jueves, 23 de julio de 2020

Chocolate: Capítulo 29

—¿Cómo…? ¿Cómo lo superaste? —preguntó Paula.

—El internado me ayudó. Yo estaba prácticamente salvaje, pero sentía verdadera pasión por los deportes. De algún modo, los profesores consiguieron inculcarme que la ciencia y las matemáticas eran de utilidad para cultivar cacao. Lo que me daba fuerzas para seguir era que me había prometido a mí mismo que regresaría para trabajar en la finca. Sin embargo, eso no fue lo único —añadió, mientras apartaba un mechón del rostro de Paula con la mano que le quedaba libre—. Mi abuela me encargó un proyecto de jardinería. Aquí, en su jardín.

—¿Hiciste tú todo esto? —le preguntó Paula mirando a su alrededor con admiración—. Es maravilloso. ¿Cómo supiste lo que debías plantar?

—Antes de responder a esa pregunta, necesito que te reclines hacia atrás y que cierres los ojos. Venga, solo un momento. Cierra los ojos. Yo estaré a tu lado todo el tiempo. Ahora, vas a tener que tratar de relajarte. Así. Ya está mejor. Mucho mejor. Ahora —añadió, sin soltarle la mano—, no digas nada. Solo tienes que centrarte en lo que puedas oler. Flores. Plantas. Hemos pasado horas trabajando en el interior, así que ahora suéltate. Sé que puedes hacerlo si lo intentas.

—¿Oler, dices? No sé. No tengo ni idea de plantas.

—Eso no me lo creo. Sorpréndete. Venga, yo te ayudaré. Abre la otra palma de la mano. Así. ¿Qué es lo primero que te viene a la mente?

Paula sintió que algo le caía sobre la palma de la mano y se sobresaltó tanto que estuvo a punto de abrir los ojos. Sin embargo, Pedro comenzó a acariciarle el reverso con el pulgar para tranquilizarla. Ella comenzó a tocar lo que parecía un largo y fino tallo con pequeñas flores en la punta.

—Me parece una flor, pero no parece tener pétalos —dijo. Entonces, se la llevó hacia el rostro y aspiró—. ¡Ah! Es lavanda. Me encanta la lavanda. Es maravillosa. ¡Qué acierto que plantaras lavanda!

—Eso fue idea de mi abuela, que era muy lista. Conocía bien las plantas y sabía cómo un aroma concreto puede transportar a una persona a un momento y a un lugar. En este jardín no podíamos cultivar ni mangos ni plátanos, pero sí la clase de flores que mis padres tenían en su jardín de Santa Lucía, como lavanda, rosas y jazmín. Y eso fue lo que yo planté aquí. Algo que me vinculara a la isla. Y algo para disfrutar en una tarde de verano después de que se ha estado haciendo chocolate durante horas. ¿Te gusta?

Paula respiró profundamente. Por primera vez, su olfato captó la compleja combinación de perfumes de las flores que crecían a su alrededor, la lavanda que tenía entre los dedos y el aroma del cacao que le impregnaba manos y ropa.

—Oh, Pedro, esto es…

—Lo sé. Dos mundos diferentes que encajan a la perfección.

—Si pudiéramos encontrar algún modo de capturar este aroma… ¡Ah! Paula abrió los ojos y vió que Pedro estaba a su lado, sonriendo. En un instante, supo por qué él la había sacado allí.

—Lo sé. Y esto es lo que deberíamos hacer. El cacao tiene mucho sabor. Necesitamos más perfume. Más fragancia. Estoy pensando en un jardín inglés con un toque de las Indias Occidentales. ¿Crees que podrás hacerlo? Sería muy diferente del chocolate más clásico, pero creo que podría funcionar.

—Lavanda. Rosa. ¡Sí, por supuesto! Ahora se lleva la fusión en la cocina. ¡Es una idea brillante! —exclamó ella mientras se agarraba a las dos manos de Pedro para que él la pusiera de pie—. Voy a preparar un pastel de chocolate templado que los deje sin habla. Tal vez con aroma de lavanda y coco. ¡Ay, Pedro! ¿Te ha dicho alguien recientemente que eres un genio?

—Recientemente, no, pero estoy dispuesto a aceptar el título. Ah, por cierto, gracias, Paula. Gracias por darme una segunda oportunidad.

Pedro cerró el espacio que los separaba. La expresión que se reflejó en su rostro estaba tan llena de comprensión y sentimiento que el vínculo invisible que la atraía a él se tensó tanto que era imposible de resistir. Parecía algo completamente natural que él le levantara la barbilla, inclinara su cabeza y apretara los labios contra los de Paula. Al principio, lo hizo muy suavemente. Después, más firmemente, con más presión y más amplitud.  Ella le devolvió el beso. Se llenó los labios y la boca con una calidez tan dulce y tan deliciosa que sintió la necesidad de profundizar el beso un poco más, antes de que sintiera que Pedro se retiraba. Él tenía las pupilas dilatadas y la respiración acelerada. Los latidos de su corazón rivalizaban con los de Paula.

—Tengo una sugerencia más —dijo él mientras le colocaba un mechón de cabello detrás de la oreja.

—¿Sí? —murmuró Paula mientras recorría el rostro de Pedro con la mirada.

—Me encantaría hacer ese chocolate de fusión esta misma noche, pero se está haciendo tarde. Muy tarde, demasiado para que sea seguro que conduzcas de regreso a Londres. Entonces, ¿Por qué no te quedas aquí a pasar la noche? Piénsalo. Podríamos seguir trabajando y empezar mañana temprano con las recetas —susurró mientras le acariciaba la barbilla y la miraba fijamente a los ojos—. ¿Quieres quedarte a pasar la noche conmigo, Paula?

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