Acababa de entregarle el contenedor de helado cuando su teléfono móvil comenzó a sonar. Al mirar la pantalla, dijo:
—Lo siento, pero tengo que contestar.
Paula dió un paso atrás. Entonces, se dió cuenta de que la tapa de la caja de plástico estaba aún abierta. Al cerrarla, un poco del cacao se deslizó por el lateral del contenedor. Instintivamente, limpió el cacao con un dedo y se lo metió en la boca. Estuvo a punto de desmayarse ante la explosión de sabor y aroma que se apoderó de ella con tal poder que tuvo que agarrarse a la mesa para tratar de sobreponerse. Cerró los ojos y gozó con el exquisito sabor del chocolate más delicioso que había probado en toda su vida. No tenía azúcar o vainilla. Era chocolate puro. Sin que pudiera evitarlo, su cerebro comenzó a repasar su listado de recetas, buscando algo que pudiera competir con un sabor tan intenso. Aquello no era simplemente un ingrediente. Era sorprendente. Si un poco le había provocado aquella reacción, se podía decir que el chocolate de Alfonso Estate era mejor que el sexo. Si salía al mercado, todas las mujeres de Inglaterra saldrían a la calle con una sonrisa en el rostro. Cuando Pedro se acercó de nuevo a la mesa después de terminar su llamada, le susurró:
—Me gustaría hacerle una pregunta.
—Por supuesto.
—¿Por qué diablos no me dijo que probara esto antes? Acabo de cambiar de opinión. Lo haré. Iré a esa conferencia, cocinaré y ganaré. Para los dos. Ahora, ¿Cuándo quiere que empecemos a trabajar? Tenemos mucho que hacer y no disponemos de demasiado tiempo. Ah, y puede llamarme Paula si quiere, señor Fernandez. Este chocolate es verdaderamente… maravilloso —añadió levantando la caja de plástico.
Pedro sonrió encantado.
—Bueno, por fin estamos de acuerdo en algo. Y, viendo que vamos a trabajar juntos, deberías saber que Fernandez es el apellido de soltera de Mariana. Ella decidió volver a utilizarlo cuando nos divorciamos. Así que te ruego que me permitas que me presente. Mi nombre es Pedro Alfonso. A tu servicio. Sin embargo, como ya he dicho, te ruego que me llames Pepe. ¿Puedes estar en mi casa a primera hora el miércoles por la mañana? —añadió, con aquella arrolladora sonrisa.
Una hora más tarde, Pedro estaba ocupándose de otra fémina problemática.
—Venga, papá. Vamos a llegar tan tarde… —dijo Camila con una entonación muy exagerada y dramática.
Pedro agarraba con fuerza la manita de la niña mientras fingía dejarse llevar. Estaban cruzando una calle del lujoso y exclusivo barrio de Londres en el que Mariana vivía.
—¿A qué viene tanta prisa? ¿Acaso te avergüenza que te vean con tu viejo papá? ¿Es eso? Si quieres, me puedo quitar la chaqueta y ponérmela de sombrero. O tal vez te pueda llevar a hombros. ¿Te gustaría eso más?
—No. ¡Qué tonto eres, papá! Mi programa de televisión favorito empieza dentro de diez minutos.
Camila se echó a reír cuando Pedro empezó a caminar más lentamente aún. Estaba disfrutando mucho de aquellos maravillosos momentos con su hija. La niña había heredado el hermoso cabello rubio de su madre y sus delicados rasgos, pero los ojos azules eran los mismos que Pedro veía en el espejo todas las mañanas. En aquel momento, aquellos ojos estaban contemplando extasiados el escaparate de una carísima pastelería.
—¡Mira, papá! Mamá se olvidó de encargarle galletas al hombre que trae las galletas del supermercado. Una vez más. Y Valentina va a venir a jugar conmigo. Además, voy a celebrar mi fiesta en la piscina —susurró—, pero tienes que prometerme que no se lo vas a decir a nadie. Es un supersecreto —añadió mientras se colocaba un dedito encima de los labios—. Va a ser una sorpresa, aunque Valentina lo tiene que saber porque tenemos que planear lo que vamos a hacer y lo que nos vamos a poner y los juegos que vamos a jugar y… un montón de cosas más. Es tan emocionante que anoche no hacía más que despertarme para pensar en todas las cosas maravillosas que podríamos hacer. ¡Es estupendo!
—Te prometo que no diré ni una palabra —asintió Pedro—, pero espero que no te hayas olvidado de lo más importante.
—¿Y qué es?
—Los conejos de chocolate, por supuesto —bromeó Pedro. Entonces, se tapó inmediatamente la boca con la mano.
Camila hizo un gesto de desaprobación con los ojos y le apretó un poco más la mano.
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