interior de la caja y vió que había dos magdalenas, que estaban coronadas toscamente con azúcar glas de color rosa y morado. Aquello era lo último que ella habría esperado. Tomó una de las magdalenas y la miró fijamente durante un segundo. Entonces, comenzó a retirar el papel y se dispuso a darle un bocado.
—Por si te lo estás preguntando, Camila y su amiga decidieron organizar ayer una merienda para sus muñecas, justo antes de que yo me marchara. Preparé rápidamente unas magdalenas en la cocina antes de que su madre me sorprendiera. A las niñas les gustaron. Tal vez no tengan la misma calidad que si las hubieras hecho tú, pero ¿Qué te parecen? Seguí las instrucciones del paquete.
¿Por qué había tenido Pedro que prepararle magdalenas a su hija? Era algo completamente injusto. Por supuesto, él no podía saber de ningún modo que algunos de sus recuerdos familiares más valiosos eran cuando sus padres le preparaban magdalenas para que Paula celebrara meriendas con sus muñecas. Cuando su madre murió, era ella quien solía prepararlas con su padre. Por supuesto, era imposible que él supiera algo así. ¿Cómo iba a saberlo? Acababan de conocerse. Él no sabía nada de su vida. Ganar aquel concurso podría abrir muchas puertas para ayudarla a conseguir su sueño y lo único que se le ocurría a Pedro era ofrecerle una magdalena. ¿Qué era lo que él tenía que provocaba que Paula no pudiera permanecer enfadada con él durante mucho tiempo? Resultaba muy enojoso.
—En realidad, mi padre era panadero y yo no creo que…
—¿Qué te parecen?
—Considerando que las hiciste ayer y que seguramente han sufrido algún que otro golpe durante el camino, no están mal. No están nada mal y mucho menos siendo una mezcla de supermercado.
—¿De verdad? Gracias.
—¿Cocinas a menudo con Camila? Le debe de encantar que te tomes tiempo para hacerlo con ella.
Durante unos segundos, Paula estuvo demasiado ocupada recogiendo migas como para percatarse de que él no había respondido. De repente, levantó la mirada y vio en el rostro de él un gesto de dolor y arrepentimiento tal que no pudo evitar preguntarse si a Max le dolería algo. Entonces, él se relajó y su rostro volvió a la normalidad.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó ella—. ¿Te duele la cabeza?
—Nada que pasar más tiempo con mi hija no pudiera curar. Es su cumpleaños la semana que viene. Nos lo pasaremos muy bien.
Paula pensó en lo estúpida que había sido. Pedro estaba divorciado y su ex estaba a punto de volver a casarse. Estar separado de su hija ya era bastante duro, sin tener en cuenta la presencia de un padrastro. La situación debía de ser muy difícil, sobre todo cuando él vivía en el Caribe. Solo esperaba que Camila y él tuvieran una relación de calidad durante el breve tiempo que pasaban juntos.
—Espero que le gusten los conejos de chocolate.
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