jueves, 25 de junio de 2020

Dulce Amor: Epílogo

Paula entró en casa y sonrió al escuchar los martillazos, seguidos de una palabrota y luego más martillazos. Subió al piso de arriba, siguiendo el sonido hasta la habitación al final del pasillo… Y dejó escapar una exclamación al ver que donde había habido una vieja moqueta por la mañana, ahora había suelos de madera. Y unas cortinas con jirafas de color malva y leones verdes colgando de una barra torcida. Pedro estaba en el suelo, con un manual de instrucciones delante de él, la cuna en un millón de partes a su lado. Moisés observaba desde la esquina donde Duquesa lo tenía atrapado. La gata levantó una pata para decirle quién era la jefa, y Moisés miró a Paula con cara de sufrimiento mientras movía la cola a modo de saludo. Pedro levantó la cabeza. Tenía serrín en el pelo y su sonrisa hizo lo que le había hecho desde el momento que dio el «sí, quiero»: Que su corazón se llenase de amor.

—¿Sabes una cosa…? —murmuró él, mirando de nuevo las instrucciones—. Recuerdo que una vez pensé que un hogar era un sitio de descanso. Pues era un error, no he tenido un momento de descanso desde que compramos esta vieja casa. Y era cierto, pero lo decía con afecto, con cariño.

Había tirado los muros del piso de abajo para darle a la casa un aspecto moderno que era la envidia de todo el vecindario, y especialmente, de su hermana Carolina, que vivía dos casas más abajo. Pedro no era un carpintero profesional y a veces tenía que intentarlo dos o tres veces para conseguir que las cosas estuvieran más o menos bien. El hecho de que a él le gustase tanto cuando era tan malo, hacía que Paula sintiera tanta ternura que casi le dolía. Aquel hombre que odiaba el fracaso se había convertido en alguien tan seguro de sí mismo, y en su amor incondicional por él, que fracasaba regularmente y luego se encogía de hombros. En eso era en lo que el amor lo había convertido: En un hombre que aceptaba su humanidad. Y Paula adoraba eso.

—No tenías que empezar con el cuarto de los niños todavía… —le dijo, revolviendo su pelo para quitarle el serrín—. Descubrimos que estaba embarazada hace dos días, tenemos mucho tiempo.

—Ya conoces el dicho: «No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy» —replicó él—. Además, me han pedido ayuda para solucionar un caso en Green Bay y ya me conoces: Una vez que me ponga con eso no tendré tiempo para nada más.

Pedro sacudió la cabeza con buen humor, aceptando que era obsesivo cuando se trataba de su trabajo. Paula lo conocía bien, y aceptaba esa parte de él que quería arreglar todo lo que estaba mal en el mundo. Pero había una gran diferencia: ahora volvía a la luz después de pasar un tiempo en la oscuridad. Y dejaba que el amor lo curase.

—¿Y si las cosas no fueran bien? Es mi primer embarazo y nunca se sabe. Por eso deberíamos dejar la habitación para el último momento.

Pedro sonrió.

—Todo va a ir bien —le dijo, con tal seguridad, con tal convencimiento, que Paula lo creyó.

La asombraba que su marido, que una vez no había sido capaz de creer que la vida pudiera ser algo maravilloso, estuviera tan comprometido con un final feliz. Pedro ya veía a su hijo en aquel cuarto y lo amaba con todo su corazón.

—Me encantan las cortinas —dijo Paula—. ¿Dónde has encontrado la tela?

—La barra está un poco torcida, pero la arreglaré. Y he comprado la tela en Babyland.

—¿Has ido a Babyland? —preguntó ella, incrédula.

—¿Por qué te sorprende?

—No es un sitio donde se reúnan expertos en homicidios o el nuevo comisario de policía de Kettle Bend. Te van a tomar el pelo.

—No se lo cuentes a tu amiga Jimena, pues no puede mantener la boca cerrada. ¿Me pasas el destornillador?

Paula se lo pasó.

—¿Vas a ir al desfile mañana?

—Sí, claro. Al desfile, a la merienda, a los fuegos artificiales… ¿Estás decepcionada con el nuevo formato de las fiestas?

Aquel año habían decidido que se celebrarían en un solo día, el cuatro de julio, y no como los dos años anteriores.

—No, qué va —respondió Paula—. Costaba mucho organizar cuatro días de fiesta y era difícil encontrar voluntarios para hacer todo el trabajo. Sé que mi idea era una exageración…

—No, Paula, tú has salvado al pueblo.

—Eso no es verdad.


Pero lo había salvado a él, pensó. De alguna forma, había encontrado valor para rescatar a Pedro Alfonso.

—¿Cómo que no? Cuando le vendiste tu negocio a esa gran empresa y ellos compraron la vieja fábrica en la calle Mill, crearon puestos de trabajo. Ochenta ni más ni menos. Y esos artículos que escribes en Viajes y Pueblos Con Encanto han hecho muchísimo por Kettle Bend. Ahora tenemos más tiendas y más residentes en el pueblo… Por eso Jonathon va a abrir una consulta aquí. Así no tendrá que ir a Madison todos los días.

—Y luego está nuestro más famoso ciudadano…

Moisés, que la miraba con cara de adoración, parecía a punto de acercarse, pero como la gata lo vigilaba desde una esquina decidió no hacerlo. El cachorro seguía recibiendo cartas, aunque todos sabían que ya había sido adoptado. El incidente en el río Kettle había capturado el corazón de la gente. ¿Por qué? Tal vez porque hacía que la gente creyese que había personas dispuestas a sacrificarse por aquellos que los necesitaban. ¿Y quién necesitaba a Pedro más que ella? Era una ironía increíble, pensó entonces. Había creído haberlo rescatado cuando era al revés. Los últimos dos años habían sido más maravillosos de lo que hubiera creído posible. Paula despertaba cada mañana sintiéndose abrumadoramente feliz.

—Soy la mujer más afortunada del mundo —le dijo, acariciando su cara—, porque te enamoraste de mí.


Pedro sonrió.


—No es que me enamorase de tí, señora Alfonso…


—Ah, vaya momento para decírmelo, cuando me has dejado embarazada — bromeó ella.


—Lo que quiero decir es que no podía hacer otra cosa, era inevitable. Te ví y… tuve que entregarte mi corazón.


Pedro puso una mano en su abdomen, aunque aún no se notaba el embarazo, y Paula cerró los ojos, segura de haber sentido esa nueva vida moviéndose dentro de ella. Había una gran felicidad en la simplicidad de los momentos que compartían y que los llevaban hacia un maravilloso futuro.






FIN

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