—Es muy amable de su parte, señora Fernandez. Mi colega Sofía Hamilton y yo dirigimos una empresa que se especializa en comida orgánica para fiestas. Yo me ocupo de crear todos los chocolates y los postres a mano en nuestras propias cocinas, al igual que dulces para fiestas. De hecho, creo que su esposo ya ha saboreado mi trabajo en nuestro puesto esta misma mañana.
Con eso, Paula se hizo a un lado y lo miró a él con una sonrisa.
—Parecía decidido a pensar que yo tenía la intención de envenenar las papilas gustativas de los más jóvenes con azúcar y aditivos, ¿No es cierto, señor Fernandez? Espero sinceramente que no se encuentre indispuesto después de tomarse tan ávidamente mi postre de chocolate. Es una pena que mis pechos de chocolate no resultaran de su agrado.
Sin darle oportunidad a responder, Paula se volvió a mirar a Mariana. Entonces, le sonrió afectuosamente al notar la expresión ligeramente atónita de Mariana. Justo en aquel instante, Marcos se acercó a la mesa.
—Ah, ya veo que conocen a mi maestra chocolatera. La señorita Chaves obtuvo las mejores calificaciones en la ceremonia de premios de maestro chocolatero el año pasado después de realizar sus prácticas en el Barone Fine Chocolate en París. Esperamos poder persuadirla para que trabaje mucho más con nosotros.
—Gracias —dijo Paula. Entonces, volvió a mirar a la dama que acompañaba a Pedro mientras evitaba dirigirse al otro lado de la mesa—. Ha sido un placer conocerla, señora Fernandez. Espero que pase un día estupendo y que vuelva a visitar nuestro restaurante muy pronto. Ahora, si me perdonan, les dejo en las capaces manos de Marcos.
Con eso, Paula se dió la vuelta y se dirigió lenta y tranquilamente a la cocina con la cabeza muy alta. Había llegado prácticamente hasta la puerta giratoria que conducía a la cocina cuando una voz masculina la llamó. Tenía el distintivo acento que ella ya había escuchado antes.
—Señorita Chaves, si me perdona un momento. ¡Señorita Chaves!
Paula controló a duras penas el deseo de ir a buscar la sartén más pesada de la cocina. Se detuvo y respiró profundamente. Se trataba de uno de los clientes de Marcos, el hombre que le acababa de hacer una oferta de trabajo. Insultar a uno de sus comensales no era seguramente el mejor modo de conseguir más pedidos de su cadena de restaurantes, a pesar de que aquel comensal en particular pareciera creer que sabía más de chocolate que ella. Al menos su encantadora esposa se había mostrado muy agradable. Y él había comprado algunos de sus conejos para su hija pequeña. Eso era él. Un hombre de familia. Felizmente casado. Y uno de los clientes de Marcos. Por lo tanto, se dibujó una neutral sonrisa en los labios, levantó la barbilla y se volvió lentamente. Pedro se vió sorprendido por el hecho de que ella se parara tan repentinamente. Tuvo que agarrarle los brazos para no caerse y empujarla a ella también al suelo. La inercia atrajo a Paula hacia él tan rápidamente que ella casi no tuvo tiempo de reaccionar antes de encontrarse apretada contra la pechera de la camisa de Pedro. Los dos contuvieron el aliento. Durante un instante, el tiempo pareció detenerse hasta que, por fin, él dio un paso atrás para crear un apropiado espacio entre ellos.
En la feria, Paula había estado demasiado ocupada para fijarse en algo más que su rebelde cabellera rubia, que le llegaba prácticamente hasta el cuello de la camisa. Sin embargo, de cerca, comprobó que era mucho más alto que ella. Tenía que medir más de un metro ochenta, pero era su corpulencia lo que le hacía querer dar un paso atrás y escaparse de él. La camisa negra cubría un cuerpo duro y unos anchos hombros, pero eso era tan solo una parte de su atractivo. Tenía los ojos azules como el cielo y contrastaban tan totalmente con el profundo bronceado de su piel y las gruesas cejas que parecían estar iluminados desde el interior. Y, en aquel momento, aquellos maravillosos ojos estaban pendientes solo de ella. Además, tenía una larga y elegante nariz y una fuerte mandíbula. Si no hubiera sido por la cicatriz que le cortaba una de las cejas y las oscuras bolsas que tenía debajo de los ojos, Paula habría dicho que era el hombre más atractivo que había visto nunca y, ciertamente, también el más masculino. Pedro dió un paso atrás y le soltó los brazos. Entonces, le dedicó una descarada sonrisa que, seguramente, tenía la intención de hacerla caer rendida a sus pies, algo que no iba a ocurrir. Paula se colocó el cabello detrás de la oreja, desesperada por encontrar algo que hacer mientras descubría por qué él la había llamado. Tal vez su encantadora esposa lo había hecho ir para disculparse con ella.
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