martes, 21 de julio de 2020

Chocolate: Capítulo 26

—Bueno, hemos tardado más de lo que esperaba —suspiró Paula mientras entraban en la cocina—. Es maravilloso que tu cocina sea tan fresca…

—Gracias. Me alegro de que te guste —replicó él—. ¿Quieres que prepare café para darnos un poco de energía? Espero que no tengamos que pasarnos otras dos horas limpiando después de la siguiente remesa.

—Te ruego que ni siquiera bromees al respecto —dijo Paula. Entonces, empezó a toser al notar que el polvo se levantaba de todas partes—. Deduzco… que hace tiempo que no vienes por aquí.

—Estuve tres semanas en Navidad con Camila. Mariana se marchaba a esquiar con su novio, que ahora es su prometido, por lo que supongo que tendría que agradecérmelo a mí —comentó mientras llenaba de agua el hervidor—. ¿Te acuerdas del tiempo que hizo en enero? Estuvo nevando cinco días sin parar. Fue la primera vez en años que el pueblo se quedó aislado. Fue maravilloso. No me lo habría perdido por nada del mundo.

—¿Maravilloso? ¿Cómo te las arreglaste con una niña pequeña a la que cuidar y divertir?

—Por suerte, teníamos el frigorífico y la alacena llenos. Tal vez suene raro, pero hasta ir a por leña resultó divertido porque lo hacíamos con el mismo trineo de madera que yo había usado de niño.

—Tu hija se lo debió de pasar muy bien.

—Así fue. A Camila le encantó. El pueblo se había convertido en un lugar de cuento. Nos peleábamos con la nieve, hacíamos concursos de trineo en la ladera y teníamos un árbol de Navidad de verdad. Deberías haber visto los muñecos de nieve que hacíamos…

—Camila es una niña muy afortunada. Mi enero fue muy diferente. La nieve puede ser una pesadilla cuando se te paga para organizarle a alguien una maravillosa fiesta de Año Nuevo. Estuvimos trabajando todo el día para cumplir con los encargos y luego peleándonos con el mal tiempo para realizar las entregas. En la ciudad fue una locura.

—Camila y yo tuvimos suerte…

—Cuando me estaba cambiando, estuve admirando las fotos de tu hija. ¿La ves con frecuencia?

—Tanto como puedo —respondió Pedro frunciendo el ceño—, pero las Navidades pasadas fueron especiales —añadió mientras comenzaba a sacar tazas y platos para el café—. El problema es que ahora me paso la mayor parte del año en Santa Lucía y esta casa está vacía. No le viene bien. El jardín es una selva. ¿Prefieres té o café?

—Té, por favor. Si tenemos leche. Si no, mejor café.

—Claro que tenemos leche. Puede que incluso haya queso y galletas saladas. Si esta noche no queremos cocinar, podemos ir a cenar al pub que hay en el pueblo. El chef es italiano y algunos de su platos son muy buenos… ¿Qué pasa? —preguntó Pedro al ver el modo en el que Paula lo miraba.

—¿Cenar? ¿Y por qué iba yo a querer cenar aquí? —replicó ella—. Creo que ha habido un malentendido. Yo voy a regresar a Londres esta noche, con algunos bloques de chocolate Alfonso. Supongo que no estarías esperando que yo trabajara aquí en las recetas y que fuera y viniera de Londres todos los días.

—No, no. Claro que no —replicó Pedro—. Esperaba que te quedaras a pasar la noche para que mañana podamos trabajar aquí juntos en las recetas. ¿Azúcar?

Paula contuvo la respiración.

—A ver si lo he entendido —dijo mientras rechazaba el azúcar con un movimiento de la mano—. Primero me haces venir hasta esta casa, que tardé horas en encontrar, solo para decirme que esperas que yo haga el chocolate y, ahora, descubro que esperas que me quede a pasar la noche para…

—Que podamos trabajar en las recetas a primera hora de la mañana, sí. Pensé que así te ahorraría el tener que regresar a Londres esta noche para volver mañana —dijo él con una sonrisa mientras le entregaba la taza de té.

—¡Eres imposible! —exclamó ella—. Contrario a lo que todo el mundo cree, no todas las mujeres saben leer el pensamiento. A menos que alguien me diga las palabras, yo no tengo manera de saber lo que a tí se te pasa por la cabeza. Eso me plantea otra cuestión.

—Tú dirás —dijo él antes de tomar un sorbo de café.

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