martes, 28 de julio de 2020

Chocolate: Capítulo 33

Paula entró en la cocina. Inmediatamente, sus sentidos se vieron asaltados por el delicioso perfume de un jarrón de flores que había sobre la mesa. En realidad, se trataba de una jarra de agua que estaba llena a rebosar de rosas blancas, jazmín, lavanda y madreselva, todas las flores con las que tanto había disfrutado la noche anterior. Eran preciosas. Aquello no era bueno. Sabía que, en lo sucesivo, tal y como le había pasado a Pedro de niño, el aroma de aquellas flores las transportaría de nuevo a las horas vividas en aquella casita.

—Buenos días —dijo una voz familiar desde la puerta del jardín.

Paula se giró y vió que Pedro entraba con las manos llenas de bolsas de supermercado. Al verlo, su pobre y traicionero corazón le dio un impresionante vuelco en el pecho. Podía esperar que el fuego que ardía en su corazón encendiera una relación sentimental duradera entre ambos, pero sabía que no era así. Pedro no tenía intención de dejar su plantación. Ni siquiera por su propia hija. Seguramente, cuando todo aquello acabara, no volvería a verlo. Por lo tanto, era muy importante que ella no dejara que él supiera cómo se sentía. Había llegado el momento de recuperar el control. Y de alejarse de Max tanto como le fuera posible.

—Buenos días —respondió—. Veo que te has levantado temprano y que has ido a por suministros mientras yo dormía. Deja que te ayude.

Pedro dejó las bolsas sobre la mesa.

—Viendo que la cena de anoche consistió en bocadillos de queso y jamón y un par de refrescos, pensé que lo menos que podía hacer eraproporcionar un desayuno decente. No estoy acostumbrado a tener una chef profesional en la casa, por lo que no me quedó más remedio que ir al supermercado. Tenemos todo lo que necesitamos para un buen desayuno completo, además de setas y de jamón. Pan recién hecho, mantequilla, mermelada, confitura de naranja y un paquete de cruasanes. Nunca he estado en París —añadió mientras observaba los cruasanes—, por lo que no tengo nada con lo que compararlos, pero…

—Pedro… —susurró ella mientras colocaba la mano encima de la de él para evitar que siguiera hablando y moviéndose.

Pedro levantó la barbilla. Por fin, Paula pudo verle el rostro iluminado por la luz del sol en vez de sumido en las sombras, tal y como había estado hasta aquel momento. Sonreía como de costumbre, pero tenía el ceño fruncido y profundas ojeras que parecían indicar que seguramente había dormido menos que ella. Se miraron en silencio durante un tiempo y, entonces, los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.

—Las damas primero —dijo Pedro.

—Está bien —replicó Paula—. La comida está muy bien, pero te ruego que te detengas. Solo quiero que te sientes y que me contestes. ¿Dormiste mucho anoche?

—Unas pocas horas. Paula —susurró Pedro mientras sacaba una silla y tomaba asiento—, sobre lo de anoche, te debo una disculpa. No debería haberte besado. Siento que eso nos haya colocado a ambos en una situación incómoda.

—No me debes ninguna disculpa —replicó ella sentándose también.

Pedro tomó uno de los cruasanes y comenzó a cortarlo en pedazos.

—Yo creo que sí. Los dos habíamos trabajado mucho, era una preciosa velada y yo me dejé llevar por el momento. Ciertamente no lo planeé, pero no quiero que hoy te vayas de aquí con una idea equivocada. Lo siento mucho, Paula, pero las relaciones a larga distancia no funcionan y son muy dolorosas. Por lo tanto, eso solo nos deja una pregunta.

Pedro la miró a los ojos. En aquella ocasión, su rostro se mostraba pálido y serio.

—Si me quieres dar con el beicon en la cabeza, lo comprenderé — prosiguió—, pero ¿Me podrás perdonar por lo que hice y tolerarme lo suficiente como para seguir trabajando conmigo como colega durante los próximos días? Eso es lo único que te puedo ofrecer, Paula. Dime, ¿Te basta?

Paula se le quedó mirando a los ojos. Seguramente tan solo pasaron minutos, pero pareció una eternidad. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Pedro acababa de decirle a su manera que estaba sintiendo por ella casi lo mismo que ella sentía por él y que iba a tratar de crear distancia entre ellos para protegerlos a ambos del dolor de una relación amorosa que no podía llegar a nada.

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